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En toda serie hay un capítulo especial que te deja con el culo torcido, que te sacude por dentro, que te hace suspirar un wow anglosajón (cosas de la VO). Si esta crónica anti-nostalgia fuera, yo que sé, una serie de aventuras espaciales, ahora mismo estamos a punto de rasgar el tejido del cosmos y descubrir que existen más universos alocados más allá del nuestro.
Hemos recorrido las micro-historias de Nickelodeon y Disney Channel, pero es que hoy toca abordar uno de los canales/estudios comerciales más innovadores, experimentales y maravillosos de nuestra era: Cartoon Network. Sí, les adoro e idolatro, es algo personal mío. Quizás solamente en según qué estudios japoneses encontramos semejante nivel de autoría (lector, si deseas un artículo sobre series de anime alucinantes, escribe onegai como comentario).
Los Cartoon Network Studios nacieron en 1994 bajo el amparo de Hanna-Barbera y la batuta del imprescindible Fred Seibert. Como ya se relató en la primera parte de esta crónica, en el What a Cartoon! se incubaron personajes emblemáticos como los hermanos (sí, hermanos) Vaca y Pollo o el Casanova frustrado Johnny Bravo.
Pero durante esa primera etapa despegaron dos artistas y storytellers mayúsculos que se formaron juntos en CalArts: el ruso-americano Genndy Tartakovsky y su fiel compañero de andanzas Craig McCracken. De hecho, Tartakovsky ideó su Laboratorio de Dexter como corto de graduación, luego McCracken le ofreció empleo en Hanna-Barbera y le retornó el favor ayudándole en el parto de Las Supernenas como productor, realizador y director de animación.
Eso sí, muchos creemos que la obra cumbre de Tartakovsky es Samurai Jack, obra maestra absoluta de la animación limitada. Serie de culto inmediato, Samurai Jack es una mezcla asombrosa de cine de samuráis (chambara) y ciencia ficción distópica, aderezado con algunos momentos deliciosamente cómicos. Su lenguaje es apabullantemente visual y de quitarse el sombrero, capaz de construir planos tatami o planificar peleas casi-abstractas con sombras.
«Tartakovsky trasladó su lenguaje y estilo de animación a las Clone Wars del 2003, serie intermedia canónica entre los episodios II y III que un fascinado George Lucas le encargó»
Tartakovsky trasladó su lenguaje y estilo de animación a las Clone Wars del 2003, serie intermedia canónica entre los episodios II y III que un fascinado George Lucas le encargó. Quizás fue la mejor decisión creativa de Lucas de todas las precuelas. Tras un piloto lamentablemente fallido para Adult Swim como fue Korgoth of Barbaria, la última incursión televisiva de Tartakovsky hasta la fecha es la infravalorada e inconclusa (por cancelación, cómo no) Sym-Bionic Titan: serie de robots gigantes capaz de aunar 2D y 3D, hostias como panes y pasiones adolescentes. Ahora vinculado con Sony Animation Pictures, nuestro ruso favorito ya trabaja en su primer proyecto personal, “Can you imagine?”, después de su irregular Hotel Transylvania y su próximo Popeye en CGI.
Volvamos atrás. ¿Y McCracken qué? Ya hablamos de su Wander Over Yonder en Disney, y sus Supernenas son lo suficientemente conocidas como para generar un episodio especial conmemorativo con Ringo Starr como estrella invitada, pero también hay que reivindicar su “Foster’s Home for Imaginary Friends”, serie de Cartoon Network en la que los amigos imaginarios de todo niño existen de verdad y son abandonados en una casa de acogida y posterior adopción. ¿Es o no es una premisa adorablísima?
Pero incluso los mejores estudios tienen sus períodos oscuros, y el de Cartoon Network empezó a mediados de los 2000, cuando un ejecutivo llamado Stu Snyder tomó las riendas de la cadena y tuvo la brillante idea de producir menos cartoons y más series de imagen real y –atención– reality shows. Por suerte, ha llovido mucho desde entonces y Snyder abandonó su puesto el pasado mes de marzo. ¿Qué ocurrió durante esa etapa de sequía artística? Se gestó a fuego lento el glorioso presente de la cadena.
Tras la simpática Camp Lazlo (del creador de Rocko’s Modern Life) y la curiosa Chowder (con sus interludios en stop-motion), Cartoon Network produjo una serie loquísima e infravaloradísima: la semidesconocida Flapjack, creada por Thurop Van Orman. Las “maravillosas desventuras” marítimas de Flapjack se vieron eclipsadas por la similar Bob Esponja, y gran parte del público de la cadena –en ese momento más atento al fenómeno Ben10– se perdió una incomprendida obra maestra. Lo bueno es que Flapjack fue la cantera de la siguiente generación de animadores de Cartoon Network, como Pendleton Ward –creador de Adventure Time– y su equipo de guionistas/storyboarders Kent Osborne, Somvilay Xayaphone, Cole Sanchez y Patrick McHale. ¡Ah! Y J.G. Quintel, el creador de Regular Show también pululaba por ahí. Precisamente estas dos últimas series son dos grandes emblemas de la supremacía autoral, experimental y artística del Cartoon Network de hoy. Abordémoslas como es debido.
¿Qué decir de Hora de Aventuras (Adventure time) que no se haya dicho ya? La verdad, es absolutamente imposible superar este articulazo de Zona Negativa. O este magnífico ensayo de María Bustillos sobre sus múltiples targets. Incluso el New Yorker habla de ella desde la fascinación tardía de una publicación editorial “noble” que descubre que, ojo, la animación es relevante culturalmente, que puede y debe ser vista desde ojos adultos, que tiene mil y un matices. Pues claro que los tiene. Durante las cinco temporadas –hasta ahora, y la sexta acaba de empezar– de Hora de Aventuras hemos visto, alucinados, cómo una serie de animación explora narrativamente todo tipo de temas y premisas aparentemente inconcebibles para una serie infantil de dibujos.
«Hora de Aventuras tiene unos finales de temporada increíblemente épicos y con unos cliffhangers de aúpa, mezclando ciencia ficción y fantasía por arte de magia»
Luchas de poder, terrores sexuales y celos homicidas. Desamores destructivos, moralejas amorales y pérdidas irreparables. Una mitología expansiva alucinante en la que descubres que la post-apocalíptica Tierra de Ooo tiene una historia fascinante. Unos finales de temporada increíblemente épicos y con unos cliffhangers de aúpa, mezclando ciencia ficción y fantasía por arte de magia. Un Rey Hielo que quizás es el villano más profundo, complejo y conmovedor de los últimos tiempos: de hecho, he llegado a LLORAR desconsoladamente con –atención, spoilers– todos aquellos desgarradores capítulos que van revelando sus orígenes y su pasado. Diantres, incluso se atreven a invitar a animadores de otras galaxias como David O’Reilly o Masaaki Yuasa como invitados. Hora de Aventuras ya es un hito en la historia del cartoon infantil.
Historias Corrientes (Regular Show) es, en contrapartida, un delirio puramente cómico que, como muy bien resume Helena Boix en esta santa casa, en cada episodio se parte de lo banal para llegar a lo absurdamente cósmico en apenas 10 minutos. Rigby y Mordecai supuran carisma a borbotones y todas las referencias falsamente nostálgicas (¡bravo!) al imaginario ochenteril con el que se construyen las tramas… son divertidísimas.

«Estamos ante una nueva generación de animadores en la que despuntan figuras habitual y tristemente ignoradas por nuestra sociedad machista y racista»
La llegada de los nuevos años 10 nos ha dejado perlas como la adrenalínica Robotomy, creada por el surfero demente Christy Karacas –creador de la ultraviolenta e hilarante Superjail!– o cosas extrañísimas como Secret Mountain Fort Awesome o Uncle Grandpa –magníficamente traducida como Tito Yayo– las dos creaciones del también pirado Pete Browngardt. Estamos ante una nueva generación de animadores en la que despuntan figuras habitual y tristemente ignoradas por nuestra sociedad machista y racista. Por ejemplo, Rebecca Sugar es la primera mujer en crear una serie original para Cartoon Network: Steven Universe, donde una familia desestructura de magical girls combate el mal. El animador afroamericano Ian Jones-Quartley se sacó de la manga otro piloto alucinante aunque inexplicablemente rechazado (Lakewood Plaza Turbo) pero, por suerte, su talento fue canalizado hacia Steven Universe, donde Ian es el actual director creativo.
Sin duda alguna, Cartoon Network vive una etapa de puro esplendor y riesgo creativo, capaz de reinventar incluso las premisas más manidas –ved si no el piloto de su próxima serie Clarence, esa oda a la infancia– e incluso de explorar el formato de la miniserie, una rara avis en la animación norteamericana. Y podríamos hablar largo y tendido sobre su producción europea y de esa masterpiece llamada Gumball, pero se acaba el espacio y el tiempo. Una última prueba, la guinda del pastel: esta cortinilla promocional de Cartoon Network, hecha por varios estudios y animadores independientes a lo cadáver exquisito. Alucinante, ¿eh?
(Y en la próxima entrega,
Cartoon Hangover: la nueva edad de oro del cartoon está en TuTubo)