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Escribo esto mientras escucho la recientemente resucitada Running Up That Hill de Kate Bush (si, me refiero a ESA escena de Stranger Things), que aunque ahora todos la asociamos a una serie en concreto, me ha recordado inevitablemente a las protagonistas de Hacks.
Voy a permitirme la licencia de suponer que ellas, al igual que Kate, han deseado en algún momento de sus vidas tener todos esos privilegios exclusivos vinculados a los hombres. Me las imagino corriendo cuesta arriba, de la mano, pidiendo una tregua, añorando ese intercambio momentáneo de cuerpos y la libertad que le precede. Porque Hacks, más allá del humor, los focos y Las Vegas, es un maravilloso retrato sobre lo difícil que es crecer profesionalmente como mujer en un mundo que trata de empequeñecerte día a día.
Crear una buena serie con una mujer mayor como protagonista no es ninguna tontería
Un claro síntoma del éxito y la necesidad de una serie así, es que tan solo un año después del estreno de su primera temporada, ha llegado la segunda. ¿Su mayor mérito? Si las historias sobre el mundo del espectáculo son complicadas, imaginaros hacer una comedia sobre el mundo de la comedia. Crear una buena serie con una mujer mayor como protagonista, que además es un ex-icono del stand up, no es ninguna tontería. Por lo que, teniendo en cuenta que el margen de error era bastante alto, que todo funcione en su conjunto es digno de mención y del interés del público. Aquí hemos venido a reivindicar, si señora.
La cuestión es que la cosa salió bien. Algo que obligó a sus guionistas y directores a ponerse en marcha y sacar una segunda temporada, con sus ocho episodios, sus chistes y sus intercambios, en tiempo récord (este es el precio a pagar por el éxito en un servicio de streaming). A pesar del poco bombo y la casi inexistente publicidad que se le ha dado la serie, Hacks ha cosechado múltiples premios y grandes alabanzas por parte de la crítica. Y aunque parece que aquí resuene en un eco más distante y sutil, nunca debemos subestimar el poder de una buena sitcom con dos mujeres al mando.
Creada por Jen Statsky, Paul W. Downs y Lucia Aniello, Hacks asienta su pilar sobre la figura Deborah Vance (Jean Smart), una humorista consolidada con un puesto fijo como estrella de su propio show en Las Vegas. Y Ava (Hannah Einbinder), una joven guionista y humorista en paro. Dos mujeres con personalidades aparentemente opuestas, que más allá de su tensa relación inicial forzada por motivos profesionales, acabarán construyendo un bonito vínculo de cariño y necesidad mutua.
Poco a poco la ficción se está volviendo mas autoconsciente de sus propios vacíos representativos
Lo más refrescante de Hacks es que pone en el punto de mira a uno de los grupos demográficos más olvidados (e incluso maltratados) por la televisión: las mujeres mayores. Aunque poco a poco la ficción se está volviendo mas autoconsciente de sus propios vacíos representativos, que una serie como esta exista, es un pequeño milagro digno de celebración.
Deborah (al igual que su inspiración en la vida real, la maravillosa Joan Rivers) se niega a dar el brazo a torcer y ceder ante una cultura que invisibiliza de forma sistemática a todas las mujeres que sobrepasan los 40 años. Jean Smart, con su mentón alzado, sus monólogos y sus brillantes blusas, materializa de forma exquisita la dura coraza exterior de Deborah. Una mujer de carácter fuerte y descarado en la superficie, pero triste e insegura de puertas para dentro.
La fuerza femenina que une a las protagonistas, al igual que sus divertidas y tiernas interacciones, tiene la maravillosa virtud de atraer diferentes generaciones y públicos. Su vinculo enmarca y comprende íntimamente, ese amplio espacio que separa (a la vez que une), a una mujer mayor que renuncia a jubilarse con una mujer joven que desea empezar.
Sus encontronazos dan lugar a una de las dinámicas más fascinantes de la televisión actual
Al igual que en su primera temporada, el corazón de Hacks se encuentra entre Deborah y Ava. Ambas son mujeres, que a ojos de otros (ya sabemos a quien nos referimos ¿verdad?), entrarían dentro de la categoría de «divas» o «difíciles» por su carácter y su afán de lucha. En esa reiterada búsqueda de un espacio y voz propia en la industria, encontramos dos personajes redondos y sinceros. Tan redondos y autoconscientes, que podrían ejemplificar perfectamente un arquetipo paródico de sus respectivas generaciones.
Sus encontronazos, replicados con ingenio por ambas partes, da lugar a una de las dinámicas más fascinantes de la televisión actual. Estas mujeres se desprecian casi tanto como se quieren. Los tira y afloja ponen de relieve ese talento tras las cámaras que impulsa la serie. La dirección de Lucia Aniello (ganadora de un Emmy), hace un gran uso del espacio, las distancias y los colores. A la vez que dota las interacciones de un ritmo que impulsa los episodios tanto por dentro como entre ellos. Además, Paul W. Downs y Jen Statsky son los encargados de marcan el compás con sus ajustados e inteligentes guiones cargados de oportunidades para que Smart y Einbinder brillen.
Esta segunda temporada sabe sacar partido a sus puntos fuertes y avanzar en la dirección correcta de forma tan fluida y placentera que nos deja queriendo más de todo; un recordatorio de lo necesaria y valiosa que es Hacks.