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En 1944, entre los meses de mayo y octubre, Joseph Heller realizó 60 misiones en el frente italiano de la II Guerra Mundial. A bordo de los bombarderos B-25, Heller se encargaba de destruir los puentes, las fábricas o las idílicas villas italianas en las que las tropas alemanas trataban de mantener el control de un país que se dividía entre los leales a Mussolini y aquellos que optaron por luchar contra el fascismo. Con 21 años, el joven nacido en Coney Island, alternaba idílicas tardes a la orilla del Mediterráneo con misiones de las que muchos de sus compañeros no regresaban.
Nueve años más tarde, Heller decidió unir su afición a la escritura con sus experiencias en la II Guerra Mundial, y aunque le costó casi una década, y un oportuno cambio de título, en 1961 publicó Trampa 22. La crítica no recibió con demasiado entusiasmo su creación pero los estudiantes universitarios, cansados de la escalada militar en la Guerra de Vietnam e inmersos en movimientos contraculturales, convirtieron a su protagonista, John Yossarian, en un símbolo contra la guerra y la burocracia. Desde entonces el debut literario de Heller ha vendido más de 10 millones de copias, y se ha convertido en la gran sátira sobre la guerra, el belicismo y la burocracia militar.
En 1970 Mike Nichols adaptó la novela al cine, con un reparto en el que se encontraban Alan Arkin, Bob Newhart, Orson Welles y Jon Voight entre otros. Unos meses antes había llegado a la cartelera la versión cinematográfica de M.A.S.H., y ni la crítica ni el público se mostraron demasiado entusiasmados con «otra» comedia negra sobre la guerra mientras el país arrastraba el agotamiento y la amargura de Vietnam. 18 millones de dólares de presupuesto y más de mil horas de metraje de bombarderos volando que apenas trascendieron y tan solo sirvieron para una nominación a los BAFTA.
¿Puede ‘Trampa 22’ sentarse en la misma mesa que ‘Hermanos de Sangre’ o ‘The Pacific’?
Cuatro décadas después, animado por el éxito de la primera temporada de True Detective, el productor ejecutivo Richard Brown se reunió con los guionistas Luke Davies y David Michod en busca de una historia que llevar a la televisión en el formato miniserie. Davies, que había leído a Heller en el instituto, no dudó en proponer aquella historia de la que se había enamorado por su tono de «comedia salvaje» y por su personaje principal, el alter ego de Heller, Yossarian.
24 horas después de devorarla, Starzplay mediante, sigo debatiendo conmigo misma, tratando de discernir si Trampa 22 puede sentarse en la misma mesa que Hermanos de Sangre o The Pacific, o si la brevedad del formato ha deslucido una historia que, inevitablemente, comparte preocupaciones y reproches con la mencionada M.A.S.H. o con películas como Apocalypse Now o La Chaqueta Metálica.
Si Nichols condensó la desordenada creación de Heller en dos horas, Davies y Michod la han convertido en seis capítulos de 45 minutos de duración que, una vez concluidos, saben a poco. Los amantes del género bélico encontrarán en las abundantes escenas aéreas un brillante ejercicio de producción, a la altura tal vez de las señaladas creaciones de HBO. Otros, como yo, quizá hubiesen preferido profundizar en las historias de esos jóvenes soldados que asumen con normalidad las atrocidades de la guerra, mientras el miedo se instala en su mirada. Hombres que tras compartir algún momento con Yossarian, como si de un mal augurio se tratase, terminan situándose en el lado malo de las estadísticas. Porque en la guerra, tal y como tratan de convencerles sus superiores, no se muere, simplemente se termina en el lugar incorrecto de la historia.
El joven Christopher Abbott (Girls, The Sinner) encarna al bueno de Yossarian, un joven bombardero cuya única preocupación es terminar cuanto antes con el número de misiones que debe llevar a cabo. Para ello, no dudará en fingir cualquier tipo de dolencia e incluso apelará a la locura para salir de allí. Pero la siniestra burocracia militar también tiene reglas para determinar la enajenación de la tropa: un hombre puede ser considerado demente si voluntariamente continúa volando misiones de combate peligrosas, si es él quien solicita su retirada esto es considerado una prueba de cordura, y por lo tanto es imposible que sea relegado de sus obligaciones. Una norma estúpida conocida como «trampa 18», que por cuestiones editoriales Heller convirtió en la Trampa 22.
A pesar de que el paso de los días, y las misiones, dejan una imborrable huella en él, Yossarian abandonadará la excusa médica y entre idílicos baños que parecen un anuncio de Estrella Damm y ociosos viajes a la recién liberada Roma, continuará luchando contra la insoportable estupidez de la guerra, saboteando todo aquello que encuentre a su alcance. Mientras, a su alrededor, abundan las figuras militares en las que la superioridad de su cargo es directamente proporcional a la irracionalidad de sus órdenes. Hombres adultos, versados en el arte de la guerra, que se preocupan más por los desfiles o por el menú de la cantina que por el cementerio de B-52 en el que se han convertido algunas zonas de Italia. Y para ello la producción cuenta con nombres como George Clooney, que también produce y dirige dos episodios, Hugh Laurie (El infiltrado) o Kyle Chandler (Bloodline). Tres personajes con galones y responsabilidades que ven en sus tropas un medio para conseguir sus propios fines, no siempre vinculados con el fin de la contienda, y no el puñado de jóvenes asustados que, en su mayoría, son.
Es inevitable reírse de la estupidez burocrática, al igual que es imposible no enfadarse cuando el número de misiones obligatorias crece cada vez que Yossarian se acerca a su meta. Empeñado en luchar contra un sistema que no está dispuesto a prescindir de más hombres de los que obliga la propia contienda, el joven protagonista no es en realidad una figura antibelicista. Simplemente quiere salvar su propio pellejo en un lugar en el que los soldados desaparecen en combate, los relevos no dejan de llegar y la contienda parece no tener fin. No es un héroe, ni siquiera cuando tiene la oportunidad de serlo, porque solo quiere volver a casa para dejar atrás la corrupción que rodea la guerra. Tampoco es un villano, porque se preocupa por sus compañeros, a pesar del irritante patriotismo con el que tratan de combatir su desazón. Es un cínico que se sirve de aquello que odia para poder pasar página en su vida y contemplar el futuro con la tranquilidad que da saber que pusiste tu grano de arena en la lucha contra el mal, y sobreviviste. Porque como bien sabe «Yo-yo», así es como le llaman sus compañeros, «no importa quién gane la guerra si estás muerto».