'Frasier': Una terapia perfecta
'Frasier' llega a SkyShowtime

‘Frasier’: Una terapia perfecta

Estamos de enhorabuena, SkyShowtime ha traído de vuelta 'Frasier', una comedia irresistible y redonda en su conjunto.
Frasier

La expresión comfort food fue usada por primera vez a final de los años 60 por unos tipos que vendían patatas. Otras fuentes afirman que fue ya en los 70, aunque coinciden en lo de las patatas. Comfort food es básicamente comer algo que nos gusta, que nos reconcilia (aunque sea brevemente) con la vida, que nos traslada a tiempos mejores o -simplemente- que nos desconecta del túrmix de la existencia.

Uno de los grandes equivalentes audiovisuales al comfort food son las series a las que siempre volvemos. No hace falta que sean clásicos, o productos complejos, ni siquiera hace falta que sean buenos. Basta con que nos consuelen, o actúen como una suerte de amnesia a la que agarrarse en la zozobra. Luego está el otro comfort food, el que tiene que ver con el pasado, las albóndigas de la abuela, el ratatouille de Anton Ego o las patatas fritas de la feria.

No hay serie más redonda en su conjunto, ni elegante en su desarrollo

Frasier es comfort food, puro, maravilloso, delicioso comfort food. Durante años, fue mi plato de bravas y mi ensaladilla rusa, el rincón en el que protegerse del diluvio. La daban en Movistar, aunque creo que en aquellos momentos se llamaba canal +. Era la historia de un psicólogo de Seattle con un programa nocturno en el que daba respuesta a las consultas de los oyentes. Su productora era una mujer con más carácter que Margaret Thatcher, un hermano que roza todas las sintomatologías psiquiátricas conocidas por el hombre y le suma una sumisión absoluta a una mujer invisible (literalmente), a un padre ex policía cuyo amor se proyecta mayormente hacía su perro Eddie y a la cuidadora de éste, Daphne.

En este microuniverso en el que el esnobismo actúa de lanza contra las miserias de la existencia y la calle asalta los palacios de la gente bien en forma de problemas cotidianos que resultan tan insignificantes que acaban por ser irresolubles, es donde Frasier adquiere andares agigantados. No hay serie más redonda en su conjunto, ni elegante en su desarrollo; no hacen falta los eternos prólogos a los que tienen acostumbrados las sitcom modernas, en las que para presentar a un personaje se necesitan tres temporadas. Aquí todo va al grano, con la mentalidad de un francotirador que tiene prisa por volver a casa.

Frasier

Frasier está disponible en SkyShowtime.

El demoledor combate entre intelecto y pragmatismo, encarnado en la relación entre los hermanos Crane y su progenitor, un tipo al que le gusta mirar la tele, beber cerveza y hablar de beisbol y al que Nietzche, la ópera y el buqué de los Borgoña se la traen al pairo, es el escenario perfecto para una catarata de one-liners, gags de primera clase y ese extraño consuelo que uno encuentra a veces en la excelencia: es tan perfecta que dan ganas de abrazarse a ella.

La comedia es un género extremadamente complicado y tremendamente desagradecido. Uno no puede plantearla en términos sofisticados porque le llamarán pretencioso y no puede ser modesta porque le tildarán de plano. La ambición hay que dejarla para el drama porque el tormento siempre ha sido algo fotogénico, mientras que la risa arrastra aún ese matiz vulgar del que disfruta algo con la boca llena. Triunfan los cirujanos de la sonrisa congelada, los apóstoles de la incomodidad y los que creen que la carcajada pasó de moda con el cambio de siglo.

La gran virtud de ‘Frasier’: hacernos reír con tipos que viven a años luz de nuestro mundo y que nos parecerían perfectos imbéciles si algún día irrumpieran en casa

Frasier tiene ese tono desconcertante, alimentado por las risas enlatadas, de actores que declaman chistes como si fueran fragmentos de una obra perdida de William Shakespeare en una comedia sobre el choque de civilizaciones que hubiera hecho chasquear los dedos al mismísimo Samuel Huntington. Es la sitcom que levanta la antorcha de la elegancia, siempre por encima de sus propias ambiciones, disfrazada de producto generalista y transversal y cuesta creer que cumpla 30 años con un estado de forma tan extraordinario. Cierto, es una serie de señores blancos con dinero hablando de problemas de señores blancos con dinero que ahora nos parecerían frívolos y probablemente inofensivos, pero contiene esa suerte de auto-canibalismo del que sabe perfectamente cuál es su terreno de juego, y precisamente esa es la gran virtud de Frasier: hacernos reír con tipos que viven a años luz de nuestro mundo y que -probablemente- nos parecerían perfectos imbéciles si algún día irrumpieran en casa.

Es justo decir que (casi) nadie sobrevivió a Frasier, de la misma manera que (casi) nadie sobrevivió a Mad Men o a Los Soprano. Sus actores quedaron enterrados en la sombra de sus propios personajes: David Hyde Pierce se quedó en Broadway y aunque estaba espléndido en Julia, quedó fuera de las grandes ligas; Kelsey Grammer hizo una sombría serie sobre el alcalde de Chicago en el que él estaba magnífico, pero que tampoco fue ningún boom y John Mahoney siguió siendo el espléndido secundario que nunca dejó de ser, un rostro clásico del buen cine estadounidense. De los demás vimos tímidos destellos y poco más: quedaron encerrados en Seattle, en una de las mejores sitcoms de todos los tiempos.

Frasier

Kelsey Grammer es Frasier Crane.

Finalmente, es de recibo confesar que cuando uno observa (con el tiempo como imprevisible aliado) algo que le ha hecho feliz, siempre tiene tendencia a customizar los recuerdos, a atomizarlos. Todo parecen puestas de sol, olor a hierba recién cortada y copas de vino Riedel llenas de Chateau-Petrus. La verdad es que resulta muy difícil reconocer que quizás hubo momentos de vaso de plástico, lluvia y hierba seca. Uno nunca sabe hasta dónde llega la guadaña de la nostalgia, segando cualquier tentación de crítica, pero parece obvio reconocer que Frasier tuvo siete temporadas de absoluta maestría, luego pisó el freno y aunque salvó los platos, perdió parte de ese gigantesco motor que la impulsaba. Y lo peor es que da igual. Porque cuando uno ya lo ha hecho todo, puede permitirse frenar, abrir la ventanilla y mirar por el retrovisor con una mueca de señor descreído.

Uno vuelve a Frasier como vuelve a las croquetas de su bar favorito, sabiendo que el sabor va a provocar que sus neuronas produzcan deliciosas descargas eléctricas, que de repente se esfumaran los males del mundo. Más allá de la infinita calidad de sus guiones, la excelencia de su reparto o su capacidad para pintarle la cara a cualquier comedia que tratara de competir con ella, el secreto de Frasier es el de seguir siendo un bunker en el que refugiarse de un circo cada vez más hostil. Una croqueta que es imposible no comerse y que sigue sabiendo a gloria bendita.

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