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La cinco veces ganadora del Goya, Isabel Coixet, tiene un idilio con la comida que la mayoría desconocíamos. Y en cuanto tuvo la oportunidad de poner las manos sobre un proyecto televisivo, no lo dudó: «Foodie Love es la fusión de dos de mis pasiones: las historias de amor y la comida, a través de una historia de amor, desamor, dudas y comida, donde dos personajes se encuentran, se alejan y se reencuentran a través de un peculiar recorrido por cafés, bares, chiringuitos y restaurantes».
La directora catalana se autodenomina «alérgica» al postureo foodie, del que asegura la serie se desmarca con elegancia. La serie es también un homenaje a todos esos restaurantes y ciudades gastronómicas que han marcado su vida comidista, desde Barcelona, a Roma, París, Nueva York, Tokio, Helsinki… Todas ellas aparecen en Foodie Love (de HBO España), y es en su parada en Barcelona, en el restaurante de los Hermanos Torres, donde tenemos la oportunidad de sentarnos a hablar con ella.
Explícanos desde tu punto de vista de qué va ‘Foodie Love’.
De qué va… Yo empecé a pensar en esto hace mucho tiempo. Yo veo muchas series, me gustan. No soy una persona adicta a las series, aunque hay algunas que me parecen obras maestras, la verdad. Me habían ofrecido, en el pasado, dirigir dos episodios de Homeland, tres de Narcos, dos de True Blood. Pero en las series, bueno… Tú llegas allí y todo está decidido, los guiones están decididos, los actores, todo… Esto no es divertido para un director. O sea, si todo lo que tienes que hacer es poner la cámara y escenificar… No sé, creo que hay muchas cosas que me divierten más, ¿no?
«Empecé a pensar en una pareja… en ese momento donde tienes ya cuarenta y te das cuenta, por fin, de que no sabes nada de la vida»
Empecé a pensar en cómo unir las dos cosas que más me gustan, que son las historias de amor y las historias de comida, y salió la historia de Foodie Love. Empecé a pensar en una pareja… gente con sentido del humor, gente que tiene un pasado… Ese momento donde tienes ya treinta y cinco, cuarenta, y te das cuenta, por fin, de que no sabes nada de la vida y que parece que nunca vas a saber nada, ¿no? Y cómo te relacionas con los demás. No es ya una cuestión de: «voy a entrar en Tinder para follar». Sino que entras en otro tipo de app para conocer a gente que, al menos, comparta algo contigo, tenga tu mismo sentido del humor, tus mismas aficiones, no exactamente tu punto de vista sobre la vida, pero sí sobre muchas cosas.
Empecé entonces a pensar en esto y a crear a estos personajes y cómo se relacionan y a pensar, sobre todo, en todos los sitios de comida que se me han quedado en la memoria, que me gusta compartir. Porque a la gente que nos gusta la comida también lo que más nos gusta es llevar a los amigos o a la gente a un sitio y hacerles que pidan lo que tú quieres que pidan y luego estás allí como esperando: «bueno, te ha gustado, ¿no?»; «Pobre de ti». Pobre de ellos si dicen que no.
Cuando hablabas de que te habían ofrecido dirigir capítulos de series que ya estaban en funcionamiento, es porque, la figura del director-guionista es muy habitual en cine pero no es nada habitual en televisión. ¿Tú has encontrado que no lo es por algo concreto?
Hombre, porque es un trabajazo. Para mí esto es como hacer dos películas seguidas. Yo me planteé todos estos universos de Foodie, que algunos son en Roma, en el sur de Francia, en este restaurante (Hermanos Torres), en un bar… Son universos muy diferentes y hemos tenido que rodar en todos ellos. Realmente es mucho trabajo. Si uno quiere estar, si uno es un control freak como yo, pues es duro. Pero es muy bonito también.
Tengo también que decir que cuando conocí a Laia Costa y a Guillermo Pfening (protagonistas de Foodie Love) no sabía hasta qué punto podíamos divertirnos tanto en un rodaje. Lo hemos pasado muy bien. Lo estamos pasando muy bien. Hay momentos muy dramáticos, muy de tal, pero también hay momentos muy lúdicos. Y ese arco de las series… que a mí me costaba escribir. Me costaba escribir capítulos que pudieras ver separadamente pero que luego todos juntos tuvieran un arco y tuvieran un sentido y un sentido narrativo interesante, pero he aprendido mucho con esta serie. He aprendido mucho con ellos y todavía seguimos rodando.
En la nota de prensa aparece la frase: «los protagonistas comparten la alergia al ‘postureo foodie'». Quería preguntarte qué tipo de ‘foodie’ es el que no veremos en la serie. Porque imagino que tú compartes esa alergia…
Claro… Lo que nos pasa a los que hace muchos años que somos foodies o comidistas o como quieras llamarle, ahora, de repente, ves a gente que hace su blog de comida, que ha comido en tres restaurantes en su vida y ya hablan de «la mejor croqueta» y «la mejor ensaladilla»… Y tú dices: hombre, no. O esta gente que todo el rato está haciendo fotos a los platos. Es una de las cosas que se dice literalmente en la serie: «¿qué es esto de hacer una foto al plato?» Primero lo pruebas, y luego, si te ha gustado mucho, vuelves y le haces la foto. Pero tú primero pruébalo. Porque ¿qué es la foto? La foto al final no es nada.
A veces vas a restaurantes donde no tienen esta obsesión por el emplatamiento bonito, pero que hacen unas cosas que te mueres, ¿no? O sitios en las afueras de un pueblo, gente que cuida el producto de la hostia, y que te lo ponen así tal cual, y que también puedes disfrutar mucho comiendo. En la serie está eso. Hay las tapas de pie, en una barra, en un sitio que casi la gente tira los papeles al suelo, el restaurante de dos estrellas, el café…
«Yo el cortado lo quiero con leche… ni de soja, ni de avellanas, ni de arroz, ni de almendras»
Yo hay cosas que alucino… el otro día en el catering del rodaje había siete clases de leche y yo digo: «pero es que el cortado lo quiero con leche, yo no quiero ni de soja, ni de avellanas, ni de arroz, ni de almendras». O sea, de verdad, NO HABÍA LECHE. Esta cosa ya nos está volviendo locos… Como con el gluten. Que tú dices: a ver, una cosa es si eres celíaco de verdad, y otra cosa es que tú crees que el gluten te va a engordar. Te engordará como te engorda todo.
Hay otra obsesión que me parece un poco absurda… ¿Cuál es la mejor croqueta? Pues habrá gente que su madre hace unas croquetas estupendas y ya nunca le desmontarás de ahí, ¿no? Pero esta competición siempre me parece un poco absurda. A mí, personalmente. Ellos (los protagonistas) nunca hablan de «el mejor». Ellos disfrutan igual comiendo aquí que en un puesto cutre de crepes, que es lo único que encuentran abierto a las dos de la mañana en un pueblo en Francia.
La asociación entre comer y follar se ha hecho mucho en el cine y la televisión…
Aquí tardan en follar, eh…
(Risas)
Me interesaría que me hablaras de esto, porque es una asociación, además, muy natural. ¿Cómo conectas en la serie, como creadora, la comida y el sexo?
Sí, es verdad que lo coloco bastante en el mismo sitio. Y ya comer bien y follar bien en el mismo día debe ser mucho. Ellos en un momento hasta lo consiguen y todo. Ella, por ejemplo, se queja de que él siempre está haciendo esta relación, exactamente lo que tú has dicho, ¿no?, pero luego le da una lección, lo que pasa es que… no te lo puedo contar. Pero ocurre.
Muchos directores y guionistas que trabajan en cine y luego hacen alguna cosa para televisión, siempre dicen que la televisión, permite desarrollar mucho más los personajes. En este caso, en ‘Foodie Love’, ¿tú has podido hacer lo mismo? ¿has podido hacer un desarrollo mayor de los personajes que en una película tradicional?
Yo creo que para mí, los personajes están muy desarrollados. La serie me ha permitido jugar mucho con las cosas que no vemos. Se supone que el proceso, aunque luego la gente hace un binge-watching de estos y se ven, evidentemente, los ocho episodios seguidos. Pero el esperar, ese esperar a la semana que viene para ver algo, y donde los personajes hablan de cosas que tú no has visto pero que permite imaginar, para mí me ha permitido más jugar con esto que, claro, en una película.
«Las aplicaciones de ligue también pueden ser románticas, ¿no?»
Evidentemente también jugamos con las elipsis, ¿no? Pero aquí sí que he aprendido a jugar de una manera como más profunda y más grande. Pero bueno, los personajes están desarrollados como en una película. El otro día decían: «¿te has planteado de puesta en escena algo diferente de una película?». Y yo pienso: «no». Quizás en el montaje sí pero no en la manera de rodar. Yo, es la manera de rodar que tengo.
Llama la atención que utilizaras la premisa o el detonante de las aplicaciones de ligue, porque si ves un poco tu filmografía, tienes una tendencia a romantizar estos encuentros.
Las aplicaciones de ligue también pueden ser románticas, ¿no? Espero, vamos…
(Risas)
Pero, quiero preguntarte cómo te planteaste esta nueva manera de ligar, de conocer a gente, de conectar con otra persona en la serie, en la ficción. ¿Fue una decisión…?
No. Es una serie que yo empecé a escribir en Nueva York hace tres años y medio, un año que viví allí. En Nueva York realmente lo de las aplicaciones estas es una cosa ya un poco enfermiza. No sé, me parecía… Pero, a parte, ahora, también hay cosas muy especializadas. Por ejemplo, yo tenía una amiga que trabaja en el departamento de jardines de Nueva York, que formaba parte de un grupo que habían creado una aplicación para gente a la que le gustaba pasear por jardines. Y yo decía: «pero bueno, ¿y follar también?». Y decían: «no». No, no. Son garden lovers.
A mí esto de que solo se unían para pasear por jardines y tal, me pareció fascinante. Pensé: «bueno, ¿por qué no hay una que sea para gente a la que le gusta comer?». Sobre todo en Nueva York, que la gente hace tours gastronómicos a Queens porque hay un sitio coreano donde hacen unas costillas…, y es un antro grasiento, de que entras y te mueres.
También, es verdad, una de las influencias que tuve fue esto que hacen en Williamsburg, Brooklin, que es el mercadillo Smorgasburg, que es donde nació el cronut (el cruce entre croissant y donut). Es un sitio de food trucks pero con cosas muy especiales. El roll helado nació allí. Y entre los jardines y el helado éste empecé a imaginar.
¿Y cómo transmites, en imágenes y en guion, el aroma y el sabor de las cosas?
Es muy fácil. Hay efectos de placer, y el placer yo creo que los dos lo experimentan, y me hubiera gustado que hubierais venido el domingo pasado, que se comieron tres menús degustación cada uno de los Torres (risas). Y yo pensé: «por favor, traigamos algo de fruta porque esto…». Pues no, no. Les puedes preguntar, porque se lo comieron… Que yo sufría.
¿Podría ser que esta serie que, en principio, critica el ‘postureo foodie’ acabe incrementando el ‘postureo foodie’ entre los espectadores de la serie?
Yo lo que espero es que aumenten las ganas de comer, bueno, y de follar también, sí (risas). Pero sobre todo de comer, ¿no?
Se dice que filmar actores comiendo es muy complicado. Por eso a menudo vemos personajes en pantalla sentados en la mesa, hablando, pero nunca mastican ni se llevan el tenedor a la boca. ¿Cómo lo has salvado?
Mira, ayer estaba viendo un episodio de El método Kominski y estaban, te lo juro, estaban los dos comiendo. Habían pedido delivery chino. Y yo, todo el rato estaba mirando y digo: «¡pero si es que no comen ni una vez!».
Es que nunca comen.
Yo ya te digo, pregúntales a ellos, porque han comido lo que no está escrito. Han comido de verdad. Todo lo que comen, se lo han comido.
Se lo tragan.
Y se lo tragan. Y en uno de los rodajes se acabaron un bote de lemon curd… ¿Sabes esta cosa… la crema esta de limón inglesa? Bueno, que es limón, azúcar…, limón, azúcar y crema. Pues que se acabaron un bote. Se acabaron un bote.
¿Y no has tenido complicaciones de sonido…?
Bueno sí… y el de sonido ya lo sabía. Le digo: «yo quiero que en la serie coman». Pregúntales a ellos. Algún día se han ido un poco perjudicados, especialmente un día que Laia pensó que no había postre y se comió tres trozos de carrot cake del catering y luego volvió aquí y se tuvo que comer dos postres de chocolate.
Oye, ¿y adónde vais después de Barcelona?
Nos vamos a Roma.
A Roma, ¿y luego?
A Tokio.
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