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Con la tercera temporada de Fargo en emisión, Noah Hawley está de moda. El escritor, guionista y productor americano aceptó la propuesta de escribir la primera serie dedicada al sector Marvel cuyos derechos tiene Fox, que incluye el universo X-Men o las historias de Deadpool y Lobezno. Ésta no es otra que Legión, que cuenta con el beneplácito de Marvel TV y que ha emitido FX con buenas críticas y números.
A pesar de su particular narrativa y su llamativo estilo visual, la serie avanza con relativa facilidad de seguimiento, por lo que los únicos problemas los presentarán los primeros capítulos, donde la confusión supone una especie de filtro para los espectadores que quieran seguir a pesar del desconocimiento y los que decidan que necesitan entender algo desde el principio. Legión está concebida como una especie de puzzle en el que las piezas encajan muy lentamente.
David Haller (Dan Stevenson), nuestro protagonista, está internado en un hospital psiquiátrico junto a su amiga Lenny Busker (Aubrey Plaza), donde conocerá a Syd Barrett (Rachel Keller), otra interna que no tolera ser tocada con la que empezará un extraño idilio amoroso. Hasta aquí, podríamos hablar de una historia de adaptación y superación, pero es algo más. Estamos ante la historia de David Haller, un mutante con extraordinarios poderes que ha de enfrentarse a sí mismo, a sus problemas mentales y a lo que le rodea sin saber lo que es real y lo que no.
Hawley afirmó desde que estuvo dentro del proyecto que no buscaba una historia de superhéroes al uso, sino algo con un mayor calado existencial, con diferencias marcadas dentro del muy trillado blockbuster marveliano, donde en televisión (sección Marvel TV-Netflix) sólo podemos salvar la magnífica Jessica Jones y la primera temporada de Daredevil. Legión lleva un paso más allá la hibridación en la ficción televisiva, tomando ya no sólo elementos narrativos de distintos géneros, sino también elementos técnicos muy poco habituales. En la misma serie vemos momentos de acción, thriller, suspense -muy bien ejecutado- o drama psicológico sin orden ni concierto, en un ejercicio que casi se acerca al surrealismo y, desde luego, se aleja de las estructuras narrativas de Los Vengadores, X-men o las series Marvel-Netflix.
Legión es, desde luego, una propuesta arriesgada. Desde el inicio hay intencionalidad de romper la estructura paradigmática de las historias de superhéroes, buscando nuevas formas de contarlas. Además del juego constante en el que el espectador no sabe dónde está lo real y dónde no, con significativas deudas del Lynch más reciente y Alicia en el país de las maravillas, Legión juega una peligrosa baza en el aspecto técnico. Contraste, saturación, planos muy llamativos, franjas y cambios de color que parecen no justificados, hasta la inclusión de intertítulos de cine mudo, forman parte de un llamativo propósito de hacer algo completamente fuera de lo convencional en uno de los géneros más convencionales que existen en el audiovisual actual.
Al mismo tiempo, la huida de la normalidad se convierte para Legión en una virtud y un defecto. La exploración de una narrativa diferente para un género con una estructura formal y argumental tan encorsetada es, en ciertos puntos de la serie, un verdadero acierto. Es el caso de los capítulos iniciales, verdaderamente atractivos y llamativos, así como del magnífico capítulo seis, en un espectacular trabajo de análisis y exploración psicológica de los personajes. Pero también esta forma de contar las historias nos presenta la problemática de la confusión que genera, haciendo que el espectador se pierda irremediablemente en la historia no-lineal de David Haller. Un problema que se incrementa en los espectadores que esperen una historia de superhéroes al uso.
«Frente a momentos de gran intensidad y tensión, tenemos capítulos completos de transición en los que no está ocurriendo prácticamente nada»
La potencia dramática de la historia tiene un reparto muy poco equitativo. Frente a momentos de gran intensidad y tensión, tenemos capítulos completos de transición en los que no está ocurriendo prácticamente nada, donde la historia se estanca. El final de la temporada es, de hecho, una mala conclusión que sirve como ejemplo de este mal reparto de intensidad dramática. Noah Hawley no siempre podía hacerlo todo bien, y desarrolla un epílogo con un conflicto solucionado, dejando en el aire dos cliffhangers que perfectamente podrían haber encajado en el inicio de la siguiente temporada. Uno de ellos, en una escena post-créditos -sí, también hay escena post créditos en Legión-, no es más que la introducción de un elemento que no tiene ninguna relación con lo desarrollado en toda la temporada y que parece fruto del azar.
A pesar de su irregularidad, hay que reconocer el trabajo de Hawley. No sólo por el peso del precedente de Fargo, demostrando que se puede recrear una historia fílmica con calidad en televisión y escribir una segunda temporada tan buena o mejor que la primera en apenas un año, sino también por la apuesta que supone este intento de renovación en un género tan trillado. El ejercicio de minimalismo en el género espectacular por antonomasia que se mantiene durante Legión no siempre funciona, pero cuando lo consigue, tiene un efecto arrollador, y hace que toda la temporada merezca la pena, aunque sea por dos capítulos -el seis y el siete, para ser más exactos-.
Legión no es la historia de superhéroes que el género necesita para renovarse. El precedente que sentó Netflix junto a Marvel TV y que comenzó con tan buen pie -ya hablaba antes de lo buenas que son Jessica Jones y la primera temporada de Daredevil– se ha ido diluyendo hacia la maximización de beneficios, para variar, y ha creado productos que no tienen la frescura de sus antecesores. Porque ni Luke Cage ni Iron Fist están a la altura de las anteriores, así como la segunda temporada de Daredevil, que echa demasiado de menos a un villano la mitad de bueno que Wilson Fisk.
Pero tampoco seamos derrotistas. Legión puede suponer un precedente, una transición en estas historias que nos lleve a la exploración de nuevos puntos que no se han tratado a menudo en las historias de superhéroes, como las implicaciones metafísicas de éstos. Esta arriesgada apuesta y la buena recepción que ha tenido puede que haga que la fábrica de las ideas se replantee su estrategia, al menos en televisión, y veamos, por fin, superhéroes que son verdaderamente humanos e incluso oscuros. Recemos por The Punisher.