¿En la brevedad está el gusto?
La duración de las series

¿En la brevedad está el gusto?

"Somos muchos los desquiciados que vemos cinco o seis series a la vez. La brevedad se agradece."

Steven Soderbergh, un tótem del cine de autor que había llegado a anunciar su retiro, ha caído en las redes catódicas para ofrecer una de las series más estimulantes de los últimos meses: The Knick, el crudo retrato de un hospital en el Nueva York del año 1900, descarnado por sus escenas de cirugía pretecnológica pero también por cómo plantea el racismo, la adicción a las drogas, el papel de la mujer… Soderbergh se une a la larga lista de directores de cine más o menos relacionados con alguna serie, que no hace falta reproducir aquí de nuevo.

Los que se dejan seducir por la televisión pueden alegar muchas razones para justificar su decisión, pero sólo una de ellas es objetivamente cierta. Y no es precisamente la mayor libertad creativa. Las cadenas de televisión te dejan suelta la correa hasta que la audiencia y otros condicionantes económicos les obligan a pegar un buen estirón; o sea, te cancelan nuevas temporadas o fuerzan un final precipitado. Que se lo cuenten a David Lynch

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«Lo que atrae más de la pantalla cada vez menos pequeña es la posibilidad de extenderse más en la narración, construir arcos narrativos más parecidos a los de una novela»

Al final, lo que atrae más de la pantalla cada vez menos pequeña es la posibilidad de extenderse más en la narración, construir arcos narrativos más parecidos a los de una novela. Bien sabido es que muchos directores del Hollywood más palomitero han claudicado a la norma de saber contar una buena historia en sólo noventa minutos y se pasan al plomizo molde de las dos horas veinte. A más de uno deberían cortarle un dedito por cada minuto que se pasara de las dos horas sin una buena razón para añadirlo. Bueno, a lo mejor cortarle un dedito sería excesivo… quizás tan sólo baste con aplicarle una pequeña descarga bajo las uñas.

Imaginemos lo que supone una serie para cualquier director de cine: los buenos, que han demostrado sobradamente su talento, y los regulares, que no pueden contener su hemorragia de celuloide. En televisión, los noventa minutos pueden servir para situar la trama, eso que en una buena película no debería ocupar más de diez. ¿Por qué no aceptar gustosamente la oportunidad de explayarse y contar tu historia en trece cómodos plazos semanales por temporada?

Pues porque a pesar de la aparente comodidad, crear una serie partiendo de cero es todo un reto. La audiencia televisiva es cada día más exigente y no se conforma con un reparto de prestigio, y mucho menos con un director con el pecho cargado de medallas. Lo que quiere es una historia que le vaya enredando en su telaraña de manera lenta pero constante, que se tome su tiempo para presentar a los personajes pero sólo el necesario. ¿Cuántos capítulos debe de tener una buena serie? ¿Deben ser siempre los mismos o castigamos al sufrido espectador con cofres de DVD de diversos grosores según la temporada?

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Vayamos por orden descendiente. En la televisión actual hay diversos moldes en los que encajar una serie. Uno de los más tradicionales es el que supera los 20 capítulos por temporada. Pensemos en Perdidos o en una serie que hizo de la duración una declaración de intenciones: 24. Ambas series fueron sacudidas por la huelga de guionistas y tuvieron que adaptarse. Los pasajeros del Oceanic 815 despacharon sus asuntos en tan sólo catorce episodios en su cuarta temporada, un anuncio de lo que estaba por venir. En cambio, Jack Bauer no quiso trabajar a media jornada y optó por entretener la espera con un telefilm, 24: Redemption, realizado entre la sexta y la séptima temporada de la serie madre.

«Jack Bauer ha acabado aceptando un formato más acorde con los nuevos tiempos: doce capítulos. Y el resultado ha sido más que satisfactorio. 24: Live another day»

Curiosamente, en su gloriosa resurrección Bauer ha acabado aceptando un formato más acorde con los nuevos tiempos: doce capítulos. Y el resultado ha sido más que satisfactorio. 24: Live another day ha demostrado que quizás esas 24 entregas de antaño eran demasiadas para una serie adrenalínica, en la que cada quince minutos el mundo corría peligro. La estructura habitual de la serie era como la de una cebolla: se trataba de ir descubriendo diversas capas de villanos, que a su vez siempre tenían a algún superior aún más malvado, al estilo de unas muñecas rusas. Es como lo que pasa en muchas empresas, donde las decisiones impopulares siempre las toma alguien «de arriba» al que nunca acabas de enfrentar.

Pues eso, en algunas temporadas de 24 este armazón acababa por parecer endeble, especialmente a partir de su segunda mitad; al haber levantado dos o tres capas de maldad, el espectador llegaba al Tourmalet narrativo agotado y con la sensación de que el complot ya no daba más de sí. Los doce capítulos de esta última entrega le han encajado a Bauer como un guante. La mejor muestra de ello es que han sabido a poco… y eso siempre es preferible.

HOUSE OF CARDS

«Series como Hannibal, House Of Cards, Orange is the new black, The Americans y tantas otras parecen haber comprendido que el espectador actual es multitarea»

La mayoría de las grandes series norteamericanas actuales rondan esta cantidad mucho más aceptable de episodios, que normalmente se fijan en trece por aquello de desafiar a la superstición. Series como Hannibal, House Of CardsOrange is the new blackThe Americans y tantas otras parecen haber comprendido que el espectador actual es multitarea: somos muchos los desquiciados que vemos cinco o seis series a la vez. La brevedad se agradece. A medida que el panorama seriéfilo se ha ido ampliando, parece que el público ha perdido la paciencia para seguir una serie durante casi medio año al ritmo de una dosis por semana. Y siempre es mucho más fácil ver una temporada entera en un fin de semana, aquello de lo que algunos presumen como quien ha pescado un besugo de campeonato, si son trece capítulos.

Aún así, algunas series desafían esta tendencia, como la cada vez más comentada The Good Wife, con unos 22 o 23 capítulos cada año. Y otras directamente hacen una pequeña trampa, dividiendo una temporada en dos entregas, al inicio y al final del curso televisivo. Las últimas de The Walking Dead han apostado por esa opción: emitimos ocho capítulos de octubre a diciembre y ocho más de febrero a marzo. Temporada 4 y temporada 4 bis. Así ofrecemos 16 capítulos, un formato que no hace muchos años fue válido para The ShieldNip/Tuck, pero ahora con una pausa estratégica para no agotar a la audiencia. La temporada definitiva de Breaking Bad tomó un camino similar, aún más radical. ¿Con qué criterio consideraron que los ocho capítulos estrenados entre julio y septiembre de 2012 y los ocho últimos, de agosto a septiembre de 2013, formaban parte de la misma quinta temporada? ¿No era más fácil dividir la grandiosa Breaking Bad en seis temporadas, cada una mejor que la anterior?

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Si seguimos descendiendo en la escala de duración de las series, encontramos algunas que se plantan en los diez capítulos. A pesar de que George R.R.Martin se ha lamentado de ello en más de una ocasión, y ya está hablando de culminar su saga épico-política con una película, los costes de producción de Juego de Tronos han obligado a establecer este tope. Un límite insuficiente para sus legiones de fans, al que también se han abonado muchas series nórdicas, con Akta ManniskorBron/Broen a la cabeza.

En el último escalón (último, pero a mucha honra) estarían las series «made in Britain». Dejando de lado las miniseries o formatos tan especiales como el de Sherlock, los creadores ingleses han conseguido crear obras notables, algunas de ellas maestras, en tan sólo seis, siete u ocho episodios. La lista es cada vez más admirable: Downton Abbey, The Shadow Line, Peaky Blinders, Broadchurch… Será por la tradición de los británicos desde los gloriosos tiempos de la Thames Televisión o la BBC de crear obras impecables, cocinadas a fuego lento, el equivalente de los volúmenes repujados en cuero de cualquier estantería. Sea como sea, de todo debe de haber en la videoteca del Señor (incluso culebrones más grandes que la vida, aunque esos juegan en otra liga). Lo único importante es no forzar la paciencia del público y evitar que una mayor duración vaya en detrimento de la calidad final del producto. De momento, mister Soderbergh, ya le digo que los diez capítulos previstos de The Knick se nos van a hacer muy, muy cortos.

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