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Si aquella vieja frase de Hitchcock sigue siendo cierta, existen dos formas básicas de enganchar al espectador: el suspense y la sorpresa. Lo de siempre: hay una bomba debajo de la mesa. La bomba estalla y ni nosotros ni los personajes sabíamos de antemano que estaba allí. Eso es sorpresa. Por otro lado, si los espectadores hubiésemos visto la bomba antes de que estallase, sin enterarse los personajes de nada, eso sería suspense. Vamos por delante de ellos. En ese sentido, Better Call Saul, aparte de una serie extraordinaria, es un ejercicio de suspense inaudito, estirado durante varias temporadas hasta sus últimas consecuencias.
Porque nosotros sabemos desde el principio (Breaking Bad nos lo dejó claro, aparte de los flashforwards que trufan la serie) cómo de mal va a acabar todo esto. Sabemos que, eventualmente, los vínculos humanos que Jimmy ha cultivado durante años se van a ir a la porra. Ver cómo perdía paulatinamente a su hermano durante tres temporadas, hasta su inevitable muerte, fue un fascinante ejemplo de estudio de personajes, simple y llanamente una obra maestra de la construcción dramática. Que se queden otros con las tramas policíacas o criminales que comparten personajes con Breaking Bad: a mí que me den horas y horas de Jimmy hablando con Kim o con Howard. Porque ahí es donde descansa la brillantez y la tragedia de esta serie: sabemos que, cuando esto haya acabado, ninguno de ellos seguirá ahí.
Construir tal ejercicio de tensión sostenida durante capítulos y capítulos no es nada fácil (me atrevería a decir que es prácticamente imposible), y Better Call Saul pasará a la historia tal vez no como una serie especialmente emblemática o popular, pero sí como una infinita fuente de recursos de guion, de estrategias extraordinarias para la construcción de situaciones y personajes. La serie, en fin, es de un virtuosismo narrativo y formal apabullante, y esta quinta temporada, mientras nos guía definitivamente hacia el final, sigue demostrándolo sin apenas despeinarse.
En algún momento durante el proceso de creación de Better Call Saul, se planteó que la transformación de Jimmy a Saul se produjera ya al final de la primera temporada. Eso nos habría concedido una pronta visión del icónico personaje, sí, pero nos habría impedido saborear la tragedia del derrumbe. Quizá mostrar el traje, o recrearse en el porqué de los modismos de Goodman, nunca fue un objetivo para Vince Gilligan, Peter Gould o el resto de guionistas de la serie: de hecho, el traje ya lo lleva, pero en realidad ni nos damos cuenta.
Él y el elenco están atravesados de tantas contradicciones, objetivos dispares y sutilezas que son prácticamente personas
Quizá creímos que nada más ponérselo empezaría a hablar de otra forma. Aparecería Jesse Pinkman desde detrás de una esquina. Pero no ha sido así, y nuestro mayor deseo al principio de la serie ahora es todo lo que no queremos. Nos gustaría que Jimmy se quitara ese traje, nos gustaría que su relación con Kim no siguiera deteriorándose, nos gustaría que las cosas le vayan bien.
Porque Jimmy no es un villano, y casi diría que tampoco el antihéroe al que nos han acostumbrado las ficciones contemporáneas, a la Walter White. Él y el resto del elenco están atravesados de tantas contradicciones, objetivos en ocasiones dispares y sutilezas de carácter que, aunque suene a tópico, son prácticamente personas. Quizá por ese cuidado a la hora de tejerlo todo, la serie se puede permitir escenas tan de brocha gorda pero a la vez tan exactas como esa en la que unas hormigas devoran el helado que Jimmy ha dejado caer en la acera, dejando claro definitivamente que la oscuridad ha llegado a su vida para quedarse.
Este tipo de gestos son de una absoluta maestría: conseguir que cosas peregrinas, por su obviedad o precisamente por venir de un sitio inesperado, funcionen porque ocurren justo cuando tienen que ocurrir. Como cuando Walter se rapó la cabeza y decidió amenazar a Tuco Salamanca con una bomba de creación casera: es evidente que el equipo de guionistas de ambas series, por muy distintas que sean, se empeña en introducir esos volantazos inesperados que solo pueden atribuirse a la cambiante condición humana.
Better Call Saul, ahora que ya se acaba lo vemos claro, ha sido hasta ahora una especie de larguísima caída a cámara lenta, una de esas de los programas de humor. Cuando Jimmy/Saul choque contra el suelo, se acabó. Por eso no queremos que acabe, y seguimos recreándonos en la caída. Pero ya quedan pocos centímetros para impactar contra el suelo.