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Al término de la segunda y última temporada de Hierro (probablemente una de las mejores series criminales jamás rodadas en España), argumentaba su creador, Pepe Coira, que hacer de la particular geografía de la isla canaria más remota, un escenario continuo de historias criminales, hubiera lastrado su credibilidad.
Por mucho apego que le hubiéramos cogido a la jueza Candela Montes y al empresario platanero Antonio Díaz, los espectadores hubiéramos tenido la sensación que se estaba estirando demasiado el chicle, como ha ocurrido tantísimas otras veces. Tres asesinatos ya hubieran sido multitud. Y abusar de la gallina de los huevos de oro no parece una opción válida para un equipo creativo al que no le tiembla la mano si hay que descubrir la identidad del culpable antes de lo que dictan los cánones.
Alejemos de estos personajes el mal fario que solía acompañar a la venerable Jessica Fletcher y dejémosles tranquilos. Aunque los echemos de menos. Que tanto la última entrega de Hierro, como la primera de Rapa, el nuevo producto de esta talentosa factoría, tengan seis capítulos de duración, acerca todavía más sus propuestas a la órbita británica de Broadchurch, La caza (The fall) o Line of duty. Sea más o menos importante el quién, se suele priorizar el por qué.
Se trata de evolucionar hacia la exposición lúcidamente pesimista de una realidad que casi nunca se resuelve del todo
Esta vez los hermanos Pepe y Jorge Coira, junto a Fran Araújo, nos hacen viajar a su Galicia natal. De la lava solidificada a la niebla casi corpórea. Pese a alegrarse por la expectación generada por su proyecto más reciente, bendecido por el éxito de Hierro, también esperan que las comparaciones sean las mínimas. Y si bien es cierto que Rapa comparte aspectos formales con su predecesora (la fotografía tan funcional como preciosista de José Luis Bernal, la etérea banda sonora de Álex Font, el protagonismo de una pareja mixta obligada a cooperar dadas las circunstancias…), esta intriga lluviosa desplegada en un terruño distinto, acaba tomando algún camino que le puede resultar sorprendente a los ya convencidos. Especialmente en un tramo final sin excesivos redobles ni alardes de producción.
No se trata de aplicar un molde mecánicamente, sino de evolucionar hacia la exposición lúcidamente pesimista de una realidad que casi nunca se resuelve del todo y siempre deja algún cabo por atar. A la manera nórdica. Del norte del continente, se entiende, no de la Península.
Rapa arranca cuando Tomás, un profesor de instituto poco vocacional, de paseo matinal por el monte, se encuentra con una mujer moribunda que resulta ser Amparo Seoane, la todopoderosa alcaldesa del pueblo de Cedeira. La cacique política de la localidad, una de esas personalidades que basa en buena parte su acopio de poder en la acumulación de enemigos, ha sido agredida.
Fallece poco después, no sin antes transmitirle un mensaje entrecortado al único testigo del momento, un “Rosebud” agonizante algo inverosímil, dispositivo narrativo que sirve de pistoletazo de salida para la gincana investigadora que emprende el profesor. Interpretado con su naturalidad habitual por Javier Cámara, uno de esos actores que basa su genialidad en la aparente falta de esfuerzo requerido para insuflar humanidad a cualquiera de sus personajes. Lo que no es nada fácil de aparentar.
El buen género negro siempre funciona a manera de crónica casi periodística de una sociedad y de sus problemas más acuciantes en cada época
En una cruzada por descubrir la verdad, que tiene un componente de reafirmación personal y otro de sed de justicia, Tomás se ofrecerá a colaborar con la agente de la Guardia Civil encargada del caso. Una Mónica López empática y cercana, tremendamente efectiva como cabeza de cartel, a la que los hermanos Coira le debían una (guiño cómplice y discreto, dentro de lo posible, para aquellos que aterricen en la sierra de A Capelada procedentes del archipiélago). Mónica López y Javier Cámara son de esos intérpretes con carisma y oficio, capaces de exhibir buena química en pantalla hasta con un robot de cocina. Cómo no van a hacernos llegar esa complicidad cada vez que comparten una escena, forjada a base de pequeñas puyas y leves insinuaciones, más cerca de la “buddy movie” entre colegas de mundos distintos, que de la comedia romántica…
Establecido cuál es el punto de vista de la audiencia, quién capitanea el buque insignia de esta travesía por las Rías Altas, Rapa se propone explorar diversos temas, desde la violencia machista a la corrupción política. No todos desarrollados con la misma profundidad por lo ajustado del metraje. Al fin y al cabo, el buen género negro siempre funciona a manera de crónica casi periodística de una sociedad y de sus problemas más acuciantes en cada época.
Lo de la mala praxis institucional, relacionada con el proyecto de una mina lucrativa y potencialmente contaminante, es una referencia casi obligada en una tierra acostumbrada a los más variados episodios de contrabando y narcotráfico. Algunos de ellos protagonizados por un individuo que años atrás compartía lancha de veraneo con el futuro presidente autonómico. Un barco como el que sirve de sorprendente centro de reuniones entre el alcalde en funciones de la Cedeira de ficción (mano derecha de la asesinada), y la hija de ésta, interpretados por los actores gallegos Toni Salgado y Eva Fernández.
Rapa nos regala secuencias aéreas espectaculares. Similares a aquellas que en Hierro ya nos hacían pensar en los títulos de crédito de la película La isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014), otra joya del noir ibérico apegado a una geografía muy concreta. Al fin y al cabo, nos los acaba contando uno de los personajes, nos encontramos en una de las tres zonas del planeta, junto a Suráfrica y Polonia, en que aflora el manto de la corteza terrestre. Estamos en una región en la que los caballos salvajes corren libres. Tan sólo una vez al año, el 29 de junio en el caso de Cedeira, se celebra la Rapa das Bestas, durante la cual a estos caballos se les inmoviliza para cortarles las crines y desparasitarlos, antes de dejarlos sueltos de nuevo. Las imágenes de estos animales galopando a cámara lenta son de una gran belleza.
Los hermanos Coira y Araújo apuestan por la revelación prematura del criminal, con tiempo suficiente para exponer los motivos de cada uno de los personajes
Lo que les interesa a los guionistas es el paisaje a ras de suelo, el de las bestias humanas con tendencia a quedarse calvas de tanto recordar (José María Cano dixit). Esas que nunca están del todo domesticadas, que se han conformado viviendo en sociedad hasta que algún hecho más o menos fortuito dispara su lado salvaje. Por mucho que ellas puedan pensar que, en realidad, son las encargadas de eliminar a los parásitos de su comunidad. Los hermanos Coira y Fran Araújo apuestan por la revelación prematura del criminal, con tiempo suficiente para exponer los motivos de cada uno de los personajes y centrarse en su psicología. En qué les empuja a matar o a investigar.
En esta ocasión las tareas de dirección de los capítulos se las reparten Jorge Coira y Elena Trapé. Directora de Blog y Les distàncies, Trapé se estrena en el género con buena nota. Igual que en Hierro, el reparto autóctono le suma autenticidad a la propuesta. A la espera de que alguna ficción con vocación realista se disponga a recoger el bilingüismo de algunas zonas de España. Algo tan defendido en el plano teórico y tan poco protegido en el día a día. Por el momento, Drama, es la excepción que confirma la regla monocorde de tantas otras series, todas muy loables en términos narrativos y de producción (El día de mañana, Mira lo que has hecho, Vida perfecta, Patria…).
Sea como sea, dejando a un lado la sociolingüística de barra de bar, es de aplaudir que allá donde vayan, los responsables de Rapa basen en la cantera local su plantel de presuntos secundarios. Personajes siempre claves para el desarrollo de la historia. Es la mejor manera de descubrir algunos rostros del todo solventes, con mucha experiencia acumulada a sus espaldas, pero que pueden haber pasado inadvertidos hasta la fecha para los espectadores foráneos.
Ahí están Santi Prego, que ha pasado de encarnar al dictador Francisco Franco en la película de Amenábar Mientras dure la guerra, a ser Guardia Civil raso; Berta Ojea, que fue Ofelia en la versión de Javier Fesser de Mortadelo y Filemón; Nacho Castaño, el periodista que ayuda ocasionalmente a Tomás, hermano de la actriz Cristina Castaño en la vida real; Ricardo de Barreiro, el hijo problemático de la alcaldesa; y Lucía Veiga, a quien vimos en El desorden que dejas y asume aquí el papel de la fisioterapeuta de Cedeira. Por citar algunos a modo de ejemplo.
El equipo creador de esta serie sigue aliñando sus tramas de intriga con valiosas dosis de antropología cultural
En un momento dado, enfrentado a aquellos que se oponen a la mina, el alcalde en funciones señala: “De paisajes y de costumbres no se come”. Es justo lo contrario de lo que piensa el equipo creador de esta serie. El cual sigue aliñando sus tramas de intriga con valiosas dosis de antropología cultural que logran no parecer metidas con calzador. Después de descubrirnos la Bajada cuatrienal de la Virgen de los Reyes en El Hierro y la lucha canaria, le ha tocado el turno a la Rapa das Bestas. En este caso, la fiesta no aparece al término de la temporada, como sí ocurría en la serie protagonizada por Candela Peña y Darío Grandinetti. Rapa, más radical en su planteamiento, nos ofrece un último capítulo anticlimático, desprovisto de una secuencia de acción resolutiva en la que coincidan todos los protagonistas.
Aquí el final transcurre de manera más plana, más acorde con la realidad, lo que puede desconcertar; sin embargo, no deja de ser honesto y atrevido. El listón estaba muy alto, pero el equipo de Rapa sigue facturando thrillers con alma, de calidad comparable a cualquier otra muestra europea del género. Algo que ya se ha convertido para nosotros en una buena costumbre que esperamos mantener muchos años más.