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Gary (JoshGad) es el protagonista de Un lobo como yo. Un tipo con muchos problemas y todo un desastre emocional. Casi una década después de la muerte de su esposa, sigue sin rehacer su vida y lo que es peor, ha inculcado a su hija una serie de frustraciones y ansiedades que la convierten en una adolescente poco común.
Mary (Isla Fisher) es la otra protagonista de Un lobo como yo. Una mujer aparentemente normal, columnista de éxito, atractiva y soltera. Es norteamericana pero hace doce años que vive en Adelaida, Australia, donde transcurre la historia. Un día corriente, como otro cualquiera, ambos tienen un accidente de coche y pese a que Mary tiene la culpa de la colisión, sucede algo casi mágico para Gary: la desconocida mujer consigue calmar con unas pocas palabras a su hija, propensa a los ataques de pánico.
Lo que parecía que sería un conflicto en toda regla, denuncia mediante, por culpa del accidente de tráfico, va evolucionando hacia una imposible historia de amor. Buscando calmar las aguas, Mary regala un libro a la hija de Gary y éste empieza a verla con otros hijos. Algo parece indicar que el universo los ha unido por alguna caprichosa razón. Y pronto lo descubrirán.
Los obstáculos de la ‘romcom’
Si algo necesita una buena comedia romántica son obstáculos; impedimentos que pongan difícil que la relación de los protagonistas llegue a buen puerto. El otro elemento que precisa este género es la química entre los protagonistas.
Sin obstáculos ni química, la comedia romántica no es comedia ni es romántica. Y ‘Un lobo como yo’ va sobrada de ambos elementos.
Eso que tanto nos gusta citar a los críticos pero que, sin embargo, es tan intangible que resulta harto difícil de describir –y es maravilloso que así sea–. Pero cuando dos intérpretes tienen química en pantalla se ve; se siente y se disfruta. Ese intangible traspasa la pantalla y como audiencia lo notamos.
Si no, ¿por qué nunca nos creemos a las parejas románticas de Dwayne Johnson de sus films? ¿La respuesta? El actor musculado tiene muchas cosas buenas, pero precisamente le falta química romántica. No sé qué será pero nunca pega ni con cola con sus partenaires. O si nos vamos al lado contrario, ¿por qué funcionaban tan bien Richard Gere y Julia Roberts? ¿O Meg Ryan y Tom Hanks? La respuesta está –sí– en la química. Y en los obstáculos, claro.
Sin obstáculos ni química, la comedia romántica no es comedia ni es romántica. Y en este sentido la nueva serie disponible en Prime Video, Un lobo como yo (o Wolf like me) va sobrada de ambos elementos. Sus protagonistas románticos, Josh Gad (Avenue 5) e Isla Fisher (Arrested Development) tienen la química necesaria para creernos su relación. Y además, sus personajes están escritos con destreza y bagaje.
Ambos tienen una serie de problemas que los mantiene congelados en un particular momento vital. Y aunque no lo sepan, los dos desean que alguien les descongele completamente y les saque de este impás vital. En términos de romcom, son como aquél Gary Cooper de Bola de fuego (Howard Hawks, 1941) recluido en sus estudios y sus libros que anhela, aunque haga ver que no, salir de esa reclusión y lanzarse a la vida, de la mano de Barbara Stanwyck.
Pero en ese impás en el que viven Gary y Mary, respectivamente, las cosas no están del todo equilibradas. A los dos les cuesta abrirse hacia otra persona y mostrarse tal y como son. Para Gary es una cuestión de trauma y la imposibilidad de superar el recuerdo de su esposa fallecida. En Mary hay también cierto trauma, mezclado con el temor de que su hecho traumático no se vuelva a repetir. O mejor dicho, de que ella no lo vuelva a causar. Porque algo pasa con Mary; algo muy licántropo.
Chico conoce a chica-lobo
Si el título de la serie pretende despistarnos, no lo consigue. Pero sí lo pretende hacer el planteamiento de su primer episodio, una vez que los dos protagonistas quedan para una primera cita. Es entonces cuando vemos que algo falla. Mary es reacia a quedar de noche y en cuanto asoma la oscuridad, deja plantado a Gary y sale disparada, corriendo hacia su casa.
La serie se ve de una sentada gracias a lo bien que funciona precisamente esta mezcla de géneros
Allí dispone de un búnker en el que vive cada luna llena convertida en su otro yo: una chica-lobo. Una forma de proteger a los demás de su transformación y controlar a la bestia que lleva dentro. Pero, por desgracia, esa es también la prisión de su yo humano, pues, su “problema” la ha convertido en una persona alérgica a las relaciones sociales. Y ahora que parece haber encontrado la chispa con Gary, ser una chica-lobo será el gran obstáculo que esta posible pareja deberá superar a lo largo de los seis episodios que conforman Un lobo como yo.
Su creador y director, el australiano Abe Forsythe, ya demostró en 2019 que se le da muy bien mezclar géneros fantásticos. Fue con Little Monsters, una de las sensaciones del Festival de Sitges de ese año. Se trata de un divertido film protagonizado por Lupita Nyong’o que mezclaba comedia y cine de zombies con una clase de parvulario como protagonistas. La película resultaba entrañable y graciosa pero también exuberante y macabra en su puesta en escena de género. No renunciaba al gore ni a la autoconsciencia y de paso, gustaba a ambos públicos: los que querían comedia y los que querían acción de ultratumba.
Y los mismos calificativos se pueden aplicar a su nueva obra, esta Un lobo como yo que consigue darle una vuelta de tuerca fantástica a un género, el de la comedia romántica, muy saturado y plagado de clichés. La serie se ve de una sentada gracias a lo bien que funciona precisamente esta mezcla de géneros.
Un resultado que permite aportar ese obstáculo principal original y necesario para una relación que sino, nos resultaría demasiado vista y tópica. Esa es la gracia de la serie, de la misma forma que, en su día, John Landis puso comedia al género de los hombre-lobo con Un hombre lobo americano en Londres y le dio otro aire al mito del licántropo.
En definitiva, convertir a Isla Fisher en lobo es algo fantástico, sí–en ambos sentidos de la palabra–, pero también es lo que hace destacar a Un lobo como yo por encima de cualquier otra comedia romántica televisiva actual.
Asimismo, la serie se beneficia de lo interesante que es el triángulo relacional que forman la pareja junto a la hija de Gary. Una relación a tres que reivindica la necesidad que siempre tendremos de hablar de nuestros sentimientos, escuchar a quienes queremos y no darle tanta importancia a los dramas que nos paralizan.
Y todo eso en su conjunto nos recuerda además que el género fantástico, ahora más que nunca, sirve como un comodín ideal para desarrollar las metáforas que necesita cualquier buen relato. En una época en la que en demasiadas ocasiones, si cabe, triunfa aquello que es literal y plano; sin un ápice de originalidad real, tan solo pretensión.