Fargo: cómo hacer el spin off de una obra maestra y no morir en el intento
Serie revelación

Fargo: cómo hacer el spin off de una obra maestra y no morir en el intento

La serie de Noah Hawley se mantiene fiel a las virtudes de la película de los hermanos Coen al tiempo que introduce excelentes elementos originales

¿Sabéis cuál es el color del que el ser humano distingue un mayor número de tonalidades? Lorne Malvo (Billy Bob Thornton) le plantea esta pregunta a un desesperado Gus Grimly (Colin Hanks), incapaz de entender las razones por las que se ha producido el baño de sangre que investiga. Gus es un buen hombre: viudo y padre de una hija adolescente; él nunca quiso ser policía. Ni mucho menos pensó que, tras años de una insubstancial rutina dedicada al control animal en una ciudad perdida en el gélido norte de Minnesota, acabaría siendo testigo de violentos asesinatos y jugándose la vida en un tiroteo. Él quería ser cartero. Gus no sabía muchas cosas, como que el color del que apreciamos los matices con mayor precisión que ningún otro es el verde. Y es que, entre 8 y 4 millones de años atrás, justo cuando los primeros chimpancés empezaron a separarse gradualmente de su línea genética madre hasta lo que acabaría siendo el ser humano, los que mejor distinguían los verdes de las plantas que formaban su medio eran aquellos con mayores probabilidades de avistar a los depredadores, dar caza a sus presas y, por extensión, de sobrevivir y dejar descendencia. Mucho tiempo y espacio separa aquellos primates que habitaban los bosques de África de los que hoy en día conducen automóviles por Dakota del Norte, pero sólo un tímido 1,5% diferencia nuestros ADN. Echa un vistazo a la cumbre de la cadena trófica y date cuenta Gus: somos el depredador definitivo.

De esto y de otras verdades incómodas sobre la condición humana nos habla Fargo que es, sin duda, la serie revelación de lo que llevamos de año. No sólo por la calidad del producto, sino por lo implausible que parecería llevar a buen puerto una serie como ésta. Como lamentable productor que sería, yo hubiera cometido el imperdonable error de no comprarla. Por suerte, pude redimir este error nunca cometido siguiendo la serie como fiel espectador.

Fargo es el spin off de la magistral película homónima firmada por los hermanos Coen en 1996. Para cualquiera que haya visto la película, simplemente imaginarlo ya resulta chocante. Ambientada 10 años después en el mismo mundo construido por los geniales hermanos, poco parece poder aprovecharse de los personajes y acontecimientos de la película, a la que le bastan sus 98 minutos para explicar una historia memorable. A los que amamos la obra original de los Coen, la propuesta de «extenderla» nos resulta más cercana al sacrilegio sin sentido que a una buena idea. No hace falta añadir nada a la antigua historia de Fargo y, de hecho, son precisamente los vacíos de sentido y los cabos sin atar una de las señas de identidad que hace grande al relato.

«La serie no está aquí para contarnos lo que ocurrió con los personajes de 1987, sino para decirnos que todo sigue igual: que el ser humano sigue siendo igual de estúpido, el universo igual de indiferente a ello y la búsqueda de sentido a una empresa fútil con sabor a humor negro»

Está la cuestión del famoso maletín con un millón de dólares que queda abandonado al final del film. La serie se sitúa 19 años después de la película y, dado el bajo grado de supervivencia entre los protagonistas así como la sensación de clausura de la historia original –absurda, pero sensación de clausura al fin y al cabo-, el único eslabón que parecería unir los dos tiempos narrativos como para justificar una continuidad sería la presencia del maletín. Y, sin voluntad de spoiler, el maletín aparece. Pero no es esta la continuidad que busca Fargo. La serie no está aquí para contarnos lo que ocurrió con los personajes de 1987, sino para decirnos que todo sigue igual: que el ser humano sigue siendo igual de estúpido, el universo igual de indiferente a ello y la búsqueda de sentido una empresa fútil con sabor a humor negro. Si la existencia humana es como Fargo nos la muestra, su único propósito ulterior sería el de despertar una cínica carcajada en un hipotético Dios observador que, en cualquier caso, no existía para los Coen y no ha vuelto para rescatar a los personajes de Noah Hawley, creador y escrito de la serie. Pero nosotros sí que existimos para reír amargamente ante los hechos que sucedieron en Fargo. ¿Sucedieron? …oh wait.

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«No hay correspondencia entre realidad y ficción ni en la película ni en la serie»

Tanto la película como la serie empiezan con las siguientes letras sobreimpresas: Esta es una historia verdadera. Los acontecimientos representados en este film sucedieron en Minnesota en 1987 (2006 en la serie). En respuesta a las peticiones de los supervivientes, los nombres han sido cambiados. Por respeto a los fallecidos, el resto ha sido contado talmente como ocurrió. Pero todo es mentira. No hay correspondencia entre realidad y ficción ni en la película ni en la serie. Aunque las historias pueden estar inspiradas en casos reales, no existe la voluntad de representarlos fielmente. El texto que aparece al principio es, pues, una estrategia que los Coen justifican diciendo que «[…] si una audiencia cree que algo está basado en unos hechos reales, tienes permiso para hacer cosas que no aceptarían de otro modo». Pero haciendo justicia poética a este gesto infinitamente sobreinterpretable y polémico de los Coen, hay una historia real –esta vez sí– que nos dice más y mejor sobre la verdad de la que se habla en Fargo que nada que podamos especular sobre ella. En 2001, una mujer japonesa que creía que la historia era cierta fue hallada muerta en la nieve buscando el maletín con el dinero que aparece en la película. Esta risa ahogada que siente uno ante este tipo de estupidez y sinsentido es la que marca distintiva de las dos Fargo, y en lenguaje onomatopéyico 2.0 suena a algo parecido a «pfff”.

«El pesimismo existencialista de los Coen que impregna el relato de las vidas de los habitantes del Fargo de 1986 nos absorbe con la misma intensidad en los nuevos personajes de 2006»

Esta es la continuidad que permite a la serie hacer justicia a la película. Saber aprovechar el mismo universo para introducir en él nuevos personajes que, en el fondo, hablan sobre los mismos temas –con el sarcasmo añadido que conlleva la repetición del absurdo a lo largo de la historia humana– y que no puede sino atrapar a los que adoramos este tipo de historias. El pesimismo existencialista de los Coen que impregna el relato de las vidas de los habitantes del Fargo de 1986 nos absorbe con la misma intensidad en los nuevos personajes de 2006. De entre todas las figuras que se repiten respecto a la película, destaca Lester Nygaard, personaje en el que Martin Freeman borda la figura del hombre gris como pocos lo sabrían hacer. El patetismo de Nygaard, vendedor de seguros fracasado que se ve sometido a la castración perpetua de su mujer, sus amigos y su familia; resulta tan desesperante como familiar: llevando un carácter así al extremo nos damos cuenta de cuantas situaciones de nuestra vida se ven igual de sometidas a la inercia y a la corrección política con el mismo aire a burocracia kafkiana que desprende la vida de Lester.

Si bien todo lo dicho remarca que la serie hereda lo bueno y mejor de la película, arreglándoselas para salir airosa en el difícil papel de suceder a una joya de la historia reciente del cine –y bajo un apelativo tan infame como el de spin off–, hay que hablar sobre el personaje que define el carácter propio y original de la Fargo de Hawley: Lorne Malvo. El villano interpretado por Billy Bob Thornton es condición necesaria y suficiente para rendirse ante la serie. Este inolvidable maligno irrumpe en Fargo para destruir el aparente equilibrio que reina en un tranquilo y apartado lugar dónde nunca pasa nada y la gente es buena y sencilla. O lo parece. Malvo siembra la semilla del caos tanto por sus actos como por su carácter: ante un ser que no opera bajo la moral establecida y que toma lo que quiere sin ningún rastro de remordimiento, los individuos que lo encuentran experimentan una profunda inquietud. Necesitan entender. Hombres alienados como Gus o Lester se paralizan ante un Joker que parece inmune ante el sentimiento de culpa y el miedo a transgredir las normas que tanto les atormenta a ellos. Malvo les recuerda que quizá todo aquello en lo que creen podría no ser más que una mera convención, una ficción que ellos mismos se repiten cada día para no tener que afrontar el profundo vacío que quedaría si se desvelara lo que hay debajo. Malvo les recuerda que hasta mejor de los samaritanos tiene un rasgo inescapable en su naturaleza: su capacidad para distinguir muchos tonos de verde.

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