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Los muertos están vivos. No, este no es un artículo sobre The walking dead o su reciente precuela, aunque trate de muertos vivientes que pronto caminarán en nuestras pantallas, resucitados por una combinación de elementos aterradora: la nostalgia y el capital. Si a esta mezcla le añadimos la tan comentada saturación actual de series… ¡BOOM! Las consecuencias para la ficción yanqui pueden ser terroríficas. Dignas de una novela –y por extensión, película, tv movie o serie– de Stephen King.
La creciente ola de resurrecciones televisivas –algunas ya estrenadas, otras a punto de serlo y otras en desarrollo– señala a la actual temporada seriéfila como el inicio de una tendencia, como mínimo, preocupante. Somos seres finitos que se resisten constantemente a la muerte: salimos a correr en calles estrechas convencidos que así viviremos más, eliminamos carnes procesadas de nuestra dieta porque son cancerígenas, así como nos negamos a aceptar que los yogures caducan en la fecha marcada o que la obsolescencia programada es real. Este temor a la fecha final se extiende también a nuestra relación con las series de televisión.
«Queremos a las series, pasamos mucho tiempo con ellas y como nos aterra la muerte, nos resistimos a que llegue su final»
La lógica nos hace pensar que, tradicionalmente, la longevidad de una serie responde más a cuestiones comerciales que a emocionales. Si M*A*S*H o Cheers duraron tanto es porque seguían siendo comercialmente rentables temporada tras temporada. Al igual que lo siguen siendo Los Simpsons o Big Bang pese a que su calidad no sea la de los inicios. Pero las emociones también pesan en nuestra relación con las series. ¿Quién no ha seguido viendo una larga serie por amor, familiaridad o afecto a los personajes pese a reconocer que ya no es tan buena? Es normal, queremos a las series, pasamos mucho tiempo con ellas y como nos aterra la muerte, nos resistimos a que llegue su final.
Así llegamos al contexto actual, en el que la multiplicación de la oferta y la demanda ha convertido a las cadenas tradicionales, a las de cable o a las plataformas y ventanas digitales, en un terreno mágico donde alargar la vida de las series moribundas o, directamente, resucitar a aquellas que, muertas por causa natural o trágica –siendo la cancelación la tragedia más habitual– ya descansaban en la paz del cielo –o en la de vuestra estantería, si no sois creyentes–. Este terreno abre un nuevo abanico de posibilidades, sí. Pero también puede traer consigo la tragedia.
Volviendo a Stephen King, ¿recordáis Cementerio viviente? Novela adaptada al cine en los ochenta y con secuela posterior protagonizada por un Edward Furlong en pleno auge post-Terminator 2. Cementerio viviente era una historia de terror que nos advertía de los peligros de negarse a la muerte de un ser querido. Un antiguo cementerio indio tiene el poder de revivir a los muertos, pero estos resucitan convertidos en monstruos sedientos de sangre. El protagonista, desolado por la muerte de su hijo pequeño, lo entierra allí, desencadenando una ola de muerte total llevada a cabo por un renacuajo de tres años, que pasa de angelical a diabólico por gracia del cementerio indio.
Aquí nadie morirá por una mala serie resucitada, tranquilos. Pero que las productoras, cadenas o plataformas como Netflix, Hulu y Yahoo! Screen estén ofreciendo un terreno fantasmagórico en el que resucitar a los muertos del espectro seriéfilo es como mínimo preocupante y a la postre una primera señal de la decadencia inevitable de la actual tercera edad de oro de la ficción televisiva. Es en estos momentos cuando la advertencia de uno de los personajes de Cementerio viviente –“sometimes, dead is better”– más me viene a la cabeza.
¿Por qué? Ver el primer episodio de Heroes Reborn, la miniserie 24: Vive otro día o comparar la cuarta temporada en Netflix de Arrested development con las tres primeras serían argumentos suficientes, creo. Pero que el motivo detrás de tantos reboots, remakes y resurrecciones sea el lucrarse jugando a la nostalgia por la nostalgia, sin apenas motivos artísticos, argumentales o contextuales/referenciales es una señal de alarma a la que debemos estar atentos.
«Plantarse, además, delante de una serie resucitada es enfrentarse a las altas expectativas y a los recuerdos de un pasado que recordamos como mejor»
¿Quién desea una secuela de Padres forzosos? ¿Realmente necesitamos que de nuevo exista Prison Break? ¿Nunca aprendemos la lección? Parece que no nos sirven como advertencia ni las historias de terror de Stephen King o Mary Shelley ni la infinita lista de segundas partes, reboots, trilogías salidas de la nada o remakes de los que tanto nos quejamos en el cine. ¿De verdad estamos dispuestos a mancillar el recuerdo de una gran serie por el deseo de verla de nuevo con vida? Cada serie tuvo su momento, su tiempo y su oportunidad.
Plantarse delante de una serie resucitada es enfrentarse a las altas expectativas y a los recuerdos de un pasado que recordamos como mejor –aunque no tiene porqué serlo–. Y esto ya sabemos que puede resultar una experiencia difícil de copar para los espectadores. Sino, recordad lo que sentisteis al salir de ver Indiana Jones y la calavera de cristal, por ejemplo.
«El primero que resucite con acierto una serie muerta dará con la clave para vencer a la muerte seriéfila»
Ojo, igual de difícil es para los creadores ofrecer un producto digno del original y justificar su existencia post-mortem. He aquí el bonito dilema de esta situación que vivimos. O dicho de otra forma, el lado positivo de todo esto: el primero que resucite con acierto una serie muerta, sean Lynch y Frost con Twin Peaks, Chris Carter con Expediente X o sea quien sea, dará con la clave para vencer a la muerte seriéfila.
Quizás entonces se abrirá la puerta a un futuro utópico en el que nunca moriremos y en el que las series nunca terminarán. Podremos reírnos de un anciano Michael Scott o de los bailes de Carlton Banks. Los Soprano nunca se fundirían a negro, el bar Cheers seguiría abierto al público y Bill Cosby continuaría siendo un modelo a seguir. Pero si estas series que pronto resucitarán no están a la altura y resultan ser meros zombis sedientos de sangre, paseando lentamente sin alma ni nada bueno que aportar, nos espera un futuro peor que el del protagonista de Cementerio viviente. A veces lo muerto, bien muerto está.