La crítica de series: un caos maravilloso - Serielizados
Análisis televisivo

La crítica de series: un caos maravilloso

La crítica profesional, si es que queda algo de ella, encara el desafío de crear un discurso que mitigue la tiranía de lo inmediato y detecte lo perdurable.

La serialidad celebra el placer de la repetición pero invoca al mismo tiempo un deseo de regeneración. La tesis pertenece a Jordi Balló y a Xavier Pérez y resume el sentido profundo de Yo ya he estado aquí. Ficciones de la repetición (Anagrama, 2005), estimulante ensayo que se adentró hace una década en uno de los territorios culturales más ingobernables del nuevo siglo: el de los relatos seriados que, especialmente en el ámbito televisivo, dinamitaron los hábitos de creadores y audiencias para fundar un nuevo mundo, tan huérfano de fronteras estables como pletórico de paradojas.

Da hasta pudor teclear la palabra “televisión”, que se va quedando en nada a cada letra. Quien eche un vistazo al vagón de cualquier tren se topará con viajeros –no necesariamente jóvenes– que devoran en sus tabletas el penúltimo giro de Juego de tronos (2011-). La velocidad de la revolución digital es de tal calibre que resulta difícil pararse a pensar en sus consecuencias estéticas y narrativas, algo que sí han hecho algunos académicos como el estadounidense Jason Mittell. Y, sin embargo, algunas de las aportaciones más lúcidas envejecen tan pronto como los soportes sobre los que discurren.

La “conversación” pública sobre series se tornó tan torrencial e inabarcable como la producción misma de una temporada tras otra

El fenómeno cultural que nos arrastra va mucho más allá de la explosión de las grandes obras que brotaron tras la estela de Los Soprano (1999-2007) y llegan hasta nuestros días. Poco a poco, la voracidad se fue apropiando de una comunidad global de espectadores espartanos que necesitan verlo todo y han de hacerlo ya. Muchos de ellos, curtidos en las mil batallas de los episodios devorados, asumieron de pronto un papel activo y empezaron a difundir gustos y opiniones a través de blogs, cuentas en redes sociales, podcasts y cuantos novedosos altavoces encontraban a su paso. De ese modo, la “conversación” pública sobre series se tornó tan torrencial e inabarcable como la producción misma de una temporada tras otra, creándose una monumental charla sin salón en la que cuesta escuchar y hacerse entender.

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El escenario es, en cualquier caso, apasionante. La crítica profesional, si es que queda algo de ella o puede redefinirse con la que está cayendo, encara el desafío de crear un discurso que mitigue la tiranía de lo inmediato y detecte lo perdurable. Sin embargo, la misión exige unos instrumentos de análisis que –como el público buscado por Larra– nadie sabe dónde se encuentran. El caos, transgresor y burlón, reina entre nosotros para impedir la más mínima conclusión.

Preguntemos a bocajarro: ¿Qué debe valorar un crítico de series? ¿El capítulo piloto? ¿La temporada acabada? ¿La serie de turno en su conjunto, la misma cuyo final ignoran sus creadores en el momento de la gestación? ¿El diseño de las tramas sin alusiones argumentales para aislar al lector de los temidos spoilers? Y puestos a cuestionar: ¿sirven los mismos criterios para un macrorrelato servido por Netflix a modo de banquete –todos los capítulos de una temporada estrenados de golpe– y para la periódica invocación a la memoria de la entrega semanal? ¿La elipsis de 66 días a mitad de la segunda temporada de True Detective (2014-) varía de significado en función del tiempo que el canal de turno –o el propio espectador conforme a sus particulares hábitos de consumo– se toma entre un capítulo y otro?

Un lío. Un caos maravilloso, plagado de incertidumbres y desafíos que discurren paralelos a la bulliciosa oferta que encaramos con sensación de impotencia los seguidores de las series, empeñadas en contradecir la lógica de un presente en el que, según profetizaron los especialistas, sólo sobrevivirían aquellos mensajes breves que no requirieran demasiada atención ni una memoria entrenada. El cálculo de las horas de vuelo y concentración que cualquier espectador invierte en su viaje por Los Soprano, The Wire (2002-2008) y Mad Men (2007-2015) –por acudir a una trinidad casi santísima– matiza aquellas predicciones, al menos en lo que al ámbito seriado se refiere.

Ahora sólo falta proyectar algo de luz sobre ese paisaje inmenso y lleno de incertidumbres. Quizá lo único cierto, por ahora, sea que el horizonte continúa marcado por el deseo colectivo de repeticiones regeneradoras que explican Balló y Pérez. Y en ese territorio intermedio entre la costumbre y la novedad debe instalar su laboratorio de ideas el analista televisivo.

Siempre y cuando un humo negro y misterioso no aparezca de la nada y se lo lleve por delante, claro está.

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