'El Crac': Joel Joan debe morir
'El Crac': Joel contra Joan

Joel Joan debe morir

Espera Joel, que no va en serio, al menos no en el sentido habitual de morirse. Es más bien un truco para llamar tu atención. Si eres Joel Joan y has entrado, lo hemos conseguido. El fin nos ha justificado los medios. Terrible esta época digital en la que gobierna el titulitarismo. Dios ha muerto, la prensa agoniza y Joel Joan sigue vivo. Perdónanos Joel, no nos denuncies. Tiene un sentido, ahora te explico.
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No había visto El Crac hasta que me dieron motivos para hacerlo, porque no me gusta Joel Joan. Por cierto, voy a repetir muchísimas veces ‘Joel Joan’ en el texto, y no voy a buscar otras formas de hacerlo para que os sea más amena la lectura. A lo sumo me referiré a él como JJ, o el Crac. Porque la única manera de referirse a Joel Joan es Joel Joan, no existe sinónimo posible. Y el nombre que le damos a las cosas es determinante, tanto, que adjetiva al sujeto. En el segundo capítulo de El Crac (creo que es el segundo) lo explican:

«Fins i tot el teu nom comença per ‘Jo’.«

«Oh, i el cognom també – responde JOel JOan.»

Es tan fácil reírse de Joel Joan que hasta él mismo lo hace. Histriónico. Exagerado. Egocéntrico. Insoportable. Y de eso va El Crac. Doce capítulos de ponerse en ridículo. Si le odias, es tu serie. Si le quieres, también. Yo directamente no podía soportarlo, hasta que le conocí en la presentación del rodaje de la segunda temporada. Creía que era un capullo con todas las letras, que es como le definen en la primera escena, pero luego me enamoré un poco de él, o más bien de la idea joeljoaniana, de la nerviosa existencia de alguien que acapara el espacio por el que se mueve a golpes de voz y movimientos bruscos, llenando un hueco que no sabías que existía hasta encontrártelo y que de golpe sientes vacío al perder su presencia. Si eso no es amor, ya me diréis lo que es. No me refiero al plano sexual. O quizá sí, yo qué sé, con este hombre no hay imposibles.

El equipo de producción había tomado la playa de Barcelona, invadiendo la arena, envolviéndola de un aura de atracción para el populacho como solo algo que vaya a salir por la televisión puede hacer. Ya sabéis, gente hablando por walkie-talkies, cámaras, actores, extras, micros…Que si mueve esto allí, que si tira para allá, que si «calleu un moment collons que estem gravant«, todo eso. Unos cuantos curiosos flanquean el perímetro imaginario, señalando esto y aquello. Un set de rodaje tiene algo mágico, te absorbe en una brecha espacio-tiempo, te obliga a pararte aunque llegues tarde al trabajo, necesitas saber qué pasa allí dentro. Supongo que es por eso que la gente del mundillo, actores, guionistas, productores y demás personal cobran menos de lo que deberían o aguantan cosas que no les tocan. Porque toda esa movida crea un pequeño centro gravitacional del que cuanto más te alejas más huérfano te sientes de un padre que no te llama nunca, pero que de vez en cuando te viene a buscar al cole y te lleva al Tibidabo y te sientes el niño más afortunado del mundo.

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«A Joel Joan se le reconoce a una legua, por su altura, por el pelazo que se gasta.»

Rodaban una secuencia en la que también salía Julio Manrique, que liga con unas guiris que parecen descender de la mismísima Lagertha de Vikings. A Joel Joan se le reconoce a una legua, por su altura, por el pelazo que se gasta, y porque no para de moverse de un lado al otro dando indicaciones al staff, que para algo es el codirector. Un grupito de actores más jóvenes juega a dar toques con una pelota. Entre ellos Pol López, un tío que me robó el corazón hace años cuando le vi en el Institut del Teatre haciendo de sombrerero loco farlopero en una reinterpretación de Alicia en el País de las Maravillas. Tiene una de esas caras de crío abandonado en una carretera solitaria y lluviosa, de chaval poseído por el demonio que todos creen que es la víctima, y que al final de la película mira a cámara y sabes que es un psicópata cabrón, recordándote que hay sonrisas que pueden matar de miedo. Sería un gran Joker, un digno sucesor de Heath Ledger.

Nos avisan para la rueda de prensa, organizada en un auditorio exterior improvisado con unas cuantas sillas de plástico y una mesa al lado de un chiringuito. Periodistas a un lado, Lluís Soler y Sara Espígul al otro. Empiezan a hablar de la segunda temporada de El Crac. Comienza el Soler. Habla con la voz de un viejo oso, con tonos graves que se trasladan en forma de vibración de su diafragma al tuyo. Es uno de esos actores que no necesita explicarse, tiene una presencia honesta, como de pagès tranquilo que ha vivido gracias a sus propios esfuerzos y a los frutos que da la tierra. Se constatan dos cosas. La primera, que los periodistas a veces no hacen los deberes. Lluís Soler explica que en la ficción hace de Lluís Soler. Y se lo vuelven a preguntar, y responde que sí. Y de nuevo:

«Fas de Lluís Soler, no?»

– «Sí.» – Lo dice por tercera vez. No lo dice, pero es la tercera vez que lo dice. Ahí se nota la paciencia que solo puede conseguirse arando el campo durante años.

Y luego toca la pregunta de rigor cuando entrevistas a un actor:

«Quines diferències hi ha entre tu i el teu personatge?»
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Aquí desconecto. Si a alguien le interesa mucho la respuesta ya le buscaré la grabación. Después es el turno de Sara Espígul, que habla abrazándose a sí misma, y mirando de un lado al otro, pero como en un partido de ping pong, no de tenis. Explica el proceso de El Crac: que se curra muy a gusto, que se respeta mucho las ideas de todos y tal y cual, y cuenta que su personaje es más rico en esta segunda temporada, que ya no depende tanto del de Joel Joan. Y señala una de les claves de la serie, que es reírse de la farándula del teatro, televisión y cine catalán. Cuando acaba de hablar se constata la segunda cosa, que es que los actores y actrices suelen utilizar las palabras: “catarsis» e «inputs y la expresión “trabajamos desde un sitio”.

Pero vayamos al grano, al momento en el que conocí a Joel Joan. El Soler y la Espígul fueron sustituidos por Julio Manrique y el otro director de la serie, Hèctor Claramunt. Nos cuentan que habrán muchos cameos. Si habéis visto la primera temporada sabéis de qué va el rollo. En el segundo capítulo hay un momento brutal en el que aparece David Janer, el Águila Roja, el único hombre capaz de sustituir en malotismo al Quimi de Compañeros. Y entonces, de golpe, aparece ÉL.

Se sienta con un torbellino de expresiones faciales y gestos manuales. De pronto corta al Claramunt, y se pone a responder a una pregunta que no ha escuchado. Es guapo el tío. Tiene cara de villano de Hollywood, inacabable, plegable por mil surcos, que empiezan en la barbilla y acaban en la frente. Los periodistas cogen los micros de encima de la mesa y los enfocan a Joel Joan. Manrique y Claramunt dejan de existir un poco, pero parece que les hace gracia. Habla mucho más alto que el resto, con la solidez de un órgano con tubos de acero inoxidable. La risa se le mezcla con la voz. Podría dirigir el tráfico con la cara. Habla un periodista.

«Al personatge de Joel Joan ja el coneixem, però i el del Julio?«

«Bé, el meu personatge és…«

«Sempre hem dit que el Manrique és un crack 2.0 JAJAJAJAJA« – interrumpe Joel Joan.

Los periodistas se ríen. Manrique se ríe, Claramunt se ríe. Hasta yo me estoy riendo. ¿Qué me está pasando? Pues Joel Joan es lo que pasa, con su puto magnetismo y su gracia y su todo.

Ahora dejad que os explique porque hay que matar a Joel Joan. Vamos a hablar de cosas serias, hasta aquí las coñitas. Si habéis leído todo lo de arriba no os sintáis culpables si os vais ahora, el click que habéis hecho ya cuenta para los beneficios de la revista. Lo que sigue es para valientes. Let’s go:

Yo soy de los que les gusta más Los Soprano que The Wire, porque en el empate gana por el simple hecho de que una de ellas tiene al personaje de Tony Soprano, y la otra no. Máximo respeto por Omar, por Bunk, por McNulty y toda la peñita. Pero Tony es Tony. El exdirector de contenidos de la HBO, Chris Albrecht, decía que “la única diferencia entre Tony Soprano y toda la gente que conozco es que él es el Don de Nueva Jersey.” Lo mismo pasa con El Crac. La diferencia entre Joel Joan y los demás es que él es un actor famoso y exagerado, y los demás no. Me explico.

Todos somos un poco cabrones. Todos tenemos algo malvado y terrible dentro nuestro. El Crac es un repaso de lo peorcito de la condición humana. Al fin y al cabo, esta serie trata sobre la tragedia de un hombre que tiene talento, sí, pero que o bien ya se ha apagado o nunca ha tenido tanto como él cree. Es por eso que necesita recordarse a sí mismo y a los demás que existe, a costa de lo que sea.

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Podríamos decir que Joel Joan es envidioso, egocéntrico y manipulador. Es decir, es humano. La envidia es una cosa dramática que si no se controla puede pudrir a la mejor de las personas. Joel Joan no puede evitarlo, y no olvidemos el peligro que puede suponer un hombre que se sabe menos que los demás pero que se niega a serlo. Ahí está la relación con Roger Coma. Hay gente que parece tu amiga, pero no te harán un favor si con ello no se llevan nada. Así define Shakespeare a esta calaña en boca de uno de los mejores y peores hombres de la historia de la humanidad, Julio César:

César: Quiero tener a mi alrededor hombres gordos, de cara lustrosa, y de los que duermen bien por la noche. Ese Casio tiene aire macilento y hambriento: piensa demasiado. Hombres así son peligrosos.

Antonio: No le temas, César, no es peligroso: es un noble romano de buena condición.

César: Querría que fuese más gordo. Pero no le temo. Sin embargo, si mi nombre estuviese sujeto al temor, no conozco otro hombre al que evitaría tanto como a ese flaco de Casio. Lee mucho, es un gran observador, y penetra bien en las acciones de los hombres. No le gustan los juegos, como a ti, Antonio. No oye música: rara vez sonríe, y sonríe de tal modo como si se burlara de sí mismo y despreciara a su espíritu por poderse mover a sonreír de algo. Los hombres como él nunca tienen el ánimo en paz mientras observan a alguno mayor que ellos mismos, y por tanto son muy peligrosos. Te digo lo que hay que temer, más bien que lo que yo temo, pues siempre soy César.

El Crac cuenta lo duro que es ser Casio cuando crees haber nacido para ser César. En realidad, es una comedia muy triste. Joel Joan usa a los demás como instrumentos para conseguir lo que quiere. Necesita aparentar que es un tío importante, talentoso, que es un puto crack, todo eso entre la farándula del mundillo, donde hoy molas y mañana ya no, y el que mola mola mucho y el que no mola no mola nada, donde no hay amigos, sino interés, gente que te aplaude con la misma mano con la que te señala por la espalda, que te sonríe con la misma boca que te insulta, rodeado de secuaces que se convierten en mascotas mientras puedan rebañar las sobras del plato de una fama con fecha de caducidad.

«La venganza de los honestos es que el triunfo de los trepas es falso. Al fin y al cabo, la diferencia entre el bueno y el malo es la tranquilidad con la que concilian el sueño.»

Es un hombre que sucumbe a sus instintos. Y alguien que se rinde a sus impulsos dista mucho de ser libre. Se ve muy claro cuando tiene que decidir si escogen para un papel importante de la película de la primera temporada a Carla, que le atrae sexualmente, o a Sara, su ex novia que querría recuperar. O vaya, cree que quiere hacerlo, porque uno solo quiere algo de verdad cuando está dispuesto a renunciar a todo lo demás para conseguirlo. Y elige a Carla. La gracia de la serie es que las malas decisiones de Joel Joan tienen una consecuencia negativa directa en su persona. Nos encanta ver cómo se jode Joel Joan, con sus muecas de dolor y agobio.

En el mundo real, los que se mueven por sus intereses, a costa de quien sea suelen ser recompensados con éxitos profesionales y dinero, pero también con un pequeño infierno interno de culpa construido a base de medias verdades, que son mentiras enteras, y el discreto menosprecio de aquellos que les conocen realmente, la silenciosa satisfacción de los que hacen bien las cosas, de aquellos que solo tienen que preocuparse de trabajar y tirar para adelante sin mirar hacia los lados ni poner palos en las ruedas a los demás. La venganza del fracaso de los honestos es que el valor del triunfo de los trepas es falso. Al fin y al cabo, la diferencia entre el bueno y el malo es la tranquilidad con la que concilian el sueño. Como decía el maestro de periodistas con más mala leche que he tenido, Francesc Burguet, uno de esos profesores de guerrilla de los que ya no quedan, «no importa lo que digan o piensen los demás de ti. Lo importante es cuando te miras al espejo por la noche, en ese momento sabrás quien eres. Y si has sido un hijo de la gran puta, lo sabrás.»

Pero decía que Joel Joan debe morir. Joel Joan se pasa toda la primera temporada de El Crac exagerando sus defectos. Un ejercicio de valentía. Los pone a desfilar de tal manera, fusilándolos, que te ves a ti mismo reflejado, con tus mierdas y tus miedos. Joel Joan nos invita a mirarnos al espejo, a descubrir al Joel Joan que tenemos ahí escondido. Ese al que hay que matar para que resucite. De eso va El Crac, de la redención del Hombre. Nos da un mensaje de esperanza: si podemos llegar a amar a Joel Joan, con su infinidad de defectos, es que podemos volver a tener fe en imposibles. Te quiero, Joel Joan. Quizás algún día dejaremos de ver lo malo y fijarnos en lo bueno, y no sé, se acabarán las guerras, el hambre y Joel Joan volverá a unir a Junts pel Sí y nos lleve a una Catalunya independiente, en la que las palabras envidia, dolor y Jorge Fernández Díaz carezcan de sentido. Quizás.

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