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¿Quién no se pondría emocional delante de buenorras como Oona Chaplin, Gemma Chan y Katie McGrath? (no es sexismo, es puro sexo.) Dates, por si algo se caracteriza es por el buen casting femenino. Las citas soñadas, el resultado de las cuáles confirma eso, que no pasan de un sueño de aquello ideal. Cuando conocemos a la persona, ya nos interesa menos que cuando teníamos ese momento idealizado. La realidad nos machaca y nos hace despertar de aquél sueño idílico en el que todo es demasiado perfecto para ser real.
Y en el fondo de eso vivimos. De momentos imaginativos, de la esperanza latente en todos nosotros de poder llegar a ser lo que soñamos. Por eso intentamos aproximar esa idealización a los hechos reales, de forma consciente o inconsciente, queremos llegar a perpetuar ese momento individual e íntimo que sólo se encuentra albergado en nuestra cabeza y que intentamos proyectar como un sentimiento general, en un contexto concreto. Dates nos habla de que por mucho que intentemos actuar racionalmente, siempre acabamos rendidos y supeditados a nuestros sentimientos, porque el ser humano más que ser racional, resulta ser emocional.
Una serie sobre citas, sin sobredosis de azúcar
Para aquellos escépticos a las series romanticonas a niveles diabéticos, esta también es vuestra serie. Dates huye de lo moñas. Gustará a los haters de lo ñoño. Es sensible, humana, pero sin exceso de mermelada. La serie se basa en el arte de la cita, en los encuentros “prepolvo”, y eso podría ser objeto de caer fácilmente en la típica moraleja llena de azúcar. Pero entonces ya no sería Dates. Faltaría ese componente irónico que hace de esta serie algo especial. Tratar situaciones cotidianas e íntimas sin caer en la moraleja fácil y sin intentar dar un final a cada historia contada. No hace falta saber cómo acabaran las peripecias personales de cada uno de los personajes. No busca el morbo por el morbo.
Lejos de ser presuntuosa, plasma un instante, una conversación, un momento, sin ninguna voluntad más que la de mostrar las debilidades del ser humano. Para eso no hacen falta grandes florituras, grandes escenarios, localizaciones pomposas, efectos especiales de película ni movimientos de cámara impresionantes. Es la prueba que no es necesaria ni la pasta gansa ni filigranas para hacer una serie espléndida. Dates es lo que es por la naturalidad que transmite, porque a través de sus diálogos habla de nosotros. Y lo hace de forma elegante, implícita. Son guiones y escenas de pincel fino, no de brocha gorda.
Mucho blablablá, poco ñaca-ñaca
Antes del polvo hay psicología. Los personajes vomitan toda su mierda, todas sus inseguridades. El otro le ve vulnerable y le atrae inquietantemente esa vulnerabilidad, ese “¿defecto?”. Le gusta y se enamora de lo humano, del error, sintiéndose identificado (o no). Ahí entra lo sensible, lo imperfecto y a la vez honesto que tanto valoramos en un encuentro con otra persona.
Como esencial compañero de viaje siempre está el alcohol, en concreto el vino, omnipresente en las escenas de Dates siendo, la botella, un personaje más de la historia. Sin el vino no hay conversación. Facilita a los protagonistas el paso del consciente al inconsciente, de lo racional a lo emocional, del diálogo verbal al diálogo carnal. Se dejan llevar por la corriente, cruzan la barrera de la vergüenza y el respeto hacia al otro, y se lanzan, como haríamos todos. Cada personaje es un arquetipo: el sabelotodo, el enamoradizo, la madurita sexy o la femme fatale.
Todos ellos nos enseñan a que, a veces, actuar desde la inconsciencia nos acaba aportando ese momento ideal que acabará grabado en nuestra memoria, en ocasiones demasiado dañada por prejuicios y traumas. Actuar inconscientemente es no estar atado a nuestros miedos. Y así por unos minutos ser libres de nosotros mismos, sin importar si somos el enamoradizo, el sabelotodo, la femme fatale o la madurita sexy.