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¿Qué cojones pasa con El Mentalista? Me descoloca. Imagino la reunión entre el creador, Bruno Heller, con el directivo de turno de la CBS:
BRUNO HELLER- Es una serie que se llama El Mentalista y va de un tío que ayuda a la policía a resolver casos con sus poderes mentales.
DIRECTIVO – Ah, ¿tiene poderes?
BRUNO HELLER – No, pero es muy guapo.
Y tras este diálogo se dio luz verde a la serie. No creo que exisitiese una hoja de ruta demasiado clara. No creo que Heller tuviese ni puta idea de cómo acabar la trama de Red John. Pero, qué coño, claro que sí: tiraron p’alante porque ASÍ SE HACEN LAS COSAS EN AMÉRICA.
Hola, (se levanta de la silla) me llamo Jair y he visto todos los capítulos del Mentalista. El resto de yonkis, putas, ninfómanas, borrachos, adictos a la droga caníbal y asesinos de niños se levantan y abandonan la sala, horrorizados. El conductor de la sesión le mira con lástima y se va.
Sí, he visto todos los capítulos de esta puta serie. ¿Por qué? No tenía nada mejor que hacer, probablemente. O tal vez esperaba un capítulo en el que Jane apareciese despeinado. Pero no: aquella mata de pelo siempre está bien colocada. Al contrario que las tramas de la serie.
«¿Qué coño le pasa a la puta policía americana que siempre necesita frikis?»
La idea de un farsante que usa sus poderes mentales para ayudar a la policía tiene su gracia. La misma que tiene que un autor de best-sellers de misterio ayude a la policía. O que un genio de las matemáticas ayude a la policía. (¿Qué coño le pasa a la puta policía americana que siempre necesita frikis?) Pero, amigo, todos sabemos que una premisa interesante no es suficiente para aguantar cuatro, tres o ni siquiera dos temporades de series de 40 minutos por capítulo. Ahí hace falta ingenio, talento, dinero, buenos guionistas, mucha cocaína.
El Mentalista cuenta con algunos alicientes extra, a saber:
a) el pelazo del protagonista
b) la sonrisa encantadora del protagonista
c) la némesis del protagonista; un misterioso asesino que no aparece nunca
Una serie de televisión no es una apuesta del Loco Gatti, que dice que se pegará un tiro si el Madrid no gana la liga y después no lo hace. Una serie es una apuesta seria y la audiencia te obliga a cumplir tus promesas. Te debes a ellos. El creador de El Mentalista prometió un asesino diabólico, terriblemente inteligente y malvado. El tal Red John protagonizó (sin siquiera aparecer en pantalla) los grandes momentos de la serie. Los capítulos en los que se hablaba de la presunta identidad del psicópata, cuando estaban cerca de pillarle, eran los únicos que despertaban la sensación de que en la serie pasaba algo. Hacia el final, cuando ya era evidente que no podían marearnos durante más tiempo y habían conseguido reducir drásticamente la lista de sospechosos (y la audiencia), convirtieron la serie en un culebrón insensato, muy entretenido, donde cada capítulo desautorizaba al anterior y en los que se intuía que los guionistas habían perdido completamente la cabeza. Disfruté aquellos capítulos.
Entonces sucedió.

A media temporada descubrimos quién es Red John. Y Red John es un personaje secundario que ya había aparecido anteriormente. Un mayordomo de Agatha Christie. Un hombre inocuo. Un tío que no podía ser Red John. No se trataba de una metáfora. No es que Bruno Heller dijese: «mirad: Red John es un hombre normal y corriente, como cualquiera de nosotros», creando así una brillante disertación sobre la condición humana. No, coño. Que no cuela.
Se nos explicó hasta la saciedad, a lo largo de cuatro o cinco temporadas, que Red John es un genio del mal, un Moriarty, un predicador que lava el cerebro a sus discípulos hasta el punto de que matan y mueren por él. Un tío que siempre va uno o dos pasos por delante del Mentalista. Pero aún y así, el malo más inteligente del prime time, el malvado más brillante de los últimos tiempos, acaba muerto en un parque tras una de las persecuciones a pie más cutres de la historia de la televisión. La season finale de Menudo es mi padre acabó más arriba.
Pero la serie siguió. Ya lo creo que siguió. En un ataque de genio, los productores decidieron que el pelo y la sonrisa pícara de Simon Baker eran acicates suficientes para aguantar una temporada más. Yo no lo tengo tan claro. Me pongo en la piel de los guionistas y pienso ¿podrán? Pero no sé qué directrices siguen. No sé ni si existen los guionistas de El Mentalista. Tal vez sólo sean una panda de ewoks enfarlopados encadenados a máquinas de escribir. Me da igual, no quiero saberlo.
Han anunciado una nueva temporada. Un encore. Se me escapa la risa. O las lágrimas. No lo sé. Pero me la tragaré entera. Porque soy idiota.
– Vídeo promo de la séptima temporada: