Comparte
Vean El simpatizante, la nueva serie de Park Chan-wook tras la espléndida The Little Drummer Girl (2018), como un pitch macabro; como la historia de un guionista que se enfrenta a un ejecutivo al que quiere venderle su nueva serie de televisión. Solo que aquí la decisión de este último no consistirá en dar o no luz verde a un proyecto, sino en permitir que el aplicante siga con vida o termine jugando a la ruleta rusa como el Michael (Robert De Niro) de El cazador (Michael Cimino, 1978).
Basada en la novela homónima de Viet Thanh Nguyen, ganadora del Pulitzer en 2016, El simpatizante (The Sympathizer) es una reflexión sobre quién cuenta qué y desde dónde lo hace. Esta es la historia de El Capitán (impresionante Hoa Xuande), hijo de madre vietnamita y padre francés que ejerce como topo del Vietcong en las filas del ejército del sur. El simpatizante.
Nuestro acceso a los hechos, que arrancan en los meses precedentes a la caída del gobierno sureño y sus aliados norteamericanos, estará mediatizado por el punto de vista del Capitán, pues asistimos al relato de su accidentada odisea contado por él mismo. Desde un presente narrativo que nos sitúa en un campo de prisioneros en el que ha sido recluido, retrocederemos a los distintos pasajes de la biografía propia de un espía, marcada por traiciones, huidas, asesinatos para salvar la patria o para salvar el culo y romances interesados.
Para entender que la lectura de la Historia depende del filtro impuesto por quien la escribió, el director insiste en la importancia de los mecanismos de representación que articulan todo discurso
Sus captores comunistas le obligan a reescribir constantemente los hechos; esto es, a entregar nuevas versiones de guion hasta que el resultado satisfaga a la autoridad que gobierna el llamado campo de reeducación. Le espina dorsal de un argumento repleto de peripecias puede separarse con facilidad de tanta eventualidad accesoria, pues no se cuenta otra cosa que la fatídica huida a Estados Unidos del Capitán junto con su amigo Bon (Fred Nguyen Khan) tras la victoria del Vietcong. El simpatizante
En lugar de disfrutar de la reconquista comunista, nuestro protagonista deberá abandonar a los suyos y a su causa triunfal para emigrar a la tierra de los hombres libres y así seguir con su labor de espía en el exilio, controlando tanto los movimientos de El General (Toan Le), el ex responsable de la policía secreta para el que sigue trabajando, como de la CIA, ulterior sustentadora del movimiento contrarrevolucionario, quienes, en un futuro no muy lejano, planean una incursión para derrocar al nuevo gobierno rojo. Integrado en la comunidad vietnamita de Los Ángeles, El Capitán seguirá ejerciendo como principal asesor de El General –lo que le llevará incluso a participar como consultor en un rodaje– al tiempo que sigue mandando informes a sus contactos comunistas.
Lo importante aquí no es tanto la trama –que, por lo demás, responde a las claves del género de espías– como la reflexión de corte metalingüístico que Park Chan-wook propone. Para entender que la lectura de la Historia depende del filtro impuesto por quien la escribió, el director de Decision to Leave (2022) –que aquí ejerce, además, como coguionista y productor ejecutivo– insiste en la importancia de los mecanismos de representación que articulan todo discurso.
Por un lado, El Capitán se nos revela como un artero fabulador que manipula la historia a su antojo –la vida le va en ello– y altera su orden cronológico para recuperar anécdotas pasadas que reformula a conveniencia; alguien que incluso interviene sobre los hechos alertándonos de que está contando cosas que no presenció pero que sospecha que fueron tal y como él nos las expone. No deja de resultar curioso que el final de una serie como esta haya coincidido con el estreno cinematográfico de Segundo premio (Isaki Lacuesta y Pol Rodriguez, 2024), una película que emplea mecanismos similares para ahondar en la leyenda de un grupo musical como Los Planetas.
Chan-wook encuentra su otro gran filón en el propio cine, que sirve a muchos y muy diferentes propósitos. Funciona como balizador contextual: todo arranca con el estreno de El justiciero de la ciudad (Michael Winner, 1974) en Saigón, un título que no solo sirve para situarnos en una época concreta, sino que también le valdrá al cineasta para apropiarse de determinados modos fílmicos del cine de explotación de aquel periodo (el uso de los zooms, la coreografía de determinadas secuencias de acción, etcétera).
Utilizar a Robert Downey Jr. para interpretar cuatro papeles distintos invierte el tópico de que para interpretar a un personaje asiático lo mismo da un chino que un coreano, pero además sirve para mostrarnos las distintas caras de Estados Unidos
También se indaga sobre su poder discursivo, en tanto elemento vertebrador de una sociedad y configurador ideológico (es, en un sentido más amplio, una serie que desentraña el funcionamiento de la propaganda, independientemente de quien la elabore). El episodio dedicado al rodaje de la película ‘The Hamlet’ –que El Capitán intenta sabotear colocando mensajes procomunistas en los diálogos de los actores orientales contratados como extras– explota la comicidad de un proceso de producción que combina pasajes que recuerdan al inicio de El guateque (Blake Edwards, 1968), citas directas a Robert Altman –M.A.S.H., ambientada en la guerra de Corea, se rodó en 1970– y que presenta evidentes similitudes con Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979), amén de desmontar un buen puñado de clichés, desde el divismo de los cineastas hasta los tópicos raciales (producto de una xenofobia sistémica).
En ese sentido, utilizar a Robert Downey Jr. para interpretar cuatro papeles distintos – el maquillaje hace que a veces nos recuerde a Jack Warden, otras a Dustin Hoffman, algunas a Robert Culp e incluso al De Niro de La misión en el capítulo final– invierte, por un parte, el tópico de que para interpretar a un personaje asiático lo mismo da un chino que un coreano, pero además sirve para mostrarnos que las distintas caras de Estados Unidos –un agente encubierto de la CIA, un profesor gay de Estudios Asiáticos en la universidad Occidental College, un senador republicano y un director de cine – son, en realidad, cuatro ángulos del rostro único del conservadurismo.
Ni que decir tiene que el hecho de que los superiores con los que se relaciona El Capitán estén encarnados por Downey Jr. encuentra una rotunda justificación argumental en el episodio final, sustentada a su vez por el uso del punto de vista: son sus figuras paternas.
Con todo, lo más importante es observar cómo Chan-wook se sirve de los mecanismos que articulan la puesta en escena para determinar cómo estos influyen en nuestra percepción de aquello que reflejan y que solemos aceptar como una fotocopia de la realidad. Para entender esto, valgámonos de la secuencia de arranque de El simpatizante, no sin antes advertirles que la serie se desdibuja cuando Marc Munden toma los mandos de la dirección (los últimos tres episodios), un tercio final en el que la narración sigue siendo vibrante pero que carece de la finura estilística que posee el director surcoreano (ya no veremos esos golpes de genio que se observan, por ejemplo, en muchas de las transiciones de los primeros tres capítulos).
Todo arranca con la simulación de una proyección – vemos materializarse el celuloide en la pantalla- que, para ilustrar la distinta percepción que se tiene del conflicto de Vietnam, utiliza un mapa dividido entre norte, dominado por los comunistas, y sur, que cuenta con el apoyo de los estadounidenses, quienes recogieron el testigo de la colonización de mano de los franceses. Los intertítulos rezan que la Guerra de Vietnam, en Vietnam conocida como la Guerra de América, primero se libra en el campo de batalla y después en la memoria. Sobre cómo construimos esa memoria intervendrá Park Chan-wook.
La serie trata de entender el conflicto desde las dos posiciones a través de la figura de un espía mestizo cuyas lealtades se tambalean en no pocas ocasiones y cuya narración no puede ser aceptada como verdad indiscutible
Acto seguido, unos rótulos rojos traducen al inglés el siguiente lema del Vietcong pronunciado por una voz autoritaria: volver a empezar, reiniciar, recolectar, reeducar, revolución y reescribir. Un corte directo nos llevará a una pequeña abertura practicada en una puerta de madera a través de la cual veremos el rostro del soldado que da esas órdenes (un rectángulo que recuerda a una pequeña pantalla). Un travelling de retroceso nos mostrará a El Capitán encerrado en un habitáculo mínimo, sentado frente a una mesa y con un legajo de hojas delante de él. Se le exige que vuelva a escribir la historia y que empiece “en el cine”.
Inmediatamente, el monólogo interior del protagonista conducirá el relato: “un espía, un infiltrado, un agente, un hombre de dos caras … capaz de ver cualquier versión desde ambos lados”. De eso va, en esencia, El simpatizante, de tratar de entender aquel conflicto desde las dos posiciones a través de la figura de un espía mestizo cuyas lealtades se tambalean en no pocas ocasiones y cuya narración no puede ser aceptada como verdad indiscutible, pues estamos ante un claro ejemplo de narrador no fiable.
El Capitán empieza a escribir sus memorias y la cámara inicia un leve movimiento de descenso para, por corte directo, situarnos frente a un enorme cartel de Charles Bronson en fase de ascenso antes de ser colocado en la fachada de un cine. Cuando desaparezca del plano, veremos al Capitán esperando en el portal del edificio.
El protagonista se presenta, de manera muy sutil, como la bisagra entre dos mundos. El del Vietcong, al que defiende y que ahora lo tiene cautivo (movimiento descendiente que, a su vez, sirve para introducirnos en la historia) y el americano (movimiento ascendente), país en el que se formó durante cuatro años y donde ha permanecido tiempo exiliado (es decir, un país del que ha estudiado/disfrutado su modo de vida). He ahí las dos fuerzas antagónicas –representadas por dos movimientos opuestos, uno de cámara, otro de atrezo– que tiran de alguien que desconoce cuál es su lugar en el mundo, víctima de profundas contradicciones, zarandeado por la pugna entre sus supuestos valores y los dilemas que la vida va planteándole.
Las referencias al arte cinematográfico como sistema de representación son continuas y fundamentales para entender la perspectiva de El Capitán […] alguien que busca poner el conflicto de nuevo en escena desde una óptica inédita para poder empezar de nuevo
Que El Capitán sustituya en pantalla a la figura de Bronson tampoco es gratuito. Primero porque el protagonista de la saga Death Wish funciona como el epítome del thriller de venganza, muy en sintonía con la actitud de los distintos gobiernos norteamericanos con respecto a la Guerra de Vietnam. Y, en segundo lugar, porque ese cartelón inscribe al Capitán en el mundo de la apariencia –el mismo al que pertenecen los actores–, pues hablamos de alguien que se ve obligado a representar un papel (o varios, según quien sea su interlocutor) para sobrevivir.
Aquí comenzará un travelling de acercamiento hacia su figura que se verá abortado por un inesperado rebobinado que servirá para que El Capitán utilice la presente declaración para corregir su testimonio anterior en el que había afirmado que la película que se proyectaba en el cine en aquel invierno de 1975 era Emmanuelle (Just Jaeckin, 1974). En ese movimiento de retroceso veremos como el cartel del filme protagonizado por Silvia Kristel es retirado (movimiento horizontal) mientras el de Yo soy la justicia es colocado (movimiento vertical), una manera de señalar un claro cambio de paradigma: el abandono del placer, representado por el erotismo de baja intensidad emmanuealliano, y la instauración de la violencia que representa Paul Kersey (Charles Bronson).
Las referencias al arte cinematográfico como sistema de representación son continuas (baste ver la secuencia que sucede a la que acabamos comentar) y fundamentales para entender la perspectiva de El Capitán, un hombre que trata de ganar la batalla de la memoria reescribiendo la Historia de la Guerra de Vietnam, alguien que busca poner el conflicto de nuevo en escena desde una óptica inédita para, de algún modo, poder empezar de nuevo. El simpatizante.