El "caso Dreyfus"
La tiranía de ‘Veep’

El “caso Dreyfus”

El equipo de guionistas y Julia Louis-Dreyfus han sublimado la sátira política con 'Veep', una de las series más premiadas y queridas por el público.

No hay quien pueda con Selina. Todos los apuros y los obstáculos que debe sortear la exsenadora de Maryland junto con su séquito inseparable por los pasillos de Washington encuentran una recompensa merecida hacia mediados de septiembre, cuando toca hacer balance de méritos en la ceremonia de los Emmy. Veep es la rival a batir por los nuevos apóstoles del humor en televisión. No cuesta imaginar a Aziz Ansari (Master of none) y a Donald Glover (Atlanta), que este año ya han rascado algún premio importante, el de guión y el de dirección respectivamente, brindando por el anuncio que la séptima temporada de la serie política de HBO será la definitiva. No habrá reelección más allá de 2018; quizá la única manera de poner fin a su reinado sea esta autoimpuesta limitación de mandato.

Tras destronar a Modern family, la sit-com convencional que se pretende revestir de falsa originalidad por el simple hecho de haber eliminado las risas enlatadas y abrazar el formato del falso documental, Veep lleva tres años conquistando el galardón a la mejor comedia del año, con mayores dosis de ingenio y, como dirían en un cómic Bruguera de los clásicos, mala leche a gogó. Aquí la cámara también se mueve agitada y nos permite creer que estamos espiando la cara más patética del poder, a la manera no tanto de un documental como de un reportaje retransmitido en directo, clandestinamente. Afortunadamente recurrir al zoom en la oficina de la vicepresidencia de Estados Unidos respira mucha más credibilidad que hacerlo para enfocar las casas ajardinadas de los barrios residenciales de toda la vida, por mucho que éstas contengan nuevos modelos de convivencia.

En la gala de los Emmy 2017, en que las historias protagonizadas y sufridas por mujeres fueron distinguidas merecidamente, ha marcado otro hito para Veep: sexto premio consecutivo por un mismo personaje para Julia Louis-Dreyfus, mejor actriz de comedia, un récord absoluto para quien fuera la exnovia de Seinfeld entre 1989 y 1998 en la serie del mismo nombre. A estas alturas, que en los Globos de Oro ninguna de las nominaciones por el mismo papel de Selina Meyer haya fructificado debe importarle relativamente poco. Dreyfus ya ha hecho historia añadiendo un segundo personaje icónico a su carrera, algo de lo que en televisión tan sólo un puñado de personalidades elegidas puede presumir. Y sí, una de ellas es David Hasselhoff

Quien no haya visto nunca Veep podría encontrar sospechosa esta unanimidad crítica. El espectro siempre acechante que nos susurra al oído “¿Quieres decir que hay para tanto?” Alejemos a los fantasmas. No hay ningún misterio que deba ser investigado. En este caso, aún admitiendo que la concentración de premios siempre tiene un punto injusto, Veep lleva seis temporadas elevando el nivel de la sátira política, incluso en estos últimos tiempos en que la Casa Blanca es la sede del esperpento y la caricatura (en Internet se puede gozar de varios montajes anónimos que combinan errores y salidas de tono de Donald Trump con los títulos de crédito finales de la serie). Como tantas otras ficciones televisivas, encabezadas por Homeland y House of cards, los guionistas han tenido que adaptarse a la derrota electoral de Hillary Clinton.

Julia Louis-Dreyfus y Armando Iannucci.

Selina puede con todo, en parte gracias a una carta de presentación inmejorable. Veep (por las siglas “VP” de la vicepresidencia) nació como la secuela de una de las series políticas más extraordinarias jamás pergeñadas: The thick of it, centrada en las interioridades del ficticio Departamento británico de Asuntos Sociales y Ciudadanía. Armando Iannucci, escocés de padre napolitano (y pizzero) y madre de Glasgow, fue el creador de una especie de versión acelerada de la añorada comedia Yes, minister, muy recordada por los espectadores de las televisiones autonómicas en los 80.

Casi todo vale, la hipocresía es moneda de curso legal y cualquier atisbo de sentimiento humano se puede traducir en un incremento del índice de popularidad.

El personaje que marcó el tono de The thick of it y la llevó a lo más alto era el spin-doctor que asediaba sin descanso al equipo ministerial, Malcolm Tucker, interpretado al borde del ataque neurasténico por el genial Peter Capaldi, el último Doctor Who con rostro masculino hasta la fecha. Su ratio de insultos por minuto, de una creatividad que hacían de él el Miguel Ángel de la blasfemia, no tiene comparación posible en ninguna otra ficción. Incluso los “fucking characters” de Tarantino enrojecerían ante este desaforado fontanero del poder a sueldo del número 10 de Downing Street. Fueron 24 inolvidables capítulos rodados entre 2005 y 2012, incluyendo dos especiales de mayor duración. Por el camino Ianucci se animó a expandir sus tramas y llevarlas al otro lado del océano en la película In the loop, estrenada en 2009, donde el personaje clave de Malcolm Tucker se codeaba entre otros con un general norteamericano al que le prestaba rostro James Gandolfini. El objetivo, evitar una guerra entre los dos países. Al fin y al cabo, si Marvel nos marea día sí también con su famoso Universo Cinematográfico… ¿porqué Ianucci no podía trazar el suyo?

La aventura transatlántica tuvo sus altibajos. De hecho la ABC había encargado un remake de The thick of it para la temporada 2007-2008, del cual se llegó a rodar un piloto que fue descartado. Ianucci se sintió entonces legitimado para renegociar una adaptación del formato con otras cadenas y fue así como la HBO estrenó Veep en el año 2012, apuntando más alto que su ilustre predecesora, quizás para demostrar que las plantas nobles de las instituciones democráticas están igualmente cerca de las alcantarillas. La serie describe el día a día de la vicepresidenta de Estados Unidos, una política tan ambiciosa como cargada de dudas e inseguridades, divorciada y madre de una hija tirando a rebelde, en la dura ascensión hacia la cima. A su alrededor zumba en todo momento un enjambre de escuderos fieles, comprometidos con la misión más importante, la de forjar un buen legado, un objetivo que se ve amenazado por constantes meteduras de pata. Casi todo vale, la hipocresía es moneda de curso legal y cualquier atisbo de sentimiento humano se puede traducir en un incremento del índice de popularidad.

Peter Capaldi en ‘The Thick of it’.

Allí están Amy (Anna Chlumsky, la niña de la película My girl), implacable y nerviosa jefa de personal; Mike (Matt Walsh), un portavoz de prensa acomplejado por su falta de carisma y su nula vida doméstica; Gary (Tony Hale, premiado con el Emmy al mejor actor de reparto de comedia en 2013 y 2015), el Pepito Grillo más pelota de Washington, la voz de la conciencia que le va chivando a Selina al oído todo aquello que necesita saber de sus interlocutores y que siente por su jefa una admiración digna de vergüenza ajena; Dan (Reid Scott), el estirado y pretencioso asesor siempre dispuesto a escalar posiciones; Sue (Sufe Bradshaw), la secretaria sarcástica; o Jonah (Timothy Simons), el enlace directo con un presidente al que nunca vemos, un correveidile despreciado por sus comentarios inoportunos y por tener la gracia al sur de la espalda.

Todos los personajes destacan por su lengua afilada y por una capacidad ilimitada de imaginar réplicas ofensivas y políticamente incorrectas

El hecho de que el enlace con el poder superior, que en The thick of it era un déspota sádico y mordaz, sea en Veep el tipo más merluzo al Oeste de la Casa Blanca, no significa que se reduzca la acidez de la propuesta. Todos los personajes destacan por su lengua afilada y por una capacidad ilimitada de imaginar réplicas ofensivas y, por supuesto, políticamente incorrectas. ¿En qué otra serie esperaríamos oír que determinada estrategia resulta tan inútil como usar un croissant de consolador? ¿O que tras unas elecciones agotadoras una líder política manifieste que sus párpados empiezan a parecerse al escroto de Keith Richards? Pues eso. En la segunda temporada, la serie de HBO reforzó su nivel de adrenalina verborreica mediante un par de incorporaciones, el experto en demoscopia Kent Davison (Gary Cole) y el jefe de personal de la Casa Blanca Ben Cafferty (Kevin Dunn), exhibiendo una agresividad ligeramente superior a la media.

Los diálogos son escupidos a una velocidad de vértigo, trufados de juegos de palabras difícilmente traducibles y por supuesto mucho más disfrutables en la versión original. En comparación, las “screwball comedies” clásicas del cine de los años 40 casi nos parecen obras contemplativas de ritmo zen, como si Cary Grant y Katharine Hepburn hubieran fichado por Albert Serra (suponiendo que a éste un súbito cabezazo le hubiera reconvertido a la fe en el actor profesional). Eso sí, ni a Selina Meyer ni a ninguno de sus acólitos se les hinchan tanto las venas del cuello como al británico Malcolm Tucker. Quizá sea un pequeño peaje lógico en la adaptación del universo Ianucci a la “american way of smile”, a esa obsesión de los paisanos del Tío Sam por mantener siempre las formas y disimular los contratiempos bajo capas inocuas de diplomacia rayana en la falsedad. A diferencia de sus colegas yanquis, a los diseñadores del Brexit (Malcolm Tucker habrá tenido algo que ver con todo eso) no les hace falta mantener la sonrisa ante cualquier traspiés o saludar por igual a amigos, conocidos y menospreciados, ejercitando en toda ocasión aquellos tonos exageradamente agudos propios del placer fingido.

Más allá de las peculiaridades culturales que conforman la hipocresía a un lado y otro del Atlántico, Veep se ha mantenido en una línea ascendente durante seis temporadas, abordando desde el esperpento más grotesco temas tan sensibles como la conciencia medioambiental, la política espinosa en Oriente Medio, los recortes presupuestarios o la amenaza norcoreana. Difícilmente va a dilapidar sus logros en una última tanda. El padre de la criatura demostró ser el más confiado del equipo al dejarla caminar por su cuenta. Armando Ianucci abandonó la tutela de la serie al final de la cuarta temporada, cuando la odisea muy poco homérica de Selina Meyer había quedado suficientemente encarrilada. Fue David Mandel quien le tomó el testigo como showrunner. Atendiendo a su currículum (guionista de Seinfeld de la séptima a la novena temporada; director y productor ejecutivo de Curb your enthusiasm, la creación de Larry David posterior al final de Seinfeld) es evidente que Julia Louis-Dreyfus también tiene algo de jefa al otro lado de las cámaras e influyó en la elección. Para nosotros, el “caso Dreyfus” ha quedado analizado y visto para una muy favorable sentencia.

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