Crítica 'Exterior Noche': El caso Aldo Moro
Crítica 'Exterior Noche'

El caso Aldo Moro

'Exterior Noche' se corona cómo una obra definitiva dentro de la vasta filmografía de Marco Bellochio, un director que consigue explotar al máximo sus constantes estilísticas para hacernos reflexionar sobre un episodio histórico repleto de incógnitas y contradicciones del que Italia todavía no parece haberse recuperado.

En Buenos días, noche (2003), Marco Bellocchio se aproximaba al secuestro y posterior asesinato de Aldo Moro, presidente de la Democracia Cristiana en el momento en el que fue ejecutado por las Brigadas Rojas en 1978. Todo desde la lateralidad que le proporcionaba la mirada de Chiara (Maya Sansa), protagonista absoluta de aquel film y miembro de la organización comunista. Una activista que participó de facto en el crimen pero que no cesaba de interrogarse sobre la conveniencia (y la justicia) de aquella supuesta acción revolucionaria (era partidaria del secuestro pero no del asesinato, por ejemplo).

Ahora, en Exterior noche, el octogenario cineasta italiano regresa a un suceso que abrió en dos la historia de la Italia contemporánea valiéndose del formato serial para enriquecer con nuevas perspectivas la reconstrucción de la muerte de Moro. Entregándonos una especie de negativo ampliado de su película de 2003 que deviene, digámoslo ya, una obra capital en el seno de su vasta filmografía.

Los estupendos Toni Servillo y Margherita Buy como el Papa Pablo VI y Eleonora, la viuda de Moro.

En su teleserie, Bellocchio no solo no abjura de sus constantes estilísticas, sino que las explota al máximo, y, al mismo tiempo, aprovecha todas las ventajas que le ofrece el relato seriado para, por un lado, brindarnos un pormenorizado estudio de personajes que se beneficia de la longitud inherente a la teleficción y, por el otro, para armar una estructura polifónica que nunca descuida la visión de conjunto (en este sentido, es especialmente brillante el quinto capítulo centrado en Eleonora Moro, epítome de lo que debería ser la representación de los familiares de las víctimas del terrorismo en una pantalla).

En esta tarea de composición de guion no parece casual que el director de Las manos en los bolsillos (1965) se haya rodeado de guionistas como Ludovica Rampoldi, Stefano Bises y Giovanni Bianconi (tres de los responsables de otra serie estructuralmente endiablada como Gomorra) y Davide Serino (quien junto con Rampoldi estuvo en ese trio de producciones centradas en el análisis político como 1992, 1993 y 1994).

Los guionistas de esta impecable recreación jamás pierden de vista el retrato general de la historia

La serie estrenada por Filmin y presentada en la última edición del festival de Cannes, repasa las jornadas inmediatamente anteriores al secuestro de Moro (Fabrizio Gifuni), nos conduce (elípticamente) a través de sus 55 días de cautiverio y lo hace atendiendo a los puntos de vista de la víctima (episodio 1), del que fuera ministro del interior, Francesco Cossiga (Fausto Russo Alessi), del por entonces Papa, Pablo VI (Toni Servillo), íntimo amigo de Moro; de los secuestradores, representados por las figuras de Adriana Faranda (Daniela Marra) y Valerio Morucci (Gabriel Montesi) y de la esposa de Moro, Eleonora (una pluscuamperfecta Margherita Buy).

El capítulo final, que compendia el desenlace de los hechos, se nos abre como un abanico de perspectivas que avienta los episodios precedentes para sumar las reacciones de todos los protagonistas de esta serie coral ante tan funesta resolución. Pese a singularizar cada una de las partes, Bellocchio y los guionistas de esta impecable recreación jamás pierden de vista el retrato general de la Historia y, en un gesto imbuido de coherencia, emplean el medio para el que han desarrollado la ficción como difusor de la agitación social del momento.

La televisión se nos presenta como el instrumento que da acceso a lo ocurrido. En tanto vertebrador de la cotidianeidad, pero también como catalizador de la información (nos entremos de qué sucede porque los protagonistas se juntan alrededor del aparato para informarse). En este sentido, el trabajo con el material del archivo funciona como elemento contextualizador, pero también como síntoma de que la verdad televisada fue del todo insuficiente y estuvo muy lejos de aproximarse a la realidad de los hechos.

No es casual que Bellocchio texturice imágenes registradas por su equipo como si fuesen documentación en un juego intertextual que va más allá del capricho: la idea de representación, de mascarada, contamina todo el metraje y el cineasta italiano lo explota a conciencia. En definitiva, Aldo Moro, en un símil cristiano al que la serie no renuncia, fue sacrificado para obtener una salvación que solo llegó para algunos (los contrarios al pacto entre la Democracia Cristiana y el Partido Comunista que estaba a punto de firmarse y que el presidente de la DC había tutelado).

Exterior Noche está disponible en Filmin

Abundando en esta idea, Bellocchio no muestra a Moro secuestrado hasta el capítulo final (aunque hemos visto su captura en el primero). De manera que el armazón dramático pivota sobre esa enorme ausencia mientras explora las reacciones de los implicados. Al igual que ellos, el espectador no ve, no sabe, está in albis. El acceso a su cautiverio solo será posible cuando, al final del quinto episodio, veamos a un grupo de estudiantes de teatro ensayando una representación sobre el rapto del político en la que la policía irrumpirá, acompañada por Eleonora, pensando que han dado con el paradero real de su marido.

La primera toma de contacto con el encierro se produce a través de la representación -la Historia como farsa- y ese es el mecanismo que facilitará la transición al habitáculo en el que permaneció oculto contra su voluntad el que fuera primer ministro italiano hasta en dos ocasiones. Cuando acaba el ensayo de la función, accedemos a ese nuevo espacio que no deja de ser otro escenario, la habitación de un hogar común convertida en zulo, decorada para funcionar como localización en el interior de una representación mayor dirigida por figuras oscuras como Giulio Andreotti o el propio Cossiga, con la CIA moviéndose entre bambalinas.

Bellocchio nos trae la luz, desenmascara la farsa, nos acerca a esa verdad que no apareció en los informativos de la RAI ni en las crónicas oficiales

Aunque el cineasta italiano no es categórico en todas sus respuestas – estamos ante un pasaje histórico repleto de incógnitas y contradicciones difícilmente resolubles-, el silencio institucional, la inoperancia policial o las negociaciones abortadas sin apenas explicación (el millonario rescate recaudado por la Iglesia que nunca se abonó) terminaron con el asesinato de Moro y malograron el acuerdo DC-PCI que él había impulsado y que buscaba estabilizar un país siempre en permanente zozobra.

Cuando todo acaba, observamos cómo un miembro de las BR destruye el escondrijo en el que Moro estuvo retenido. Los rayos del sol entran por las ventanas hasta ese momento tapiadas y descubrimos la naturaleza de decorado del espacio. Como si el secuestro de Moro solo hubiese sido una mascarada para esconder el verdadero objetivo (evitar la pacificación de Italia a través de un pacto entre partidos antagónicos). Bellocchio nos trae la luz. Desenmascara la farsa. Nos acerca a esa verdad que no apareció en los informativos de la RAI ni en las crónicas oficiales.

Exterior noche es, pues, una obra definitiva dentro de la carrera del director de Los ojos, la boca (1982). Un autor que ha sabido extraerle todo el potencial a la narración serial sin renunciar a su voz – los pasajes oníricos para examinar los más profundos pliegues psicológicos de los personajes; el uso de la arquitectura interior para reflejar estados mentales (la intrincada casa de los terroristas; la presión que sufre Eleonora); la plasmación de una sensación a través de la forma pura (el trayecto de Moro entre muros pintados de proclamas rojas) – para reflexionar sobre un episodio nacional del que Italia todavía no parece haberse repuesto.

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