Eichmann en televisión | Momentos estelares de la televisión (VI)
Momentos estelares de la televisión (VI)

Eichmann en televisión

Un apunte sobre la (supuesta) banalidad catódica.

Un momento de la realización de la histórica retransmisión del juicio a Adolf Eichmann.

Pertenezco a esa generación que tuvo noticia del Holocausto antes del estreno de La lista de Schindler. En nuestro caso fue la televisión la que nos suministró algunas imágenes de difícil digestión sobre uno de los crímenes que marcaron el siglo XX.

El estreno y posterior reposición de la serie Holocausto nos introdujo en el mundo de las ficciones sobre el exterminio de los judíos de Europa a manos de los nazis. En aquellos años ochenta el debate teórico sobre la denominación de ese crimen colectivo no estaba en España muy desarrollado.

La serie Holocausto nos familiarizó con la palabra, que quedó asociada en la mente de muchos espectadores, yo entre ellos, a la barbarie de una persecución que generaba imágenes de gran crueldad pero que, habitualmente, no iban acompañadas de explicaciones detalladas sobre el origen de tanto mal. Eso lo comprendí con el tiempo. De niño es la crueldad lo que se fija en la memoria.

A finales de los cincuenta, la percepción pública de lo que había ocurrido en Europa todavía no había cambiado excesivamente respecto a finales de la década anterior.

De aquel primer visionado recuerdo fragmentos. Me impresionó sobremanera la historia de un personaje, pintor en la ficción, o al menos poseedor de talento para ello, e interpretado, juraría, por James Woods. El tipo logra esconder algunos dibujos sobre lo que ocurre en el campo de concentración (quizás era de exterminio, pero esa diferencia en aquel momento tampoco tenía mucho sentido para mí) en unos radiadores. Años después visitaría en Praga una exposición permanente en el barrio judío en la que se pueden contemplar dibujos hechos por niños que estuvieron presos en el campo de concentración de Theresiendstadt. Al verlo pensé inmediatamente en la serie.

Meryl Streep en la miniserie ‘Holocausto’.

Mis dudas sobre lo que ocurría en Holocausto tienen que ver con la imposibilidad de volver a ver la serie. Así como he logrado ver en varias ocasiones La lista de Schindler, nunca he podido ver de nuevo la serie de Marvin J. Chomsky. No sé por qué. Quizás porque explicaba historias demasiado impactantes para mí.

Es posible que empatizara en exceso con los personajes. No lo sé. He logrado leer cosas absolutamente espeluznantes sobre el tema, como el cuento de Tadeusz Borowski Pasen al gas, señoras y señores, las vívidas descripciones y duras reflexiones de Levi o incluso las entrevistas con el carnicero de Treblinka. Pero aquella serie me superó de una manera que todavía no soy capaz de explicar en términos estrictamente racionales.

Luego llegaron otros productos de gran interés. Recuerdo el telefilm (en mi memoria es más una miniserie, pero estoy equivocado) Wiesenthal, con Ben Kingsley, que emitió Telecinco (de esto estoy casi seguro). Sea como fuere, el caso es que la televisión se ha ocupado en muchas ocasiones del Holocausto.

Cuando vi estos productos por primera vez era o muy niño o adolescente, y para mí no tenía demasiado sentido todavía el nombre de Adolf Eichmann. Pero para los guionistas de estos productos, ese nombre tenía un indudable interés. Y eso conecta con nuestro momento televisivo histórico: el juicio de Adolf Eichmann.

James Woods en ‘Holocausto’.

Eichmann fue un teniente coronel de las SS que trabajó en diferentes departamentos y para varias personas en el seno del aparato burocrático del Tercer Reich. Aunque se llevó muchos secretos a la tumba, una buena parte de lo hizo durante la guerra se ha ido documentando con el paso del tiempo. Al acabar la contienda, Eichmann fue capturado por los aliados. Y tras pasar por diferentes campos de internamiento, se esfumó. No era un completo desconocido para los aliados, pero su internamiento lo pasó con un nombre falso. Su posición dentro de la burocracia del exterminio no le auguraba nada bueno y Eichmann lo sabía.

Tras no pocos azares y ayudas externas, tan bien documentadas en el ensayo de Bettina Stangneth Adolf Eichmann, acaba en Argentina, donde inicia una segunda vida con nueva identidad. Un tiempo después logra reunir a su familia incluso. Muchos criminales nazis lograron huir a diferentes lugares, como bien sabemos, pero el caso de Eichmann es particular, por cuanto su nombre incluso apareció mencionado por testigos en los juicios de Nuremberg.

Su trabajo tampoco dejaba lugar a dudas. Negoció con miembros de los consejos judíos durante la guerra para ofrecer visados a cambio de dinero y mercancías. No era únicamente alguien detrás de un escritorio. Su cara era conocida.

Gracias al empeño de Milton Frutchman tenemos las imágenes y declaraciones de Eichmann y de numerosos testigos de sus crímenes.

Pero debemos pensar que justo después de la guerra fueron muchos los supervivientes que emigraron a lo que en ese momento era la Palestina bajo mandato inglés, cambiaron forzadamente de residencia en la propia Europa o bien se marcharon lo más lejos posible, a cualquier país que les pudiera acoger. No fueron pocos los que prefirieron olvidar lo ocurrido y dejar la retribución en otras manos.

La dimensión del crimen cometido contra judíos, gitanos, minorías étnicas, población civil general, opositores políticos, homosexuales y gente con problemas mentales, fue de tal magnitud, que no pocos optaron por ejercer ese olvido sobre el que nos hace pensar David Rieff en su ensayo Elogio del olvido. No fue el caso de Simon Wiesenthal ni tampoco del Mossad israelí.

A finales de los cincuenta, la percepción pública de lo que había ocurrido en Europa todavía no había cambiado excesivamente respecto a finales de la década anterior pero se intuían algunas diferencias. De repente, para algunas personas la depuración de Nuremberg o los juicios de Bergen-Belsen no habían sido suficientes. La desnazificación posterior a la guerra en Alemania no satisfizo a gente como el fiscal Fritz Bauer, que creían, con razón, que quedaban nazis por todas partes.

El clima estaba cambiando y Eichmann no era precisamente un sujeto de gran discreción (como sí lo fue Mengele, por ejemplo). En Argentina, Eichmann concedió unas entrevistas que fueron grabadas en cinta al periodista William Sassen, quien durante la guerra había sido corresponsal del bando alemán (Sassen era holandés). En ellas, como bien acredita Bettina Stangneth, Eichmann ofrecía una descripción de sí mismo que nada tenía que ver con el intento posterior de hacerse pasar por un gris funcionario y burócrata que poco o nada tuvo que ver con la arquitectura del exterminio.

Un momento del juicio televisado a Eichmann.

La historia de su captura en Argentina es conocida. Existen innumerables documentos (algunos escritos por los propios secuestradores del Mossad), películas, documentales y docuficciones sobre la caza de Eichmann. Los pormenores son de gran interés, pero lo que nos ha traído aquí es un momento televisivo histórico: el juicio televisado (también radiado con gran éxito) de Eichmann en Jerusalén.

El estado israelí tenía claro que debía capturar y juzgar posteriormente a Eichmann en su territorio. No podían arriesgarse a que se escapara, como tantos otros. Pero lo que no tenían tan claro es cómo explicar la cuestión. Había que demostrarle al mundo quién era Eichmann, uno de los auténticos arquitectos del exterminio. No sólo fue responsable de la deportación de los judíos húngaros en el verano del 44 sino que sus órdenes vaciaron ciudades como Viena o Tesalónica.

Era un obseso de la eficiencia. Si le pedían mil judíos deportados, él intentaba ofrecer el doble. En las entrevistas Sassen queda claro que era un convencido de la causa nazi, un devoto, da igual si sobrevenido o no, de la ideología de la superioridad de la raza aria y del papel que debía jugar Alemania en el nuevo orden mundial. Como tantos otros sujetos, encontró en el nazismo un objetivo y la camaradería de muchos, un sentido a su vida.

En un primer momento puede sorprender que alguien con un rango tan bajo como el de teniente coronel (como tal acabó la guerra), acabase teniendo tanto poder para decidir sobre la vida y la muerte de la gente. Si analizamos la maraña de departamentos, servicios de seguridad varios y siglas que hay detrás de la seguridad del Reich, podemos entender un poco mejor cómo un sujeto aparentemente menor dentro del organigrama, acabó siendo la pieza clave en hechos tan trágicos y criminales como la deportación de los judíos húngaros (unos 400.000 se calcula) en el verano del 1944.

El rostro de Eichmann es el de la normalidad, de la medianía, el que allí declara que sólo cumplía órdenes y que, ante semejante requerimiento, nada puede hacerse.

Todavía recuerdo una impresionante conferencia de Jaime Vándor en la Universidad Autónoma de Barcelona (correría el año 2005 ó 2006) en el marco de un congreso sobre las narrativas del Holocausto que organizó el doctor Gonzalo Pontón Gijón (hoy catedrático en esa universidad). Vándor fue profesor de semíticas en la Universidad de Barcelona durante años. De niño vivía con su madre en Budapest, en plena Segunda Guerra Mundial, y escapó de milagro a las deportaciones organizadas por Eichmann.

Él y su madre tuvieron la inmensa suerte de acabar protegidos en un edificio con bandera española que Ángel Sanz-Briz defendió de las garras nazis. Aquella historia me cautivó y todavía hoy me afecta pensar en las vidas de aquellos personajes en la Bupadest de la guerra, sometidos a los caprichos de un destino que tanto podía ser adverso como mostrarse favorable, sin que ellos pudieran en gran medida hacer nada por inclinar la balanza (quizás en eso pensó el húngaro Kertész cuando escribió su novela Sin destino).

Si bien Sanz-Briz permaneció olvidado muchos años, las andanzas de Eichmann se conocían bastante mejor.  Lo suficiente como para que algunas personas se interesaran por televisar el juicio que se iba a desarrollar en Israel. Aquí es donde aparece el productor Milton Frutchman, quien convenció al gobierno israelí de televisar el juicio de Eichmann. Frutchman había trabajado para la NBC y en algunas películas de Hollywood, pero en nada que se asemejara en envergadura a ese proyecto. Logró televisar el juicio a 37 países, a lo largo de cuatro meses. Gracias a su empeño tenemos las imágenes y declaraciones de Eichmann y de numerosos testigos de sus crímenes.

Para llevar a cabo su tarea, Frutchman contó con la ayuda de Leo Hurwitz, un director de documentales que por sus ideas izquierdistas fue incluido en las listas negras durante los años cincuenta en los EE. UU. Durante ese tiempo trabajó sin acreditar para la CBS. El juicio a Eichmann se emitió por circuito cerrado de televisión en Israel y se grabó en cinta magnética para su posterior emisión en otros puntos del globo.

Hurwitz sería el responsable de un documental posterior de treinta minutos en el que eligió los mejores momentos del juicio a Eichmann y que tituló Verdict for tomorrow (1962). El documental ganó un premio Peabody. Estos personajes fueron rescatados por la BBC en 2015 para la excelente tv-movie The Eichmann Show. Anthony LaPaglia interpretaba a Hurwitz.

En Verdict for tomorrow podía verse el contraste entre algunos testimonios contra el teniente coronel de las SS e imágenes de la barbarie. Pero en la emisión del juicio no tenemos más que declaraciones, palabras, relatos de lo ocurrido, pero no imágenes. Es una construcción meramente verbal/textual de la historia, lo que encaja perfectamente con la imagen apocada y poco imponente de un Eichmann muy alejado del que fue cuando servía con su uniforme de la calavera.

La historia de Eichmann no deja de ser la de tantos otros sujetos grises y mediocres que encontraron un objetivo vital en su pertenencia a una máquina que convertía la muerte en un asunto burocrático (para todos menos para los ejecutores directos). Hubo muchos holocaustos, no uno. Hubo un exterminio por balas en el Este de Europa, especialmente en los territorios de la Unión Soviética. Hubo uno planificado e industrializado en campos como Auschwitz o Sobibor. Hubo uno en los guetos de los territorios ocupados. Eichmann no era ajeno a ninguno, si bien se estudia, especialmente, su implicación en los transportes desde Hungría de 1944.

La televisión es el medio que nos ha permitido un mejor y más completo acceso a una parte de la traumática historia de Europa.

Cuando la guerra les empezó a ser desfavorable, los jerarcas nazis trataron de borrar las huellas de sus crímenes. La arqueología y la antropología forense han rescatado las huellas de los crímenes en lugares como Chelmno o Sobibor. El complejo industrial de Auschwitz era tan grande y la prisa por dejarlo tan perentoria que no lograron deshacerse de todas las pruebas, si bien los nazis volaron las cámaras de gas.

La dimensión de los crímenes era tan grande que el intento por borrarlos fue en gran medida infructuoso. Por eso todavía choca más ver la imagen de Eichmann en un momento (el actual) en el que tenemos bastantes datos sobre las consecuencias de sus actos. En su día el juicio tuvo indudables contenidos y enfoques ejemplares por parte de sus participantes, algo que podemos también afirmar de su emisión televisiva.

La historia de Eichmann es compleja y está llena de claroscuros. La memoria es frágil por definición, e incluso el trabajo periodístico de Sassen tiene que ser examinado con gran cautela. Puede que ya no descubramos nada nuevo sobre Eichmann y que sólo quepa la interpretación de la información disponible. Pero es indudable que todo trabajo sobre su persona y su figura como militar y burócrata de las SS pasa por incluir en el análisis las imágenes de aquel juicio que organizó el estado de Israel con la decidida voluntad de vengarse por crímenes de una dimensión tan grande como los perpetrados en Auschwitz.

Anthony LaPaglia y Martin Freeman, protagonistas en ‘The Eichmann Show’.

El valor pedagógico de esas imágenes televisivas es inmenso, pero no porque nos permitan poner rostro al mal absoluto y la insania, sino porque nos permite asociar la imagen de un hombre menor a uno de los crímenes más graves (por intención, dimensión y efectos) conocidos. Es, precisamente, ese contraste lo que da más valor, si cabe, a la imagen televisiva. Es el rostro de la normalidad, de la medianía, el que allí declara que sólo cumplía órdenes y que, ante semejante requerimiento, nada puede hacerse.

Los planos televisivos de ese juicio no buscan la emoción ni pueden forzar en modo alguno la comprensión del crimen. Se trata de planos que documentan, sin más, que guardan una imagen para que alguien, en un futuro lejano o no, pueda rescatar al propio Eichmann reconociendo la existencia de esa maquinaria de muerte y negando, a un mismo tiempo, su responsabilidad en ella.

El escritor y periodista holandés Harry Mulisch escribió un estupendo reportaje sobre el juicio, aquí publicado y traducido como El juicio a Eichmann. Causa penal 40/61. Allí comenta Mulisch que tras unos días oyendo testimonios del horror de testigos y supervivientes empezó a detectar que algunas personas se cansaban de ellos, que no querían seguir oyendo aquello, que preferían seguir con sus vidas y dejar atrás lo acontecido. Parece una reacción natural y no es Mulisch el único que menciona semejante actitud ante el horror excesivo. Por ello la imagen televisiva del juicio de Eichmann tiene mayor valor, si cabe.

El personaje no será jamás un apunte menor en un libro de historia. Tampoco será exclusivamente la imagen de su fotografía conservada de los registros de las SS, en donde se le ve joven y apuesto. Será también la imagen de ese hombre apocado, callado, taciturno, vencido y acorralado que, lejos de la soberbia y la autocomplacencia mostradas en las entrevistas Sassen, se muestra ante los jueces como un hombre insignificante, algo que, sin duda, fue en términos morales.

Por desgracia fue alguien con un gran poder en los años de la persecución y exterminio de los judíos europeos. De ahí que esa imagen televisiva nos ayude a poner un imprescindible contrapunto a las muchas representaciones ficcionales que ha tenido el personaje, e incluso a su intento por construir algún tipo de relato heroico para tiempos futuros.

Y fue la televisión, ese medio que en plenos sesenta estaba en formación y que el gobierno israelí ni siquiera contempló como forma de dar a conocer esa historia, el que nos ha permitido un mejor y más completo acceso a una parte de la traumática historia de Europa. Quizás para entender a Eichmann, si tal cosa es posible, sea necesario analizar esa imagen televisiva, siempre que pueda soportarse la enorme frustración que genera para cualquiera el contraste entre los relatos de los testigos del juicio y el de un asesino de masas.

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