‘La casa de las miniaturas’: cuando el terror se sirve a tamaño reducido
‘La casa de las miniaturas’

Cuando el terror se sirve a tamaño reducido

‘La casa de las miniaturas’ invoca el terror con sus pequeñas obras de arte en la Ámsterdam del siglo XVII.
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La casa de las miniaturas, una serie dirigida por Guillem Morales (Los ojos de Julia), ha pasado sin pena ni gloria por la plataforma Filmin, que quiere hacerse un hueco en la parte televisiva del panorama audiovisual actual. No he podido pasarla por alto después de ver Hereditary (2018, Ari Aster), la nueva película de terror del momento que algunos han bautizado como “la nueva El exorcista”. A simple vista, no tienen nada que ver en temática; una es un producto de época basado en una novela de Jessie Burton y, la otra, una ópera prima que quiere sumarse a la reciente era de oro de terror contemporánea junto con La bruja (2015, Robert Eggers) o The Babadook (2014, Jennifer Kent) – film con el que La casa de las miniaturas establece una ilusoria conexión, puesto que la serie de la BBC muestra la opresión sexual que sentían los ciudadanos de Ámsterdam por aquel entonces y Babadook se ha convertido en un pilar cinematográfico representante del grupo LGTB-. Pero lo que ambas comparten sin discusión es esa obsesión por representar el terror y el suspense mediante el uso de miniaturas. Reproduciendo a personas y situaciones cotidianas en maquetas para hacer con ellas un show de marionetas turbio que asusta a cualquiera. Todo para mostrar lo vulnerables que somos y lo marcado que tenemos el destino, por mucho que uno intente resistirse.

Ni es ni pretende ser una serie de terror al uso, pero su contenido y el modus operandi con el que su director le da carácter la arrastra inevitablemente hacia los caminos del género

Tanto Morales como Aster han dispuesto de un presupuesto ajustado para llevar a cabo sus respectivas obras, un punto que en verdad juega más a su favor que en su contra, porque construyen las escenas en los interiores de las respectivas casas de los protagonistas. Bañan sus pasillos y habitaciones de una misma tonalidad oscura que manifiesta la poca presencia de luz cálida rozando el estilo gótico y generando esa necesidad al espectador de agarrarse a esa poca iluminación como si fuera un clavo ardiendo para combatir el factor miedo. La casa de las miniaturas ni es ni pretende ser una serie de terror al uso, pero su contenido y el modus operandi con el que su director, Morales, le da carácter, la arrastra inevitablemente hacia los caminos del género.

Al estar moviéndose en el formato televisivo, Morales no dispone de la total libertad de la que goza Aster para moldear la historia como le venga en gana y hacerla más terrorífica. Debe ceñirse a las bases establecidas por la novela de Burton y a unos esquemas que delimitan el desarrollo y el formato de la serie. Empero, no es casualidad que el director de Los ojos de Julia (2010) haya sido el responsable de dirigir La casa de las miniaturas. Morales conoce las pautas del género y cómo moverlas a su favor, y lo demuestra haciendo que una secuencia tan simple como es desembalar unas miniaturas a plena luz del día, se transforme en un acto de un mal rollo incomprensible. Aunque eso es algo que también hay que agradecer a la inmejorable Anya Taylor-Joy, una joven actriz con una larga carrera por delante también especializada en films de género.

La BBC no quiere evidenciar que para relatar una historia cruel sobre el castigo por ser homosexual se ha utilizado la clave de terror. Pero su selección de componentes destacados dentro del terror para dar forma a La casa de las miniaturas manifiestan las intenciones de la cadena de un modo bastante claro. Es un terror disfrazado que quiere introducir ideas como la del vudú o el espiritualismo. Ideas que comparte con Hereditary pero que muestra de un modo más comercial y, por ende, habitual para cualquier tipo de espectador. Eso es solo una tapadera para que Morales, mientras se cuenta la historia de opresión, pueda maquillar la puesta en escena como le venga en gana para colarse en el subconsciente del espectador y hacer que ese fondo se convierta también en forma. Que es precisamente lo que hace Aster con Hereditary, film que no deja de ser un drama familiar como lo fueron en su momento El exorcista (1973, William Friedkin), El resplandor (1980, Stanley Kubrick) o La semilla del diablo (1968, Roman Polanski) vestidos de temática de horror para jugar con el concepto de metáfora y materializar la idea de ruptura del núcleo familiar –en La casa de las miniaturas también presente en su medida- a través de elementos dignos de tren de la bruja. Cada familia, la del film de Aster y la miniserie de Morales, están condenadas a la tortura y la pérdida por crisis y situaciones extremas en formato de maldiciones irremediables de talla fantástica.

El terror está más presente que nunca en televisión, en algunos casos de un modo más elegante, como es el caso de El cuento de la criada, y otras veces en formato tradicional como Channel Zero. Para aquellos que gozaron de Hereditary en cines, no dejéis escapar La casa de las miniaturas, puede que solo por su fotografía –en ocasiones con fotogramas que parecen extraídos de la esencia de Caravaggio- os atrape en su malsana atmósfera de época. Son dos formas de entender el género, las posibilidades que ofrece el formato de largometraje y las limitaciones que establece, a veces, la televisión. Las dos caras de la moneda de la tortura familiar mediante el uso de miniaturas como representación de la familia. El terror indie también está que lo peta en las series.

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