God Save 'The Crown': la primera reina de la televisión
El primer reinado televisado

God Save ‘The Crown’

La última producción de Netflix, la más cara de su (corta) historia, se sube al carro del drama histórico para explicarnos el reinado más largo de la monarquía británica y hacernos dudar del republicanismo. ¿Desearemos ser vasallos de Isabel II?
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En una de las escenas principales de la primera temporada de The Crown vemos cómo el príncipe Felipe, marido de la futura reina Isabel II, se las ingenia para que las cámaras de la BBC retransmitan la coronación de su esposa. Por primera vez en la historia del Reino Unido la ceremonia será televisada. La escena, que podría parecer anecdótica o simplemente el reflejo del papel creciente de la televisión en la sociedad europea, es puro metalenguaje: la emisión de la coronación de Isabel II la acercó al pueblo, aunque preservando el aura sacra de la monarquía, de la misma manera que la serie de Netflix contribuye a la humanización de un personaje que cíclicamente ha sido denostado por su supuesta frialdad.

The Crown habla de la historia de una reina pero también de la construcción de la imagen de los personajes públicos a través de los medios de comunicación y de cómo, mediante su utilización, se puede llegar a justificar un sistema político anacrónico. La ascensión al trono de Isabel II en 1953 coincide en el tiempo con la entrada de las televisiones en los hogares familiares. Mientras a ella le colocan la corona en la cabeza, al otro lado del charco se emite I Love Lucy, la sitcom de los años 50 que enseñaba a los americanos los valores de la estabilidad familiar basados en una madre ama de casa y un padre trabajador.

«The Crown habla de la historia de una reina pero también de la construcción de la imagen de los personajes públicos a través de los medios de comunicación»

Durante toda la primera temporada, la televisión es un personaje secundario fundamental: es el medio de comunicación a través del cual los miembros de la familia Windsor se siguen los unos a los otros, observando sus apariciones públicas. Es el medio en el que brilla la princesa Margarita y en el que, en un futuro que seguro nos mostrarán las próximas temporadas, alzará a Lady Di como princesa del pueblo y antagonista de la reina. El poder de la ficción hace que nos olvidemos que estos personajes por los cuales acabamos sintiendo simpatía e incluso pena son personas reales que gozan de unos privilegios que el pueblo llano ni huele.  Seguro que Lady Violet, la condesa viuda de Grantham de Downton Abbey, tendría reticencias a la exposición pública de las intimidades de Isabel II y su parentela, pues como ella afirma: “La monarquía ha progresado gracias a la magia y el misterio, elimina estos elementos y la gente pensará que la familia real es como nosotros”.  [Referencia: Violet: The monarchy has thrived on magic and mystery, strip them away and people may think the royal family is just like us. T05E02].

 

Una reina “muy profesional”

probando-la-corona-god-save-the-crown-alejandra-palés-serielizadoNi en el Hola lo habrían hecho mejor. Viendo la serie no puedes evitar pensar en esos pies de foto propios de las revistas del corazón. “La reina, una gran profesional”, “la princesa es una mujer de su tiempo”… literatura de alto nivel que nos reafirma en nuestra posición de vasallos ante las figuras monárquicas que las revistas adulan. The Crown, con una calidad indiscutible, hace un retrato muy favorecedor de esta reina. Nos permite bucear más allá de la figura institucional para descubrir una joven (25 años) inmersa en un viaje iniciático, teniendo que asumir en soledad una responsabilidad sobrecogedora. Entrando en los recovecos de su vida privada se rompe la fachada gélida – planos picados para remarcar su indefensión al darse cuenta de que no goza de un poder real – y se pone en valor la persona que vive y trabaja por y para la institución. La fortaleza de la figura de la reina no es algo para tomarse a la ligera: el movimiento republicano en el Reino Unido ha reconocido que la gran aceptación que tiene la monarquía entre la sociedad inglesa (según la última encuesta alrededor de un 70%)  se fundamenta en el apoyo a Isabel II, que ostenta el record de años de reinado. Los republicanos sólo ven una rendija a través de la cual podrían cambiar el sistema; realizar un referéndum inmediatamente después de su muerte.

Con la materialización de la persona detrás de la institución se muestra los peajes que la reina debe pagar por el bien del pueblo británico, tal y como se encargan de repetir una y otra vez diversos personajes. Debe hacer frente a la infantilización que supone la limitación de su poder y capacidad de decisión por el bien del estado y la institución, hecho que pone en duda la utilidad del sistema monárquico más allá de su función representativa. Sin embargo nadie en la ficción verbaliza o apoya la necesidad de acabar con el sistema. Podríamos alegar que se retrata una época, los años 50, en la que era impensable prescindir de la monarquía, sobre todo teniendo en cuenta la gran popularidad de la que gozaba la familia real tras mostrar su proximidad al pueblo británico durante la Segunda Guerra Mundial y el Blitz sobre Londres (serie de bombardeos nazis sobre la capital inglesa), pero resulta curioso que no se introduzca mínimamente el debate.

En la serie no existe el contrapunto de la vida del pueblo británico, por tanto la única realidad que vemos es la de los monarcas, que acabamos normalizando. No es un hecho baladí, algunos la consideran toda una declaración de principios. Harry Leslie Smith, escritor y comentarista político, ha atacado a Netflix en un artículo en The Guardian al considerar que la serie es “como una pintura cara en la que el único tema son los ricos y privilegiados”. Argumenta que el desamparo que sufre la clase obrera es un insulto a las luchas de su generación. De la misma opinión será seguramente el cineasta Ken Loach que anteriormente se ha mostrado extremadamente contrario a la producción de dramas históricos como Victoria (ITV) o Downton Abbey (ITV) que, considera, contribuyen a una falsa nostalgia y al adormecimiento de los cerebros de los espectadores. Tanto la serie sobre las aventuras y desventuras de la familia Grantham como Arriba y Abajo y similares tienen en común un retrato amable de la sociedad aristocrática y la monarquía que rebaja el tono de las difíciles condiciones de vida de las clases populares británicas.

«La interpretación casi perfecta de Claire Foy hace que el espectador acabe deseando ser súbdito de una Reina que se esfuerza en hacer bien su trabajo»

The Crown llega con la coletilla de ser la serie más cara de la (corta) historia de Netflix. Los recursos se notan, no sólo en el reparto, que es excelente, si no en los decorados, vestuarios, exteriores… Es terrorífico pero el despliegue de medios y la interpretación casi perfecta de Claire Foy hace que el espectador acabe deseando ser súbdito de una reina que se esfuerza en hacer bien su trabajo – aunque podamos dudar sobre el impacto real del mismo – y en estar a la altura de lo que se espera de ella. Nada que ver lo que nos ofrece Netflix con los panegíricos rancios entorno a la monarquía española a los que nos tienen acostumbrados las televisiones de aquí. Difícilmente alguien que haya superado el doloroso trance de ver Felipe y Letizia, El Rey o Sofía sentirá un deseo ferviente de defender la legitimidad de la institución monárquica.

Resulta paradójico que con todo el esfuerzo formal y de fondo que hace The Crown, Netflix haya escogido al estandarte de la ranciedad ibérica, Jaime Peñafiel, para protagonizar las piezas especiales con las que se ha promocionado en España la serie. El analista de entresijos palaciegos hace revolotear sus insignes gafas para recordarnos que la única reina que cuenta en este mundo es la británica. Un apunte casposo, esperamos que irónico por parte de Netflix, que nos invita a hacer un visionado crítico de la serie.

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