Comparte
El 20 de junio de 2020 las revistas de trade estadounidenses, aquellas que se ocupan menos del show y más del business, confirmaban lo que hasta entonces había sido un secreto a voces: Eden productions había llegado a un acuerdo con Apple TV+ para crear un número indeterminado de documentales, series y películas para la plataforma. De entrada, la cosa no daría para más, pero resulta que el fundador de Eden no es otro que Richard Pleper.
Plepler cumple todos los requisitos para aquello de ‘no necesita presentación’. Treinta y cuatro años en HBO, una década y media como presidente, responsable de infinidad de éxitos de la compañía desde 2007 (entre ellos, una nimiedad llamada Juego de tronos), cuando se hizo cargo de la misma después de la traumática salida de Chris Albrech. El ejecutivo mantuvo firme el timón hasta que una compañía de telecomunicaciones compró la compañía y empezaron las ocurrencias. La mayor de ellas, una reunión con la nueva directiva de la multinacional en la que éstos dejaron claro que querían que HBO fuera menos HBO y más Netflix.
Ya habían dejado la compañía pesos pesados como Michael Lombardo o Sheyla Nevins y muchos otros puestos intermedios habían sido dejados a la intemperie. La dictadura del algoritmo estaba a punto de empezar, ya no importaba demasiado la idea de dejar que la excelencia abriera camino. La teocracia del volumen había llegado para quedarse: una serie para cada ser humano en la faz del planeta sin ninguna otra línea de contenido que no fuera llenar la parrilla de productos para mayor gloria del scroll eterno.
Por supuesto, hay excepciones. La casa sigue teniendo un muestrario excepcional y fondos para codearse con quien haga falta, pero la reciente fusión con Discovery Chanel amenaza con convertir la tele de teles en un cajón de sastre lleno de programas de amantes de la chatarra, coleccionistas de anticuallas, casas de empeños y documentales de megaconstrucciones. De momento han cortado inversiones en medio mundo, cancelado producciones propias, tomado toda clase de decisiones delirantes, y -como guinda del pastel- iniciado discretamente una extraña política de retirada de sus propias producciones, para evitar (dicen las malas lenguas) pagar ninguna clase de royalty y ser más ‘ligeros’. En realidad, nadie tiene ni pajolera idea de qué demonios está haciendo HBO Max, nadie sabe qué política persiguen y nadie cree que vaya a salir bien.
Apple está siguiendo a pies juntillas el libro de estilo de la vieja HBO. La HBO a la que se la traía al pairo las modas, la competencia y todos los que decían que la buena tele no daba pasta
Explicar cómo la mejor cadena del mundo en cuestiones teléfilas ha llegado hasta aquí, necesitaría varias piezas de extensión demencial y, seguramente, daría pie a un libro de 1800 páginas llamado ‘Cómo cagarla a lo grande’. El resumen es que la casa (Discovery o Warner o quién sea que manda en aquel corral) ha cedido a la idea de que no hay nada mejor que el algoritmo, el volumen, las franquicias, los reeboots, las parrillas desordenadas, los palos de ciego, las naderías y gastarse fortunas en películas que ni siquiera piensan estrenar.
Curiosamente, mientras en lo que antes era la casa de las series, se lían la manta a la cabeza con estrategias ininteligibles, en las calles de Cupertino, los ejecutivos de Apple están siguiendo a pies juntillas el libro de estilo de la vieja HBO. La HBO a la que se la traía al pairo las modas, la competencia, los listillos y todos los que decían que la buena tele no daba pasta. La HBO paciente, sobria, atrevida; la HBO que leía cosas como ‘qué aburrida es The wire’, ‘¿a quién le interesa una serie de gansters de New Jersey? o ‘¿un show-western de 100 millones? Qué tontería’.
Apple TV+ ha producido, entre otras muchas cosas, Severance, For all mankind, dos pelis notables con Tom Hanks, Shining girls, Essex serpent o Slow horses. Uno podrá discutir sobre si son peores o mejores productos audiovisuales, pero forman parte de una estrategia sólida, bien estructurada, alejada de modas o formatos novedosos. Series que respetan a su interlocutor, que integran parte de un paraguas cultural pensado para atraer a un público exigente. Nada de franquicias, secuelas o inventos con fecha de caducidad similar a la de un cornete en la canícula. Todo en la plataforma invita a ser -paradójicamente- parte de un proyecto rebelde y cabezón, articulado a largo plazo y sin las urgencias de un consejo de accionistas más hambrientos que un caníbal en Pascua.
Una serie contraria a las tonterías insulsas que pueblan el paisaje catódico moderno
Plepler firma como productor ejecutivo en la nueva gran serie de la plataforma: Encerrado con el diablo. Cualquier hijo de vecino sabe que este martillo de escépticos (con un dueto actoral de más voltaje que una silla eléctrica) hubiera sido -a principios del s.XXI- el prototipo de una serie de HBO. El showrunner es el novelista con infinito crédito televisivo Dennis Lehane, el guion es excepcional, el precepto es ambicioso y la cocción lenta. Una serie seria, sin tiempo para tonterías, dialogada por relojeros suizos y corriendo a toda velocidad en dirección contraria a las tonterías insulsas que pueblan el paisaje catódico moderno. El contrato de su productora con la casa de Tim Cook, parece pensado para formatear la plataforma hasta convertirla en el nuevo referente seriéfilo que el sector parece necesitar con urgencia.
Al otro lado, Disney + sigue a velocidad de crucero gracias a un cocktail que parece invencible y que incluye Marvel, Star Wars, el catálogo de Fox, Pixar, los clásicos de la casa e incursiones potentes al universo seriéfilo del tamaño de Solo asesinatos en el edificio; a Prime le da todo igual, con las certezas que ofrece tener dinero suficiente como para comprarte la vía láctea y que te sobre dinero. Por si acaso, se van a gastar 1500 millones en El señor de los anillos: un martes cualquiera para Jeff Bezos. Netflix empieza a verle las orejas al lobo, porque igual lo del paradigma del crecimiento infinito va a acabar siendo buena idea como lema para ganar unas elecciones, pero una rémora para una casa que ya ha agotado todas las prestaciones posibles para sus realities, booms virales e inventos que reciclan otros inventos.
Filmin come aparte, porque lo suyo siempre fue para comer aparte: inconmensurable baúl de los tesoros cinéfilos, buscador incansable de valor televisivo real, apostando por el patrón del caracol contra la locura colectiva que ha invadido a las cigarras: lento, pero seguro y con la casa bien pertrechada.
‘It’s not TV, we don’t know what the fuck it is’.
El terremoto se acerca y no parece que las ocurrencias de profesor chiflado de Discovery (que -de forma surrealista- maneja el cotarro a estas alturas de la peli) vayan a evitar que la mitad de la compañía se vaya a tomar viento. Solo faltaba que se filtraran toda clase de ocurrencias. Como nuevas políticas que optarían por segregar al público porque a las mujeres les gustan más los programas de cocina y a los hombres las películas de acción. No, no me lo invento.
¿En Apple TV+ confiamos? Pues esa parece ahora la única apuesta por la resistencia al encefalograma plano de los calamares, los hombres grises, el horror que es cualquier cosa en la que aparezca Chris Pratt, las penurias de Obi wan y el apocalipsis de HBO, que debería ir pensando en cambiar aquel lema que les hizo famosos en todo el mundo, ‘It’s not TV, it’s HBO’, por otro más adecuado.
‘It’s not TV, we don’t know what the fuck it is’.