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Se abre el telón y aparecen Frances (Alison Oliver) y Bobbi (Sasha Lane). Nuestra supuestas heroínas. Las protagonistas de este cuento hablan entre ellas, dan paseos, y observan el paisaje y todo aquello que las rodea detenidamente. Frances escribe, Bobbi recita. Ambas, ex-amantes y amigas, son jóvenes y bonitas. Van a bares y performan. Una noche, coinciden con Melissa (Jemima Kirke). Una mujer madura, escritora, guapísima, que las felicita por la actuación y las invita a una comida en su casa de campo. Ahí conocen a Nick (Joe Alwyn), su marido. Un actor tímido (irónico ¿no?), guapo y atento, que encandila rápidamente a Frances. Poco tiempo después, la joven escritora y el silencioso intérprete inician una relación a escondidas.
La serie gira estrechamente alrededor de las emociones humanas vinculadas a los apegos
Pero no se trata de una infidelidad. No seamos reduccionistas. La serie, al igual que el libro, se niega a simplificar algo que gira estrechamente alrededor de las emociones humanas vinculadas a los apegos. Conversaciones entre amigos es una historia sobre cuatro personas y todas las conjugaciones de relación posibles que se pueden establecer entre ellos. Bobbi y Frances tienen su propia conexión, al igual que Melissa y Bobbi, al igual que Nick y Frances. Y a todas esas conexiones se les da el tiempo y peso necesarios dentro de la ficción como para que entendamos que las cosas no siempre son blanco o negro.
Aunque identificamos a Frances como la protagonista, la serie no se apoya de forma excesiva en ninguno de los personajes por encima de los demás. Ella aparece más en pantalla, pero la cámara se distribuye entre todos, observándolos a sabiendas de lo complejas que son las decisiones que toman, y cómo cada una de ellas provocarán consecuencias dolorosas para sus protagonistas. A veces, nos desagradan, a veces, los queremos. Pero en todo momento, los sentimos reales. Respetamos su talento, los encontramos interesantes, defectuosos y condescendientes, pero los admiramos a un nivel en el que de vez en cuando nos encontramos deseando ser ellos.
Conversaciones entre amigos y Normal People son dos ficciones paralelas que comparten un nexo común más allá de lo obvio; ambas constituyen una exploración profunda de lo que significa querer y ser querido. Sally Rooney (autora de ambos) vertebra sus libros alrededor de una idea tan simple como aterradora: si anhelamos ser amados debemos someternos a ser conocidos. Sencillo y complicado a la vez, todo lo que envuelve su escritura se sustenta en esas confesiones dichas en voz baja, casi susurrada, entre amigos cómplices y amantes.
Adaptar Conversaciones entre amigos no iba a ser una tarea fácil. Al igual que Normal People, estamos hablando de un libro construido alrededor de un personaje que mantiene monólogos internos constantes. Por lo que la única opción posible para conseguir que funcionase, era volver a contar con Rooney y Alice Birch al mando del guion, y Lenny Abrahamson tras la cámara. Habiendo probado suerte y saliendo victoriosos de su primera experiencia de adaptación, todos han sabido traducir (de nuevo) en diálogo e imagen, esa sensación de abismo entre el individuo privado y el mundo social.
El cine independiente y la televisión de alta gama han ido de la mano, consiguiendo difuminar ciertas fronteras y permitiendo que esta unión se abra paso en la pequeña pantalla
Es probable que hace una década estas dos series no hubiesen tenido la repercusión de la que gozan ahora mismo. Antes, tanto las historias como la factura de las ficciones televisivas debían lucir ‘sexy’, ‘cool’ o ‘deseables’. Presentar reinvenciones constantes del mecanismo audiovisual que nos permitiera amarrarnos durante un tiempo prolongado a historias plagadas de giros y personajes. Pero poco a poco, el concepto de televisión de autor ha ido calando. En Conversaciones entre amigos, Abrahamson cambia la cámara digital por los 35mm, mostrándonos un estilo más frío y fiel a ese naturalismo que ejemplifica tan bien esta nueva forma de hacer televisión.
Ahora la gente está más dispuesta a comprometerse con algo más reflexivo. El cine independiente y la televisión de alta gama han ido caminando de la mano, consiguiendo difuminar ciertas fronteras y permitiendo que el cine de autor se abra paso en la pequeña pantalla. Es más, estamos en un periodo del audiovisual en el que el público es mucho más progresista de lo que los distribuidores, cineastas o productores seguramente piensan.
Hoy en día hay más margen y cabida para esas historias que dejan espacio reflexivo al espectador, permitiéndole que se haga sus propias preguntas. Un tipo de público que no busca la satisfacción de una trama conceptualmente cerrada. Algo que queda muy bien enmarcado en sus personajes, los cuales no se ven reducidos a un montón de rasgos y descripciones prescriptivas que responden a arquetipos marcados, sino que se nos presentan como personas que al igual que nosotros, no gozan de todas las respuestas.
La serie se centra en una historia de ‘entrada en la edad adulta’ contada a través de relaciones emocionalmente complejas, algo que la diferencia de una historia de amor convencional, haciendo que esta ficción encuentre un espacio propio y singular entre la multitud. Su magia reside en la reinvención de cosas que ya han sido inventadas. En su creación de secuencias y diálogos que ponen en primer plano a sus personajes, mostrándolos de tal manera que todo lo que hacen se siente orgánico y verosímil respecto a la novela.
Ninguna de las dos series tiene un ritmo rápido ni se entrega a satisfacer plenamente los deseos del espectador. Son historias lentas. Sus recompensas toman forma en los momentos más significativos de la trama, cuando pasa ‘algo’. Pero la verdadera historia ocurre en los periodos de tensión y tranquilidad que hay entre estos, donde no sucede ‘nada’. Cuando Frances mira fijamente su teléfono, ansiosa por si su mensaje ha sido demasiado directo o ambiguo; o cuando Bobbi cuida de su dolorida amiga por culpa la regla, mostrándonos el lado más maternal de una apasionada amistad femenina.
La serie capta perfectamente estos altibajos emocionales de los tiempos muertos, pero también da en el clavo cuando trata ideas muchos más amplias. Pone en tela de juicio nuestra percepción sobre las amistades, las relaciones románticas, la sexualidad y cómo estas se relacionan entre sí.
Rooney hace muchas cosas bien, pero una cualidad particularmente notable de la autora es su evidente capacidad para escribir con empatía y aplomo sobre mujeres que sufren y se desprecian a sí mismas. Al igual que Marianne, Frances nunca sabe cómo desenvolverse, siempre se siente incómoda y violentada. Es una poetisa que a pesar de la agudeza de su trabajo escrito, tiene problemas para expresarse y vocalizar sus opiniones en una conversación normal.
Este segundo intento de adaptar su obra no siempre capta plenamente el matiz melancólico de la palabra escrita de Rooney
Su conflicto central es que es incapaz de permitir que los demás entren en su vulnerabilidad, que vean que se preocupa por ellos o que se siente herida la mayor parte del tiempo. Todo perfectamente enlazado con su batalla contra el dolor crónico y la ‘violencia médica’ exhibida por los profesionales mientras ella intenta descubrir que le sucede. El dolor de las mujeres (emocional y físico) es devaluado la mayor parte del tiempo, y estamos tan acostumbradas a ello que a menudo lo aceptamos como normativo. Pero es precisamente en ese desgarrador síntoma y sentimiento de nuestra protagonista, donde vislumbramos la belleza de su normalidad, de su humanidad.
Bajo sus granuladas capas de celuloide y estética naturalista, hay una ambigüedad clave: si buscas un final feliz perfecto, esta no es tu serie. Conversaciones plantea más preguntas que respuestas y realiza observaciones brillantes sobre las relaciones humanas y la personalidad. Y aunque este segundo intento de adaptar su obra no siempre capta plenamente el matiz melancólico de la palabra escrita de Rooney (¿cómo podría hacerlo?), se acerca mucho a lo que imaginamos cuando recorrimos impacientemente las frases de su maravilloso libro por primera vez.