'Bellas artes' crítica: Un paseo por el museo de los horrores
Crítica de la serie

‘Bellas artes’: un paseo por el museo de los horrores

'Bellas Artes', la nueva serie de Duprat y Cohn, ahora para Movistar Plus+, sigue la línea de sus series más recientes aunque con un protagonista falto de 'punch'.
Bellas Artes

Óscar Martínez en el ficticio Museo Iberoamericano de Arte Moderno de Madrid de 'Bellas Artes'.

En los últimos dos años, la pareja creativa formada por Mariano Cohn y Gastón Duprat ha escrito, dirigido y/o producido ocho teleseries en Argentina, su país de origen, México, Brasil y España. Detrás de tan prolífico desempeño no es difícil detectar ciertas constantes temáticas y estilísticas comunes, ya presentes en algunos de sus anteriores trabajos cinematográficos como, por ejemplo, El hombre de al lado (2009). Bellas artes

A falta de ver propuestas como Limbo (2022), El galán (2022), Horario estelar (2023), El rey de los machos (2023) o Desejos S.A. (2024), y centrándonos en su más reciente obra, la coproducción hispano-argentina Bellas artes, en cuya creación participa también Andrés Duprat, hermano de Gastón y largamente vinculado a la gestión cultural, observamos cómo la magnética presencia de un personaje central, alrededor del cual orbita todo cuanto sucede, es la que se encarga de ordenar el relato. En este caso, el protagonismo recae en Antonio Dumas (Óscar Martínez), un septuagenario historiador del arte que, contra todo pronóstico, sale elegido para dirigir el Museo Iberoamericano de Arte Moderno de Madrid. 

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El protagonista, ganando el concurso de selección inicial contra todo pronostico ‘woke’.

La gestión de la institución, la continua vandalización de una escultura (su autor, ya fallecido, es acusado de acoso) y los desarreglos familiares del flamante director, conforman las tramas horizontales que recorren los seis breves episodios de esta producción de Movistar Plus+.

Además, cada capítulo cuenta con un pequeño argumento independiente destinado a abordar cuestiones como la procedencia de los artistas y el visible desajuste con respecto a los temas que tratan, el nepotismo instalado en las instituciones públicas, la cultura de la cancelación, la separación entre la obra y el artista o cómo la potencia del discurso del autor oculta la escasa relevancia de sus manifestaciones artísticas (por ejemplo: Dumas vendiendo a una delegación china un entierro como si fuese una perfomance).

Antonio Dumas está borracho de misantropía, amén de mostrar un desprecio más o menos profundo por el resto de sus congéneres.

En el proceso de selección inicial, el planteamiento ideológico de la serie queda meridianamente expuesto, con Dumas, apellido asociado al clasicismo literario, convertido en un ariete presto a derribar los pilares de la llamada cultura woke o la impostura que envuelve a buena parte del arte contemporáneo para poner de manifiesto que el activismo artístico solo es aceptable siempre que no trascienda la esfera cultural.

La exposición del cadáver de una beluga para clamar contra los desastres naturales o el acomodo en una de las salas del museo de un grupo de senegaleses para reflexionar sobre los fenómenos migratorios pasan de ser arte a convertirse en un grave problema cuando el olor de la putrefacción invade las instalaciones o cuando los inmigrantes reclaman asilo político. 

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La apestosa beluga como metáfora de la podredumbre del arte moderno.

Como sucede con el conserje sociópata que encarna Guillermo Francella en El encargado (2022-?), con el cínico manager de Diego Armando Maradona que nos engatusa en Coppola, el representante (2024), o con el pedante crítico gastronómico que interpreta Luis Brandoni en Nada  (2023), Antonio Dumas está borracho de misantropía, amén de mostrar un desprecio más o menos profundo por el resto de sus congéneres.

Al contrario que en las series anteriormente citadas, el protagonista de ‘Bellas artes’ carece del punch psicótico de Eliseo o del charme seductor de Coppola (Juan Minujín)

Como la mayoría de la fauna alimentada por Cohn y Duprat, es alguien astuto y pragmático, desprovisto de empatía alguna, un tipo con una conducta que está lejos de ser ejemplar. Ahora bien, al contrario que en las series anteriormente citadas, el protagonista de Bellas artes carece del punch psicótico de Eliseo o del charme seductor de Coppola (Juan Minujín). Es un tipo mucho más gris que no nos enfrenta a la contradicción de sentir atracción por alguien despreciable y, por eso, es mucho menos interesante que sus antecedentes. 

Bellas Artes

El espacio reduciendo la figura humana al mínimo.

En realidad, el diseño de Antonio Dumas es consecuente con la abulia cotidiana que supone dirigir una institución cultural infectada por el virus de la burocracia. De hecho, la planificación de la serie se mantiene fiel a esa tónica, algo habitual en la filmografía de Cohn y Duprat, quienes siempre han sabido adecuar la puesta en escena a la psicología de sus protagonistas.

Aquí, por ejemplo, abundan las grandes escalas –algo infrecuente en las series de televisión–, con los planos generales utilizados a modo de cuadro (o de instalación de grandes dimensiones), la figura humana reducida a un elemento accesorio fagocitado por la institución museística, como si las dinámicas que lo sustentan terminasen por anular la voluntad individual, amén de transformar en arte cualquier objeto que se exponga en su interior.

No hay solución para una sociedad en la que el que no llora no mama y el que no afana es un gil

El problema de Bellas artes es de otra índole y tiene que ver con la mirada despiadada con la que los guionistas y directores observan el mundo que les rodea y a las personas que lo habitan (y las formas elegidas son consecuentes con una cosmovision que también emerge en sus declaraciones públicas, otra cosa es que, como es el caso de quien esto firma, no la compartamos).

José Sacristán

José Sacristán en un fotograma de ‘Bellas Artes’.

No hay solución para una sociedad en la que el que no llora no mama y el que no afana es un gil; es como si sus series más que ficción fuesen un comentario parcial sobre la actualidad argentina y la única respuesta ante tanto desastre fuese entregarse al ultraliberalismo de Milei, cuyas tesis no andan muy alejadas de algunas de las frases que se oyen en El encargado o en esta Bellas artes (baste señalar que la escultura agradida termina siendo rebautizada como ‘Monumento a la estupidez humana). Que arda Troya y ya veremos a quien podemos venderle las cenizas.

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