Crítica de 'Gaslit' (2022): Julia Roberts en 'El Ala Oeste de la Casa Blanca'
Crítica 'Gaslit'

‘Gaslit’: Julia Roberts en ‘El Ala Oeste de la Casa Blanca’

La sonrisa de América protagoniza este descenso a los infiernos, y a la idiotez, de la Administración Nixon. Una fabulosa mirada al escándalo del Watergate que satiriza la política norteamericana sin piedad.
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“No lo recuerdo”, contestaba repetidamente Jeb Stuart Magruder -uno de los responsables de la campaña para la reelección de Richard Nixon-, ante los miembros del Comité Selecto de Actividades de Campañas Presidenciales, encargado de esclarecer el allanamiento en la sede del Partido Demócrata en el edificio Watergate en Washington. Ante cada pregunta de los senadores, el atribulado Magruder acercaba su oído a la boca de su abogado y respondía: “No lo recuerdo”.

Una maravillosa escena de Gaslit recuerda cómo, al día siguiente de esa declaración, la televisión norteamericana emitía un sangrante gag de Barrio Sésamo, en la que un periodista conecta con el Monstruo de las Galletas y le cuestiona: “¿Se comió usted las galletas que sobraron?”. Imitando a Magruder, escuchaba los susurros de su letrado, un tal Gustavo (aka Kermit), y contestaba: “No lo recuerdo”.

Pura sátira política que utiliza el asunto Watergate para revelar la idiotez perpetua que parece inherente a toda administración político

Esos olvidos repentinos, esa memoria selectiva de Magruder (o de Juan Ignacio Zoido durante el Juicio del Procés, o de Rodrigo Rato ante la comisión de investigación de las actividades de las entidades financieras, o de… rellenad los puntos suspensivos, los ejemplos son infinitos) parodiada por el Monstruo de las Galletas, pone el punto sobre la i y da el tono de Gaslit. Pura sátira política que utiliza el asunto Watergate para revelar la idiotez perpetua que parece inherente a toda administración político.

Antes de las no-declaraciones ante el Comité, hemos sido testigos de la Operación Gemstone, una chapucera confabulación que hubiera brillado de ser dibujada por Francisco Ibáñez, y que tuvo su momento álgido cuando cinco hombres entraron, con nocturnidad y alevosía, en el complejo de oficinas que alojaban la sede del Partido Demócrata para instalar micrófonos; pillados in fraganti por su infinita torpeza: ¡qué duros, aquellos tiempos sin Pegasus! Un plan sin fisuras, desde el punto de vista de sus cabezas ¿pensantes? y de sus perpetradores (¿dónde está Villarejo cuando se le necesita?), que acabaría llevándose por delante al reelegido presidente Nixon, el único en la historia de su país que renunció al cargo.

La espectacular Julia Roberts en ‘Gaslit’ / Actualmente disponible en Starzplay

El retrato de la ridiculez y la imbecilidad que arrasó con la Administración Nixon es solamente uno de los elementos que retrata Gaslit. Creada por Robbie Pickering, basada en el podcast Slow Burn, y dirigida por Matt Ross, alude en su título a aquella expresión, “luz de gas”, que muchos descubrieron en una vieja película de George Cukor: en Luz que agoniza (1944), el personaje de Ingrid Bergman es manipulado constantemente por su marido Charles Boyer para que dude de sus percepciones, para alterar su sentido de la realidad y que acabe pensando que ha enloquecido. Ahí está la clave, de aquel film y de la miniserie de StarzPlay que nos ocupa: aquí es Martha Mitchell, la esposa del que fuera fiscal general de los Estados Unidos y jefe de campaña de Nixon, la que sufre la manipulación de su marido, de sus larguísimos brazos ejecutores y de gran parte de la sociedad norteamericana.

La serie pone el foco en la turbulenta relación del matrimonio Mitchell, y permite el duelo interpretativo entre Julia Roberts y un Sean Penn

Interpretada por una soberbia Julia Roberts, ella fue la primera que se atrevió a relacionar al mismísimo presidente de la nación con el complot de las escuchas telefónicas. La afición al alcohol de la señora Mitchell, su adicción al Diazepam y su incontinencia verbal ante la prensa la convirtieron en un blanco fácil, se la ridiculizó y se la humilló, con la complicidad de su esposo, capaz de permitir, incluso alentar, la salvaje agresión física de uno de sus guardaespaldas. Pura luz de gas sufrida por una mujer tan valiente como inconsciente, que acabaría abriendo una pequeña ventana por la que entrarían después Carl Bernstein y Bob Woodward para poner en evidencia y destruir a todos los hombres del presidente.

Gaslit pone el foco en la turbulenta relación del matrimonio Mitchell, y permite el duelo interpretativo entre Julia Roberts y un Sean Penn irreconocible con esa papada, pero va mucho más allá: esta es una serie coral con personajes magníficos, que abundan en la voluntad de sus creadores de construir un mosaico que haga flotar la miseria humana y política, enmarcada en un momento histórico pero, como la realidad se esfuerza en demostrarnos continuamente, extrapolable a muchos otros contextos occidentales.

En el relato, tan importantes son los Mitchell como John Dean (Dan Stevens), abogado y consejero de la Casa Blanca, un arribista sin demasiados escrúpulos, obsesionado con su flamante Porsche, que ve cambiar sus prioridades cuando conoce y se enamora perdidamente de Maureen Kane (Betty Gilpin).

Un irreconocible Sean Penn en el papel de John Mitchell

Tan importante como los Mitchell es, en la serie, G. Gordon Liddy (encarnado por un fabuloso Shea Whigam). Ex agente del FBI, nazi declarado e ideólogo de la Operación Gemstone. O Frank Willis (Patrick R. Walter), el atribulado vigilante nocturno que, en su primera jornada de trabajo, descubre a los tipos que se han colado en el edificio Watergate. O Angelo Lano y Paul Magallanes (a quienes dan vida Chris Messina y Carlos Valdés), una extraña pareja de agentes del FBI que estrecha el cerco sobre los responsables políticos del espionaje ilegal. O Marty (Darby Camp), la hija adolescente de John y Martha Mitchell, traumatizada por las batallas que ve en casa, por las canalladas del padre y el alcoholismo de la madre, y que encuentra su vía de escape fumando, bebiendo y disfrutando de La semilla del Diablo en la tele.

Gaslit es también un acto de reconocimiento que reivindica el papel fundamental de una mujer silenciada y deshonrada

Gaslit es brillante cuando, sin perder el ritmo en la narración del escándalo político y sus ramificaciones, amplía la perspectiva y pone el foco en la búsqueda de un cabeza de turco y en el ridículo sálvese quién pueda: ¡los niños, las mujeres y los asesores primero! O cuando hace un pequeño alto en el camino para relatar el episodio del psicópata Liddy en prisión, de su enloquecida cacería de una rata que no le deja dormir por las noches y de sus ensoñaciones de una infancia marcada por la influencia de una niñera alemana con gusto por las esvásticas. O para descubrirnos que el héroe Frank Willis se ha quedado sin trabajo, convertido, sin comerlo ni beberlo (“solamente hacía mi trabajo”, insiste), en instrumento político y en símbolo de la eterna división de las dos Américas.

Estructuralmente compleja, enérgica y cínica, divertidísima por momentos, demoledora como arma satírica, espejo de nuestra paranoica realidad 50 años más tarde, Gaslit es también un acto de reconocimiento que reivindica el papel fundamental en todo el asunto de una mujer silenciada y deshonrada. El final de la miniserie, en un funeral, con un plano fijo a una corona de flores que reza “Martha Was Right”, la sitúa, al fin, en el lado correcto de la historia.

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