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La Segunda Oportunidad. Así se llamaba un viejo programa de Televisión Española presentado por el mítico Paco Costas que trataba de concienciar a los conductores de finales de los años 70, y de tenerles atentos a los peligros de la carretera.
Comenzaba invariablemente con un espectacular choque de un automóvil contra una roca enorme, que dejaba al vehículo hecho trizas. Un programa de servicio público y un motivo de pesadilla para muchos niños de la época que, boquiabiertos y ojipláticos, no podían apartar la mirada de la pantalla. Niños como Pablo Lopetegui, que, pasado el tiempo y ya cuarentón, no ha sido capaz de seguir la normalidad social y sacarse el carnet de conducir, como todo el mundo.
El bueno, es un decir, de Lopetegui es de los que creen que el talento al volante es directamente proporcional a la idiotez del piloto. Claro que Lopetegui, profesor de universidad especializado en Literatura Medieval, es de los que también cree que todo el mundo es más tonto que él. Misántropo de manual, huraño, con un ego del tamaño de Kentucky, aficionado a mirar a los demás por encima del hombro, un auténtico cretino que, eso también, sigue traumatizado por aquel choque televisivo y por asuntos pendientes con su fallecido padre, del que solamente heredó un viejo Renault 11 GTL impecablemente conservado. La Segunda Oportunidad se le aparece en sueños, y no dejará de hacerlo cuando decida que ha llegado el momento de intentar aprender a conducir.
Cobeaga tampoco se sacó el carnet de conducir antes de los 40, y algunas de sus experiencias en la autoescuela inspiran la primera serie que lleva su firma
Borja Cobeaga es una de las locas mentes pensantes de aquel histórico programa de humor llamado Vaya semanita, que desde ETB (la tele autonómica vasca) se reía de ETA cuando la banda aún no había entregado las armas. Ha dirigido pelis tan brillantes como Pagafantas, Negociador o Fe de etarras; es coguionista junto a su amigo Diego San José de aquel fenómeno llamado Ocho apellidos vascos (también de su secuela catalana), y vivió la experiencia de una nominación al Oscar con su cortometraje Éramos pocos.
Cobeaga tampoco se sacó el carnet de conducir antes de los 40, y algunas de sus experiencias como alumno de autoescuela (y otras muchas que le contaron) inspiran la primera serie que lleva su firma, y que se suma a otras relevantes ficciones recientes producidas por TNT, como Vota Juan o Maricón perdido.
“Es una comedia sentimental con escapes hacia la locura”, define el director y creador de No me gusta conducir. Su talento para plasmar la cara más ridícula del ser humano en su día a día brilla especialmente en esta producción de seis episodios, en la que el humor y la ternura conviven en armónico equilibrio. La peripecia de Lopetegui, un pez fuera del agua rodeado de críos que en cuanto soplan las 18 velas se lanzan a los tests del teórico y a las prácticas al volante, dan para múltiples momentos de comedia. Pero también para reflexionar sobre asuntos tan cotidianos como las relaciones paterno-filiales y, sí, las segundas oportunidades. O para observar cómo alguien tan egoísta e insensible es completamente incapaz de valorar a los seres de luz que, contra todo pronóstico, se le acercan.
Lorenzo, un profesor de prácticas de conducción que merecería spin-off propio.
Aquel tópico de un reparto de intérpretes que eleva el guion a las alturas es aquí una verdad como un templo. Juan Diego Botto parece pasárselo en grande dando vida, hastío y desconcierto, a ese tipo que no aparta la mirada de su propio ombligo. Encuentra, además, la inspirada complicidad de Lucía Caraballo, Leonor Watling o un David Lorente que debería llevarse todos los premios del planeta.
Y es que, en el delicado dibujo de personajes que pueblan el microcosmos de No me gusta conducir, Cobeaga pone el foco en una alumna (Caraballo) de Lopetegui que coincide con él en la autoescuela, ya sin jerarquías y adelantándole por la derecha en su objetivo común. También se fija en la ex pareja (Watling) de nuestro hombre, una mujer que empieza a superar las dependencias más tóxicas de su relación pero con la que mantiene una amistad tan insólita como hermosa, aunque él no se dé cuenta. Y, claro, nos regala a Lorenzo, un profesor de prácticas de conducción que merecería spin-off propio.
Pongamos el freno de mano un instante para fijarnos en este tipo campechano, charlatán y más majo que las pesetas. Él no es profesor de autoescuela, él es un educador. Con experiencia en el taxi, Lorenzo confía en sus métodos de enseñanza desde la sabiduría de quién sabe que no se conduce con las manos, se conduce con los pies. Porque un mono amaestrado podría llevar el volante, pero no podría usar los pedales porque no llega. Aunque un mono tampoco podría presentarse al examen de conducir… ¡porque no tiene DNI!
La filosofía de aprendizaje del afable Lorenzo pasa por hipnotizar al alumno con su cháchara: es fundamental que no se ponga “nervosio” cuando maneja, y son fundamentales algunos consejos de sabio, como equiparar el embrague a una cucaracha (“písala, písala”), o repetir como un mantra lo de “rueda al bordillo, carnet al bolsillo”. Incluso no duda en soltar al futuro conductor a la jungla de la Glorieta de Atocha en su primer día de prácticas al volante. Y cuando la clase ha salido bien, remata: “Fácil y para toda la família”. En Lorenzo, uno cree reconocer las maneras, y el verbo, de un evolucionado o maduro Juancarlitros, el mítico cuentachistes de otra divertidísima comedia de Cobeaga, No controles.
El padre de la serie entrega la escritura de tres capítulos a otras manos. Y el experimento, la mezcla de sensibilidades, funciona como el motor de un Ferrari.
La primera aparición del personaje, su monólogo de bienvenida a las prácticas que Lopetegui escucha sin dar crédito, provoca carcajadas hasta la lágrima a quien esto escribe, quizás sensible al tema porque, como el arisco profesor, tampoco tiene el carnet de conducir. David Lorente, actor de largo recorrido, visto en 200 episodios de Amar en tiempos revueltos o en los seis de Antidisturbios, está inconmensurable. Cobeaga le regala el papel de su vida, y Lorente se sale.
Otra de las circunstancias que merecen un breve alto en el camino está en los guiones. Porque el padre de la serie entrega la escritura de tres capítulos a otras manos: el tercero está firmado por Diana Rojo y Borja Glez Santaolalla (los creadores de #Luimelia), el cuarto tiene como autoras a la cineasta Mar Coll y a su colaboradora habitual Valentina Viso (Tres días con la familia, Matar al padre), y el quinto está escrito por Juan Cavestany (Vergüenza, Sentimos las molestias). El experimento, la mezcla de sensibilidades, funciona como el motor de un Ferrari.
Así las cosas, y mientras el protagonista trata de superar el mayor reto de su vida, y se va dando cuenta poco a poco que ha llegado el momento de saldar cuentas consigo mismo, No me gusta conducir va dejando poso en un espectador que se troncha y se emociona sin solución de continuidad, y que sufre cuando Lopetegui intenta el truquito de la tijereta para salvar el inevitable coche calado en una cuesta.
Esta es, pues, una serie estupenda, redonda, que además redimensiona aquella idea que Coque Malla y Todo es mentira instalaron en el imaginario de toda una generación: Cuenca es el paraíso, y viceversa. ¿Te das cuenca?