'Exit': Cuatro hombres ricos, un pene erecto y una prostituta sin oreja
'Exit'

Cuatro hombres ricos, un pene erecto y una prostituta sin oreja

‘Exit’ es el relato real de la vida de cuatro inversores noruego obsesionados con la droga, las mujeres y los coches de lujo.

'Exit' está disponible en Filmin.

Cuatro minutos le bastan a la serie noruega, Exit, para captar la atención del público y proponerse como una de las ficciones que mejor radiografían el poder y las bajezas que engendra el capitalismo.

Minutos uno: cuatro hombres que se han hecho ricos en el agresivo sector de las finanzas son entrevistados por un periodista. Son Adam, Jeppe, Henrik y William. Todos ellos alrededor de la cuarentena se congratulan de la fortuna que han conseguido vendiendo y comprando acciones, empresas y gestionando fondos de inversión. Son los ganadores del sistema.

Minuto dos: Adam se levanta de la cama. Allí está Hermione, su esposa que él define como «una mujer fantástica». No tienen hijos porque según Adam, desde los 25 años ha «creado y vendido tres compañías distintas» y después de haber ganado sus 100 primeros millones de Koronas -unos 9,2 millones de euros- a los 30 años «ha sido difícil encontrar desafíos interesantes».

Minuto tres: Adam desayuna, se toma un café de pie mirando como sale el sol, se viste con un traje caro, deja a Hermione durmiendo en la cama y se marcha de su perfecta casa hacia su oficina en el centro de Oslo en un Porsche. Adam termina su jornada laboral, llama a Hermione y le dice que tiene trabajo porque tiene reunión con unos inversores y que esa noche llegará tarde.

Minuto cuatro: Henrik y Adam se encuentran en un piso alquilado en Oslo. Se trata de un apartamento que más tarde sabremos que rentan a modo de «refugio» los cuatro amigos protagonistas. Henrick esnifa dos rayas de cocaína y se bebe un vaso entero de ginebra en el salón. Adam está teniendo sexo con una prostituta en la habitación de al lado. Henrik aguarda su turno, pero harto de esperar aporrea la puerta de la habitación como un loco pidiéndole a Adam que le dejé entrar para follar él también. Adam hace caso omiso a la petición de Henrick; es más, cuando escucha la demanda de su amigo, decide abandonar la cama para follar con la prostituta apoyada en la puerta.

Henrick se toma un blíster entero de lo que parece Viagra. Lo vemos desnudo con la polla erecta en la que debe ser una de las pocas escenas de penes duros de la historia de las series. Quiere entrar en la habitación, pero Adam se ha encerrado dentro y entonces decide ir a buscar un cuchillo para abrir la puerta sin saber que en ese momento la prostituta está apoyada en la tabla de madera. Clava el cuchillo en la puerta al modo de Jack Torrance en El Resplandor y le corta una oreja a la chica.

Así empieza esta ácida comedia que se puede ver en Filmin: unos ricachones hablando de lo bien que les va, una polla erecta y una mujer sin oreja. Dinero, sexo y destrucción. En cuatro minutos se marca la tónica de toda la serie.

A partir de entonces empiezan 236 minutos en los que asistimos a la degradación moral de cuatro hombres acostumbrados a tener todo lo que desean cuando lo desean, y que no dudan en arrasar todo lo que les rodea, en virtud de su hedonismo. A brocha gorda, nos topamos con Adam, un individuo narcisista que maltrata a su mujer y que necesita cambiar de coche cada seis meses; Henrick, un adicto al sexo cuyo único objetivo vital es hacer crecer los cuernos que lleva su esposa con la que tiene cuatro hijos; Jeppe, el mayor del grupo y el que a priori es más centrado pero que sin embargo es lo más parecido a un narcotraficante; y William un hombre arrasado por el trastorno mental por culpa de su adicción a la cocaína. Unas joyas.

Entre la ficción y la realidad del poder

Hombres blancos, sexo, dinero, violencia, coches y poder. En numerosas ocasiones la ficción ha intentado narrar los intríngulis de quienes más tienen. En el mundo de las series, este tipo de relatos se cuentan por decenas. Narcos, Suits, House Of Cards, Mad Men o Succession son solo unos pocos ejemplos.

La diferencia entre esas series y Exit es que, en ellas, los protagonistas acaudalados gozan de lo que en el mundo de la pequeña y gran pantalla llamamos profundidad psicológica. Personajes complejos que transitan entre la bondad y la maldad, aunque casi siempre decantándose hacia uno de los lados de la fuerza.

Existen series en las que la representación del poder es benevolente y en las que el concepto se define como algo deseable. Ahí está Don Draper que durante una época fue sinónimo de elegancia, masculinidad bien entendida y que llegó a inspirar la estética de los hombres del siglo XXI. Ahí están Mike y Harvey en Suits cuyo retrato es probablemente el canto más fervoroso al sistema capitalista y a la América preTrump. O ahí está la serie sobre Pablo Escobar de Netflix que no hizo más que dignificar cual Robin Hood la figura de un criminal internacional.

Lo más sorprendente en este caso es que, a diferencia de la mayoría de ficciones sobre el poder, aquí estamos ante una historia basada en hechos verdaderos

Pero incluso en las narraciones más extremas, aquellas en las que los hombres ricos son simple y llanamente abominables, como por ejemplo en la historia de Logan Roy o Frank Underwood, vemos un rayo de humanidad. En el primer caso el magnate de Succession se nos presenta como un hombre familiar nacido en un entorno pobre, que pese a maltratar a su prole y estar obsesionado con su legado, a veces intenta ser buen padre. Por su parte, Underwood en su paranoica forma de entender el mundo, tiene capacidad, a veces, de querer a las personas de su círculo más cercano; Claire o Edward Meechum, su guardaespaldas, por ejemplo.

Podría parecer entonces que la representación del mundo de las finanzas que hace Exit es excesiva, llena de tópicos, con personajes planos que se antojan como estereotipos. Los cuatro protagonistas son odiosos y el público en ningún momento va a empatizar con ellos. Son asquerosos, no hay por donde amarlos y en ocasiones resultan del todo inverosímiles. Sin embargo, lo más sorprendente en este caso es que, a diferencia de la mayoría de ficciones sobre el poder, aquí estamos ante una historia basada en hechos verdaderos. Los cuatro protagonistas son inversores reales de Oslo que dieron sus testimonios para un reportaje periodístico de 2017.

¿Cómo puede ser que la representación del poder que más irreal nos parece, sea aquella más real? Con ello no estoy diciendo que Succession, Mad Men o House Of Cards no sean buenos análisis de los ganadores del sistema capitalista, ni mucho menos negando que sean buenas series. Estoy afirmando que, tal vez, presuponemos demasiadas bondades a hombres que son delincuentes y por ello los retratamos con unos matices que no tienen.

Adam, Henrick, Jeppe y William personajes de ‘Exit’.

Delincuencia y poder

El sociólogo César Rendueles afirmaba en una entrevista que el fraude millonario llevado a cabo por los directivos de Volkswagen que instalaron un software que permitía cambiar los resultados de las pruebas de emisiones de gases contaminantes de los motores diésel de 600.000 coches vendidos a Estados Unidos, debía equipararse a aquel chaval que truca el motor de su coche para que pase la ITV. La única diferencia entre esos canallas es la escala de delito.

Esta idea, precisamente, es perfectamente apreciable en Exit. Si en lugar de haber nacido en un ambiente pijo y respetable, los personajes que aparecen en la serie noruega lo hubiesen hecho en un barrio marginal, probablemente estarían vendiendo droga en la calle. Pese a los trajes, las casas enormes y los cochazos, son delincuentes, aunque en la mayoría de series que tratan el poder, nos cueste de reconocer este hecho.

En este sentido, la serie más parecida a Exit es otra ficción basada en hechos reales que ha llegado a nuestras costas durante el confinamiento. En La voz más alta, la historia Showtime que resigue las andaduras del creador de la cadena de televisión Fox, Roger Ailes, se nos presenta a un mentiroso, depredador sexual, narcisista, paranoico y fascista. Además de cometer delitos evidentes como el de violación o estafa, Ailes emplea todo su poder mediático para conseguir, mediante mentiras, que Estados Unidos invada Irak.

Si Ailes no fuera un hombre blanco, católico, nacido en una familia de clase media, no hubiese tenido la oportunidad de prosperar como lo hizo y sus crímenes hubiesen quedado en un ámbito muy reducido; en su pueblo natal del medio oeste americano.

El verdadero Roger Ailes en los estudios de Fox News en 2011.

Con todo lo dicho se puede entender mejor esa experiencia psicológica que muchos espectadores viven al ver las series citadas. No queremos que Frank Underwood fracase, no queremos que Pablo Escobar muera, no queremos que la familia Roy caiga en la miseria, queremos que Don Draper o el dúo de abogados de Suits triunfen. Lo queremos por la empatía que esos personajes nos suscitan y porque esas series, aun asumiendo que sus protagonistas son delincuentes, no desenmascaran esa línea que une delincuencia y poder. Este último atributo, no es presentado como algo indeseable en ellas. Como mucho se nos define un poder que está siendo mal usado, pero se intuye que, si Gandhi o Mandela hubiesen tenido el poder de Pablo Escobar, el dinero del Patrón, hubiesen hecho el bien; aunque eso no es un hecho científico.

Justamente sucede todo lo contrario en Exit o La voz más alta. Allí se demuestra que el poder solo se consigue mediante el delito y que en sí mismo, se define como la capacidad de delinquir a lo grande. Es por ello que en ambos relatos el público desea encarecidamente que los protagonistas fracasen. El espectador solo quiere ver a Roger, Adam, Jeppe, Henrik y William entre rejas, porque como quien asesina es allí donde merecen estar estos abominables hombres. Esta es la magnitud de esas historias reales que parecen alegorías pero que tal vez son más reales que las series sobre el poder que se pretenden realistas.

El capitalismo según ‘Exit’ (contiene spoilers)

Después de ver cómo Adam pierde a su mujer, que lo denuncia por violencia machista, después de ver cómo Henrick tiene sexo con Hermione y la deja embarazada, después de que William intente suicidarse y descubra que los mafiosos que él creyó que lo perseguían son en realidad alucinaciones, después de ver como todo el mundo de los cuatro inversores noruegos es un castillo de naipes hecho con billetes que se ha derrumbado, Jeppe, en la penúltima escena de la serie, lleva a cabo un alegato en defensa del capitalismo que no tiene desperdicio. No lo tiene porque explica a la perfección el objetivo de toda la serie: retratar la obcecación en la que viven quienes más tienen, y su incapacidad de ver que el sistema que defienden solo engendra sufrimiento y autodestrucción.

«La ambición financiera no solo es buena, es inevitable. Estamos construidos genéticamente para ser avariciosos»

Ante una sala llena de sus empleados, inversores como él, el más viejo del grupo les pregunta si conocen a Ivan Boesky. «Boesky es el corredor de bolsa que dijo la frase: ‘La avaricia es buena’. No me gusta la palabra ‘avaricia’. Llamémosle ‘ambición financiera'», dice Jeppe. «La ambición financiera no solo es buena, es inevitable. Estamos construidos genéticamente para ser avariciosos (…) es el motor mental que impulsa el mundo. Sin ella, estaríamos cientos de años atrás en el tiempo. Así que, sin gente como nosotros, que ha impulsado la sociedad basada en la ambición financiera, el nivel de vida habría sido como en la Edad Media», señala el inversor ante sus subalternos.

Como si se tratase de un sacerdote, Jeppe sigue vociferando antes del aplauso final de su público. «Cuando la gente habla del capitalismo con desprecio, tienen que pensar en ello. Te guste o no, el capitalismo no puede ser juzgado por los motivos, solo puede ser juzgado por las recompensas que nos ha dado. No solo como individuos sino como especie. ¿Requiere de un sacrificio? Hace dos semanas que no veo a mis hijos despiertos. Pero sé que llevo una vida que la mayoría solo puede soñar», sentencia el personaje.

Pocas definiciones son tan terribles como esa justificación de Jeppe que asume que llevamos el capitalismo en las venas. Por fortuna, esa perorata que dura cuatro minutos justos y que no es nada más que una autofelación del protagonista, viene precedida por 230 minutos en los que se ha demostrado que el capitalismo siempre desemboca en una prostituta sin oreja.

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