Comparte
(artículo anterior – episodio 5)
Por fin hemos resuelto el enigma sobre el papel de los fans que se desplazaron hasta Girona y pasaron el multitudinario casting de Juego de Tronos: las escaleras de la catedral sirven ni más ni menos que para representar la bajada frente al Gran Septo de Baelor y los afortunados seguidores de la serie representan o bien a la clase más baja de Desembarco del Rey o al ejército de los Tyrell. Para mayor alegría de la comunidad fan española, los hechos acaecidos son substanciales dentro de la trama y el plano general con que se muestra la acción es igualmente generoso. Todo esto para decir que Girona ha sido el escenario de la fusión entre la Corona y la Fe y ello me da una excusa excelente para preguntarnos acerca de las implicaciones de este matrimonio.
Martin ha creado La Fe de los Siete a imagen y semejanza del cristianismo, y el episodio de ayer introduce en el universo de Juego de Tronos una de las principales problemáticas que acompañan a dicha fe en nuestro mundo: la relación entre religión y política. Según el lore de wikipedia, la Fe es una institución antigua que había perdido relevancia desde que los reyes de la Casa Targaryen decidieron secularizar la política y despojar a la iglesia de toda autoridad legal. Sin embargo, somos testigos de lo bien que le han sentado unas cuantas generaciones al margen del poder. La Fe se ha beneficiado del sano exilio en la oposición para regenerar su discurso y su capacidad de seducción, mientras que la monarquía se ha degradado simétricamente. En el punto en el que la serie introduce a los Gorriones, el movimiento religioso recuerda profundamente al nacimiento del cristianismo en Roma y el sexto capítulo al primer hito histórico de la institucionalización de los seguidores de Jesús: la consagración del cristianismo como religión oficial del Imperio romano.
«La visión del Gran Gorrión es la del cristianismo de San Agustín y su principal relato es tan contraintuitivo como seductor: todos somos pecadores»
La mayoría de las religiones no triunfan por su grado de coherencia, sino gracias a su utilidad para canalizar emociones y a la capacidad de persuasión de su retrato de la naturaleza humana. En este sentido, la visión del Gran Gorrión es la del cristianismo de San Agustín y su principal baza es un relato tan contraintuitivo como seductor: todos somos pecadores. Contrariamente a lo que cabría esperar, los seres humanos no siempre buscamos palabras dulces y permisivas. Hay algo extremadamente atractivo y tangible en la idea de que nuestros deseos son viles, que la carne y las emociones mal conducidas actúan en nosotros como una fuerza sobrenatural capaz de torcer a nuestro lado moral y que esta maldad inherente merece algún tipo de castigo. San Agustín se atormentaba por una juventud llena de excesos y encontró en la doctrina del pecado original una fuente de consolación: yo no soy el único indigno de Dios sino que esta condición es algo común en todos los seres humanos.
Cuanto más bajo caemos es cuanto más necesitamos la espiritualidad. El lugar con más variedad de cultos y el mayor índice de conversión express a la religión que podréis encontrar es Las Vegas. Y el proletariado de Desembarco del Rey está cerca de tocar fondo. La desigualdad económica que lo atenaza encuentra en la Fe un igualitarismo perfecto al que aferrarse. Desde esta perspectiva, el camino de la expiación de Cersei es la maniobra de propaganda definitiva para plasmar que la Iglesia de los Siete hace lo que predica: por dentro, los reyes y los plebeyos somos iguales; es el alma lo que cuenta. Y si las condiciones sociales de miseria son ideales para persuadir a las masas con el relato de la Fe, la maniobra de unirla con la corona es un paso estratégico magistral: el Trono de Hierro gana legitimidad, la Iglesia de los Siete recupera el poder.
«En el momento en el que el Gran Gorrión celebra el acceso al poder, se demuestra su cinismo»
Sin embargo, se podría decir que la unión con la corona es al mismo tiempo la cúspide y el inicio del fin de la Fe. Al igual que el cristianismo, la Fe lleva inscrita en su propio espíritu la incompatibilidad con el poder político. El igualitarismo radical puede tolerar a profetas descalzos, pero no a una maquinaria legal, política y económica que tendrá que ser necesariamente jerárquica. En el momento en el que el Gran Gorrión celebra el acceso al poder, se demuestra su cinismo: por fin su media sonrisa empieza a desvelar lo que ocultaba. La lógica de la religión que él defiende es incompatible con el acceso a las instituciones y él lo sabe. El ansia de poder mundano es un pecado fundamental, y las contradicciones entre el discurso y el comportamiento real de la religión que tan bien conocemos nosotros sentaron su primera piedra en el mundo de Juego de Tronos. Aunque, probablemente, el Gran Gorrión ya firmaría dos mil años de hegemonía hasta la llegada de una Ilustración.
Si los Targaryen acabaron con los privilegios de Los Siete, parece que la misma animosidad hacia la Fe sigue corriendo por las venas de Daenerys. Y es que la Madre de los Dragones no solo supone la amenaza más significativa para el orden recién establecido en Desembarco del Rey, sino que también representa la visión del mundo absolutamente contrapuesta. Entre el rubio, el ego y las palabras altisonantes, hay algo de Nietzsche montado a lomos de un caballo en Daenerys. El superhombre es una supermujer. Del mismo modo que Nietzsche se alzó como azote intelectual del cristianismo, la -inserte aquí uno, varios o todos los títulos de la retahíla habitual- tiene una visión del mundo -y un ejército considerable- que chocará frontalmente con la manera de hacer las cosas del Gran Gorrión.
Mientras que la Fe pone el acento en el sentimiento de culpa y la devoción hacia un poder superior que todos llevamos dentro, Daenerys explota la pulsión opuesta: la de la voluntad de poder. La religión de la negación contra la de la afirmación. Si los gorriones pregonan un discurso cristiano como el que Nietzsche llamó “la moral del esclavo”, el relato con el que Daenerys arenga a los Dothraki son palabras hechas por y para conquistadores. Ella no exige sumisión y constricción a cambio de un paraíso más allá de la vida; ella promete lucha, sangre y poder tras la victoria. El fuerte que regirá legítimamente sobre el débil. Al final, ambas tendencias son importantes para la condición humana pero dejo a vuestra imaginación cuál de ellas encaja mejor con la guerra que se avecina.