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De Derry Girls, estrenada por Netflix hace unas semanas tras su paso por el canal británico Channel 4, me interesó antes que nada su premisa: sus seis episodios cogen la estructura habitual de la comedia de instituto salvaje y la trasladan a un terreno tan delicado como es el conflicto armado que azotó Irlanda del Norte entre finales de los sesenta y los noventa. Las cuatro jóvenes protagonistas de Derry Girls, en fin, tienen la mala suerte de ir a un cole de monjas en la ciudad irlandesa de mismo nombre en una época en la que las bombas del IRA y los ataques de los paramilitares ingleses estaban a la orden del día. ¿Cómo reconciliar un género cómico tan particular con un contexto tan complejo?
Ya en el primer episodio de la serie, creada por la dramaturga y guionista Lisa McGee, intuí la respuesta: el conflicto armado iba a adoptar un papel secundario en todo el asunto. A lo largo de Derry Girls, el terrorismo y los enfrentamientos violentos suponen una amenaza constante pero que raramente protagoniza tramas principales, y si lo hacen es tirando más por el lado absurdo que por el lúgubre. Los líos en los que se meten las protagonistas son, pues, el esqueleto de la serie; una serie con vírgenes que lloran pis, monjas que mueren súbitamente y perros que vuelven de la tumba. Conforme avanzaba en la temporada, mi marco de análisis empezó forzosamente a cambiar. El previsible conflicto entre comedia y drama se diluía y empecé a abrazar Derry Girls como lo que realmente parecía ser: una comedia gamberra protagonizada por mujeres. Un universo del que afortunadamente la cultura popular ha bebido en abundancia en los últimos años.
Porque no siempre fue así: no olvidemos que, tan cerca como en 2011, La boda de mi mejor amiga fue vista como una auténtica revolución por atreverse a introducir a las cómicas Kristen Wiig y Melissa McCarthy en una muy extraordinaria escena de diarrea letal. Una escena que, como cualquier persona con dos dedos de frente supondrá, mostraba a dos de las mejores actrices de Hollywood cagando brutalmente y parecía así, por fin, homologarlas a sus contrapartidas masculinas, que ya desde los tiempos de John Belushi venían demostrando que… pues eso, que la caca es divertida.
‘Derry Girls’ se da la vuelta en el último episodio, pasando del cinismo extremo y la referencia musical vacía a un cierre que da sentido a todo
Derry Girls quizá no muestra a sus protagonistas cagando, pero sí las dibuja como personajes diametralmente opuestos a lo que muchas ficciones de instituto han pretendido hacer pasar por el grupo habitual de chicas estudiantes: no son las populares, pero tampoco son las frikis, las empollonas, ni siquiera las chicas alternativas que se visten de negro y escuchan The Smiths. De hecho, las protagonistas de Derry Girls casi ni escuchan música, casi ni son personajes destacables: son simples, se dejan llevar por sus instintos en lo que a comida o sexo se refiere, prejuzgan, se insultan constantemente, a uno le parece que no se fían ni de sus propias amigas. Esto es interesante por su apuesta por unos personajes definitivamente odiosos (la familia de la protagonista es casi peor) en los que solo puntualmente vemos destellos de empatía, pero a falta de un episodio para finalizar la temporada, me estaba empezando a cargar. Y a mí me encantan los personajes odiosos. Algo, por lo tanto, no acababa de funcionar.
Había empezado la serie esperando una perspectiva cómica sobre el conflicto de Irlanda del Norte, pero sus aproximaciones a ese asunto me habían resultados superficiales y básicas. Buscando en ella, pues, el puro disfrute del humor salvaje e iconoclasta, también había acabado decepcionado: sus personajes eran demasiado insoportables. Pero es que Derry Girls, antes de estrenarse en Netflix, había sido la serie más vista en Irlanda del Norte desde el año 2002. Ya estaba renovada para una segunda temporada. ¿Me estaba perdiendo algo?
La respuesta estaba en el último episodio de la temporada. Demonios, la respuesta estaba en los últimos momentos del último episodio de la temporada. Derry Girls se da la vuelta en apenas dos minutos, pasando del cinismo extremo y la referencia musical vacía a un cierre que de repente da sentido a todo lo visto anteriormente. En sus momentos finales, una serie que ha jugado a hacerse la dura se revela como lo que quiere ser en realidad: un alegato a favor de los vínculos que establece el humor frente a la violencia sin sentido que vemos en la tele (o en Twitter, qué más da) todos los días. Antes de eso, claro está, Derry Girls parece todo lo contrario: hace que te preguntes por qué la mayoría de sus personajes no intentan, aunque sea por un momento, acercarse a los demás. Hace que te preguntes cuándo estallará el conflicto que resuena de fondo. Su cierre responde ambas preguntas. Y Derry Girls cobra todo el sentido del mundo.