'Emily in Paris': La arrogancia de la bella ignorancia
'Emily in Paris'

La arrogancia de la bella ignorancia

El Darren Star de 'Sexo en Nueva York' y 'Younger' nos trae una serie llena de clichés, feminismo retrógrado y una historia de amor bien trillada.

Decía Oscar Wilde que «nunca hay una segunda oportunidad para una primera impresión». ¿Pero en cuánto tiempo se genera una primera impresión de algo o de alguien? ¿Hablamos de una hora? ¿Media? ¿15 minutos? En el caso de la serie Emily in Paris de Netflix menos: 1 minuto 50 segundos, ni un segundo más ni uno menos.

Es fantástico cómo, en tan poco tiempo, el primer episodio establece la columna vertebral inamovible de los 10 capítulos. Y de ahí no se desplaza ni un ápice. Esta introducción condensa toda la serie en 110 segundos y cualquier persona que pierda casi dos minutos de su tiempo en este preámbulo podrá hablar con propiedad de la serie, ¿no es maravillosa esta capacidad de síntesis?

En menos tiempo del que se tarda en calentar un vaso de leche en el microondas conocemos ya de la jovencísima Emily Cooper (Lily Collins) que es competitiva, deportista, optimista y risueña, que trabaja en una gran empresa de Chicago donde fomenta una relación muy estrecha y personal con su jefa, viste de diseñador aún sin tener clase, con una creatividad que supera a la de su superior y… se plantea una visión de los franceses estereotipada y marcada por los clichés.

Cinco minutos después, Emily viaja a París y aquí ya empiezan el cúmulo de despropósitos. La trama es muy sencilla: chica americana sin hablar francés va a trabajar como community manager -aunque ella se crea una importante directiva- en una empresa francesa vinculada a la matriz americana. Y para especiar el conjunto, una trama original nunca vista: chica conoce chico y se enamora.

Darren Star es el creador, escritor y productor ejecutivo de esta serie. El mismo Star que firmó Beverly Hills 90210, Melrose Place, Sexo en Nueva York y la más reciente Younger. No es un novato en estas lides y aún así ha creado una serie que bien se podría condensar en 120 minutos de metraje y que amenizaría cualquier sobremesa de domingo. Los problemas son muchos pero quizás el mayor (y aún así se salvaría el conjunto, si el resto funcionara) es la imagen que se proyecta de la capital francesa.

También en el primer capítulo, es que es una mina conceptual de ideas, se hace referencia a «la arrogancia de la ignorancia». Qué idea tan absolutamente acertada de lo que supone esta serie. Partamos de la base de que, por alguna razón, desde hace décadas, en algunas series norteamericanas, se tiene una visión de París, no Francia, que equivale a Europa. Así, como un todo.

Es más, una visita a la ciudad de la luz ha formado parte del guion de muchas series donde uno o varios de los protagonistas viajaban a Europa (aka París), desde Cosas de Casa a La maravillosa Sra. Maisel, pasando por Blossom, Gossip Girl, Los Soprano… y hasta en los otros retoños de Darren Star: Sexo en Nueva York y Beverly Hills 90210. El quid radica en que ninguna de estas series convierte estos viajes en su leitmotiv, no son tan insolentes como Emily in Paris y, por eso, sus errores son únicamente anecdóticos.

La cantidad de clichés por minuto que es capaz de ver el ojo humano en cada plano, a lo largo de los diez capítulos de Emily in Paris, raya lo ridículo. A saber: París es la ciudad de la moda, los franceses son bordes pero unos amantes muy liberales, los hombres son unos seductores non-stop 24/7, existe una sempiterna magia romántica que envuelve la ciudad, todos fuman, la torre Eiffel es un icono omnipresente, baguettes, vino, bollería y queso no pueden faltar, los galos visten con jerseys blancos de rayas azules y boinas (boinas, ¿en serio? parece una visión ideada por Paco Martínez Soria)… Normal que las mayores críticas a esta serie procedan de Francia.

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Lily Collins (Emily) y Camille Razat (Camille) en ‘Emily in Paris’ / Netflix

Por si acaso a alguien en España se le ocurre pensar que quizás no es para tanto, también nosotros recibimos una mini porción de tópicos de parte de Star: el personaje de una instagrammer española escandalosa, vulgar y barriobajera… La cuestión es que sólo hay una forma de que aquellos americanos que tienen una visión tan reducida y simplista de París, Francia y Europa en general entiendan lo que ha fallado: la creación de una segunda temporada de Emily in Paris. Sería su homóloga americana, Amélie in NY.

Amélie viaja a América, bebe cafés de Starbucks todos los días, se ha comprado un arma para llevar en el bolso, está rodeada de mojigatos, trabaja 18h diarias para conseguir el sueño americano y una bandera con las barras y estrellas preside su comedor. Ya existe algo así y tiene nombre propio: Borat. Quizás el vapuleo de Emily in Paris por parte de los franceses es igual de lícito que el que recibe en USA Sacha Baron Cohen con sus interpretaciones.

No es feminista vanagloriarse de denunciar micromachismos en el lenguaje cuando las acciones de la protagonista se acomodan en un heteropatriarcado de manual

Apartando los tópicos y estereotipos franceses, la serie aún podría funcionar si hubiera calidad suficiente tras esa cortina de humo cargada de clichés pero no es así, empezando por Emily a quien Lily Collins no consigue salvar con su interpretación. Darren Star suele crear personajes femeninos  interesantes (lo siento, a excepción de la sobrevalorada Carrie Bradshaw) pero Emily es un personaje no sólo irreal, sino bastante irritante: ridículamente positiva y optimista, con una creatividad rayando lo sublime, con consejos para todos, condescendiente, encantada con ella misma creyéndose adorable… ¿Dónde quedan los personajes carismáticos de Sexo en Nueva York o la complejidad de Liza Miller en Younger a la que la maravillosa Sutton Foster da vida?

En cuanto a los actores franceses que forman parte del plantel, es necesario destacar a la jefa de Emily, Sylvie Grateau (Philippine Leroy-Beaulieu). La pregunta sería: ¿qué le ofrecieron a esta actriz de amplia y galardonada carrera para que aceptara este papel? Su personaje es un secundario a la sombra de Lilly Collins que flaco favor hace a la imagen de las mujeres y, en concreto, de las mujeres francesas. Su personaje no se salva ni como mujer, ni como jefa ni como pareja/amante. Sylvie Grateau representa una parodia de la mujer.

Pasando a palabras mayores, la arrogancia de la ignoracia también está presente en la concepción del feminismo que ensalza esta serie. Un feminismo de pacotilla. No nos dejemos engañar, no es feminista vanagloriarse de denunciar micromachismos en el lenguaje cuando las acciones de la protagonista se acomodan en un heteropatriarcado de manual. Emily no es adalid de nada, porque cuando, aparentemente, critica el sexismo o el machismo, pretende que esos fuegos artificiales eclipsen los estereotipos de género en los que cae en cada capítulo.

Tampoco ayudan los otros personajes femeninos de la serie que se amoldan a la perfección al imaginario colectivo más retrógrado: la enemistad, celos y envidias entre mujeres (no es necesario otro diablo que vista de Prada, gracias), una mujer engañada por su marido, otras que intentan controlar a sus parejas (incluida la propia Emily), sólo mujeres influencers en redes sociales en base a su imagen, grandes diseñadores y magnates de negocios sólo hombres, un embarazo que limita la carrera profesional… y así, uno tras otro, se suceden los momentos. Nada nuevo en pantalla. Porque Emily in Paris no aporta nada nuevo.

Emily in Paris se estrenó en Netflix el 2 de octubre.

Si desde el detalle de los personajes, se amplía la panorámica para observar el conjunto global, el resultado tampoco funciona. Beverly Hills 90210 fue un gran éxito en su momento por temática, personajes y tramas que fueron haciéndose más adultas tras cada temporada; Melrose Place continuó en la misma línea y con un enfoque todavía interesante; Sexo en NY rompió moldes en varios temas: amistad, moda, sexo… Y Younger sigue apostando por una comedia ligera, entretenida, original y con matices de crítica a la sociedad actual donde se criminaliza a las mujeres por su edad. O Darren Star ha perdido su vena creadora o ha dejado de observar la realidad para anclarse en un producto básico, caduco, contradictorio y muy manido.

No será una servidora la que cuestione si el vestuario de la serie es innovador, vanguardista o es un  icono de modernidad, porque mis humildes conocimientos no llegan a ese nivel. Pero como espectadora y, teniendo en cuenta que la encargada de los modelos que luce Emily ha sido Patricia Field, la responsable también de Younger, El diablo viste de Prada y de la serie y películas Sexo en Nueva York, se aprecia una diferencia abismal entre el vestuario de esta serie de Netflix y sus antecesoras.

Patricia Field que fue capaz de crear un emblema y poner de moda un maillot con tutú al estilo Bradshaw… pareciera que ha hecho coincidir sus horas bajas de creatividad con las de Darren Star, para que ambas se amolden a la perfección. Y no es un tema baladí, porque el tema de la moda, y además en París, capital de la alta costura, si funcionara, habría sido por sí solo capaz de hacer olvidar otras transgresiones de la serie, de la trama o de la calidad actoral. Qué mejor ejemplo  de ello que la película Sexo en Nueva York 2.

También decía Oscar Wilde: «La belleza no necesita explicación, es superior al genio». Y seguramente ahí radique tanto el éxito como el fracaso de esta serie, en la belleza de la ciudad y en la belleza de los sentidos. La fotografía de Emily in Paris es excepcional porque retrata sólo la realidad sesgada del ojo del que quiere ver únicamente la belleza del París común al imaginario colectivo extranjero. No sólo la torre Eiffel sino que los edificios, callejuelas, barrios y puentes de la ciudad del amor y la bohemia posan mostrando sólo su perfil más fotogénico.

Las redes sociales, en concreto Instagram, tan presente en la trama de esta serie, es la metáfora perfecta, casi identitaria, de lo que es Emily in Paris, sólo una parte de la realidad aunque pretenda la contrario. Hasta el oído percibe belleza en una banda sonora que, aquí sí, acerca un poco la cultura musical francesa al espectador. Hace 20 años esta serie sería el equivalente de la bella postal que manda desde París un estudiante Erasmus a su familia. Actualmente, es un post en Instagram con filtros. Like y next.

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