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Anastasia Callet (Macarena Sanz) desvanece la parte final de su nombre hasta borrarla y se hace llamar Ana. Trabaja como ayudante de Bassil, un artista tan popular como desconocido (sí, como Banksy). Su labor, sin embargo, va más allá de la simple asesoría. O así lo siente ella, tiempo ha pintora prometedora, ahora integrada en los engranajes de la voraz industria del arte (postmoderno). Y esa comezón interior acaba por tener consecuencias físicas: Anastasia, como su nombre y como su valía profesional, empieza a desaparecer pausada pero implacablemente, por los dedos de los pies (!).
La serie levanta acta del alzamiento del imperio de lo virtual frente a lo real y las consecuencias que eso tiene sobre la propia identidad
Al nuevo trabajo de Álvaro Carmona para atresplayer se le puede alabar su atrevimiento, no tanto sus insistencias metafóricas. El excesivo señalamiento de la condición invisible de la protagonista – premisa que se presenta como supuestamente novedosa- parece querer ocultar el desarrollo de una historia archisabida, tanto por la existencia de un sinfín de antecedentes reales (de Camille Claudel a Margaret Keane) y de ficción (valgan como ejemplo dos series a propósito de la emancipación femenina como The Good Wife o Halt and Catch Fire) como por lo trillado del argumento (una historia de superación personal, pues para recuperar su vida Ana deberá romper con todo).
Déjate ver (Álvaro Carmona, 2023) propone una reflexión sobre la desconexión emocional en un mundo hiperconectado, nos habla de la despersonalización de las interacciones sociales a través de las redes y de la mercantilización de las relaciones; orbita, en definitiva, en torno al triunfo de la superficialidad, levanta acta del alzamiento del imperio de lo virtual frente a lo real y las consecuencias que eso tiene sobre la propia identidad, representada aquí por una mujer integrada en la precaria generación millennial. En ese sentido, los aportes más notables proceden tanto de la selección genérica y del contexto como de algunos detalles de su puesta en escena.
En ‘Déjate ver’ se atiende a las derivaciones psicológicas que provoca la individualización de un mal general
Si la bizarra enfermedad de Ana ya asume postulados de ciencia-ficción, la ubicación de la historia en un futuro no muy lejano, reconocible pese a los pequeños pero extravagantes cambios que se introducen, nos sitúa en el terreno de la distopía cómica. La serie brilla más en los pequeños apuntes tecnológicos -como si fuesen notas al pie de un episodio de Black Mirror– que en su revisión general del zeitgeist actual. Si esos apuntes funcionan es porque, como en la antología de Charlie Brooker, las exageraciones parten de un referente reconocible; en ese terreno los hallazgos son numerosos y están muy bien traídos.
Es cierto que pueden establecerse asociaciones con otras propuestas de mayor envergadura como The Architect (Kerren Lumer-Klabbers, 2023) o Severance (Dan Erickson, 2022), solo que en las miniseries citadas la andanada contra el sistema es de un impacto muchísimo mayor. Mientras que en la producción de atresplayer se atiende a las derivaciones psicológicas que provoca la individualización de un mal general, en la teleficción noruega se empleaba la crisis de la vivienda para hablar de cómo el bienestar individual se opone al beneficio público. En Severance todas las hostias le caían al alienante sistema laboral impuesto por el neoliberalismo. La diferencia entre una y otras es abismal, y no solo en términos presupuestarios (que también). En realidad, a lo que más se quiere parecer Déjate ver es a una reinterpretación pasada por el filtro de la comedia de La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica de Walter Benjamin.
Al igual que ya sucedía en Gente hablando (2018), Carmona siente preferencia por la autonomía episódica. Pese a contar con un argumento horizontal que atraviesa los ocho capítulos – Ana se busca a sí misma en una suerte de coming of age tardío-, se nota un esfuerzo por individualizar cada una de las partes y, sobre todo, por romper con las expectativas de la audiencia.
Esa composición asimétrica ofrece resultados desiguales. En sus momentos más afortunados, como en ese sexto episodio coprotagonizado por Miki Esparbé, el guionista y director logra que dramaturgia y estética se alineen a la perfección. En los menos, se deja devorar por los tics de la feel good movie almibarada (“desde que has empezado a desaparecer nos hemos visto más que nunca”), por la sobreexplicación (todo lo referente a la pistola con la que Van Gogh se suicidó) o por los intentos de asumir narrativas contemporáneas (el trabajo con el loop, por ejemplo) que desembocan en episodios un tanto farragosos (sí, el capítulo cuarto pretende parecerse al Barber Shop de Atlanta pero se queda tan lejos de él como un diseño de Desigual de un cuadro de Kandinski).
En la posición que el creador plantea se atisban nuevas posibilidades para ver el arte de la comedia desde otro prisma
En cualquier caso, la elección del punto de vista de Ana, una persona con tanto talento como poca autoestima, le permite a Álvaro Carmona filtrar el mundo a través de la mirada de su protagonista. Y ese Madrid desapasionado que vemos se asemeja mucho a esos autorretratos en los que ella es el único elemento humano de la composición. El resto son sucesiones de fondos de pantalla desnaturalizados, a veces ocupados por personas de porte inanimado, instruidas en los protocolos de la hipocresía, por otra parte tan practicados en esa feria de las vanidades que es el mundo del arte, puro espejismo sustentado por legionarios low-cost (como Ana).
Decíamos al inicio que a Carmona hay que valorarle el arrojo y ese sexto capítulo que antes mencionábamos vale por toda su apuesta. ¿Por qué? Pues porque empieza planteando la importancia del cambio de perspectiva, de lo decisivo que puede ser ver las cosas desde otro lugar, para armar una sucesión de planos secuencia retrospectivos en los que, sin embargo, la información que vamos acumulando sirve para crear gags a posteriori.
Aquí la unidad espacio-temporal de cada toma en continuidad va contra la fragmentación de la cronología, la involución de la trama se enfrenta a la evolución de la comicidad, la repetición se emplea como generadora de extrañamiento…En ese cambio de posición que el creador plantea se atisban nuevas posibilidades para ver el arte, el arte de la comedia, desde otro prisma.