Crítica: 'El Vecino' (T2) "El gran héroe cañí" - Netflix
'El Vecino' (T2)

El gran héroe ameri… cañí

La segunda temporada de 'El Vecino' mantiene la frescura y la gracia del original y, con otra Titán en la ecuación, añade a un inspector de asuntos galácticos, a una alcaldesa con hechuras de Esperanza Aguirre y a Fran Perea haciendo de Fran Perea.
el vecino critica temporada 2

Quim Gutiérrez en la segunda temporada de 'El Vecino' / Netflix España

Tras una primera temporada que dialogaba con los más viejos del lugar, abundando en las similitudes narrativas y espirituales respecto a El gran héroe americano (aquella serie mítica que marcó a una generación allá en los cada vez más lejanos 80, con las tronchantes peripecias de un superhombre que, vestido con algo parecido a un pijama, volaba sin dejar de chocar con edificios), la adaptación del cómic homónimo de Santiago García y Pepo Pérez regresa a Netflix, y continúa con su apuesta de mezclar costumbrismo cañí, tontuna lisérgica, ciencia-ficción nada ortodoxa, algún que otro apunte social y montones de guiños a la cultura pop. Que en esta segunda entrega reivindique a Andoni Ferreño, a Nena Daconte y a Fran Perea es toda una declaración de intenciones que aumenta las dosis de delirio y las risas desvergonzadas.

Esa desfachatez sigue siendo una de las grandes virtudes de El Vecino: es evidente en unos efectos especiales voluntaria, buscadamente, cutres, que conectan con El gran héroe americano, o con aquella otra joya de la caspa que era The Amazing Spider-Man. La falta de vergüenza torera también está, por ejemplo, en el feísmo de la ambientación, en la creación de un microcosmos de pisos destartalados y bares con toldo, mesa de fórmica y ratones en el almacén (el Río, grasiento equivalente del Central Perk, es más que nunca el punto de reunión de nuestros «friends» protagonistas). O en la creación de un disparatado mundo alienígena tras la aparición de un inspector del Ministerio de los Guardianes Cósmicos con el peculiar esqueleto de Javier Botet, que irrumpe en una, no menos enajenada, reunión de «librepensadores y mentes divergentes» (sic) para descubrir la identidad de Titán.

Incluso en el retrato de esa alcaldesa obsesionada en la organización de unos Juegos Olímpicos, que ve en el superhéroe al mejor embajador posible para sus ambiciosos planes, y que borda una Gracia Olayo que, eso sí, ha tenido una inmejorable colección de referentes en las Aguirre, Botella, Cifuentes o Ayuso.




Raúl Navarro y Miguel Esteban, creadores de El Vecino (también lo fueron de la magistral El fin de la comedia, y, casi en otra vida, levantaron Perestroika, una webserie que aún puede rastrearse en youtube… ¡hacedlo!) se encuentran a gusto manejando un humor que va de lo situacional a lo surrealista, de la parodia a la gansada absurdamente chanante: no es casual que Ernesto Sevilla sea uno de los directores de esta segunda temporada, y que Aníbal Gómez aumente sus minutos de juego. Tiene tiempo de seguir apelando a los boomers con reptilianas referencias a V, a Diana y los visitantes.

Y saca petróleo a lo metarreferencial, aprovechando la complicidad de un Andoni Ferreño que repite y, sobre todo, de un desatado Fran Perea haciendo de Fran Perea y riéndose sin complejos de Los Serrano (¡quiero su mismo tono de llamada al móvil!) y de Luna, el misterio de Calenda. Y, en medio del desmadre, disparan con bala e irreverencia y ridiculizan a los magufos, atacan sin piedad a las empresas de apuestas, ponen el dedo en la llaga de la precariedad de la vida de barrio y empoderan a sus personajes femeninos.

Quim Gutiérrez puede con todos los arcos de la comedia, y consigue que simpaticemos con ese gandul, egoísta y cretino de Titán

Y, claro, están los cómicos, que dan sentido a todo y que aquí juegan en equipo para beneficio del colectivo: Quim Gutiérrez puede con todos los arcos de la comedia, y consigue que simpaticemos con ese gandul, egoísta y cretino que se esconde bajo el traje de Titán; Clara Lago aprende a volar y a hacer justicia tras el cliffhanger de la primera temporada; y los adorables Catalina Sopelana y Adrián Pino (para siempre El Petas), perfectos escuderos de los quijotescos protagonistas, siguen robando escenas con naturalidad y sin aparente esfuerzo.

Con ocho nuevos episodios, tan divertidos como los diez primeros, incluso mejor engrasados y más conscientes de sus virtudes y sus defectos (que también los hay, aunque este texto no los refleje), El Vecino cierra su periplo en Netflix aunque su final apunte a lo contrario, y, con cuerda para rato, deja la agridulce sensación que las audiencias no solo obligan a los finales precipitados de las series en abierto. En otros tiempos, los de V y El gran héroe americano, la UHF acogería a El Vecino para regocijo de aquella inmensa minoría con ganas de metamorfosearse, hasta el infinito y más allá.

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