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Dicen que no hay que darle al público lo que quiere, sino lo que necesita. Shonda Rhimes sabe que esa afirmación es absurda, porque lo que el público quiere y lo que necesita son la misma cosa: series de Shonda Rhimes. Déjate de Sorkins y Abrams, quien más sabe de televisión ahora es esta señora no blanca, no delgada, no guapa y no muy amiga de los eufemismos.
Lo consiguió con Anatomía de Grey y con Scandal. Ahora, con How to get away with murder (Cómo defender a un asesino aquí) va a por el triplete. Primero médicos salidos, perdón, enamorados, luego la amante del presidente de EE.UU. creyéndose la reina del mambo y ahora una abogada listísima que resuelve casos ayudada por una corte de alumnos de derecho. Shonda sabe que nos gustan sus puntos de partida demenciales. Que los necesitamos. Que los queremos.
Porque, seamos honestos: lo de Shonda funciona. Quizá porque la tía maneja el ritmo como nadie, porque en sus manos hasta lo más sórdido es lúdico y porque si alguien sabe generar iconos pop-trash instantáneos, ésa es ella. En Cómo defender a un asesino además cuenta por primera vez con una actriz buena. Feucha y vestida por su peor enemigo, vale, pero Viola (pronúnciese «Vaiola«, que mola más) Davis es más que solvente. Y llora como no llora nadie en pantalla. A cambio, anda como un bulldog desorientado. Pero Shonda logra que hasta eso nos guste. Y es que la señora Rhimes más que una showrunner es una traficante. Lo suyo es droga. De la buena. De la mala.
– Trailer