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Creo que me especializaré en escribir sobre series que están a punto de terminar. Después de mi brillante estreno en Serielizados hablando de True Blood, con el que obtuve miles de comentarios y fama mundial, pensé en retirarme a vivir del cuento. Pero es que… el final finalísimo de Mad Men se merece por lo menos que le dedique unos minutejos (y hoy sí puedo afirmar que no estoy en el ordenador del trabajo ni en mi jornada laboral porque me amenazaron de muerte por hacerlo la primera vez y soy una chica que aprendre rápido).
Bueno, lo voy a soltar rápido para que no duela tanto: se nos termina Mad Men. El buenorro de Don Draper nos abandona, nos deja viudas. También nos abandona el hijodeputa de Don Draper, el romántico Don Draper, el alcohólico Dron Draper y el buen y mal padre Don Draper. Joder, qué drama. ¡Y qué pérdida/s!
«Sabemos que en realidad son malos, pero no podemos hacer nada por amarlos e incluso sentirnos identificados con ellos»
Durante mucho tiempo las series se fijaron en los héroes: eran ellos los que protagonizaban todas las historias: detectives a lo Colombo que siempre resolvían los casos, policías esculturales que encontraban a los malos en Miami, Las Vegas o Nueva York, médicos de apellido Clooney que te curaban las heridas y el alma. Luego llegaron los antihéroes, tipos con los que empatizamos aunque fueran malos de verdad: psicópatas asesinos como Dexter, tipos chungos como Mr. White o críos insufribles como los de Misfits. Sabemos que en realidad son malos, pero no podemos hacer nada por amarlos e incluso sentirnos identificados con ellos (¿algun psiquiatra en la sala?).
Pues bien, resulta que el jodido Don Draper es héroe y antihéroe a la vez, por eso la serie es tan buena, porque nos provoca un sentimiento bipolar. Porque lo odias y al minuto quieres tener a sus hijos en tu tripa. Porque es el peor y el mejor padre y marido de la historia. Porque nos engaña siempre, pero seguimos creyendo en él (¿o es que de verdad vuestra mente no llegó a creerse por un momento en la quinta temporada que su historia de amor con Megan podía funcionar antes que la loca se pusiera en plan Zou Bisou Bisou?
Y es que desde que descubrimos que Don Draper es también Dick Whitman, no hay manera de que nos decidamos: nos gusta y nos cae bien, pero a la vez es un cabrón. Nos da rabia que sea un alcohólico y que sólo se quiera a sí mismo, pero a la vez le comprendemos y nos da apuro su adicción a la bebida. Nos repatea que se líe con toda mujer que se cruce en su camino –siempre que tenga unos melones generosos– pero a la vez deseamos que se enamore de nosotras.
Por eso mismo no soportamos la idea de que se termine la serie. Porque es un gustazo tener a un personaje tan profundo que, cuando desapareza, nos dejará el vacío que sólo llenarían dos personas distintas y diametralmente opuestas.
Draper… vete de una vez y quédate para siempre.