'P'tit Quinquin': Al diablo con la ironía
Sobre “P’tit Quinquin”

Al diablo con la ironía

El 2014 empezó con el éxito de True Detective y acabó con el de P’tit Quinquin, miniserie de cuatro episodios firmada por Bruno Dumont y considerada la mejor película del año por Cahiers du Cinéma. Ambas con premisas similares, pero aproximaciones opuestas.

Hace aproximadamente un año HBO estrenaba True Detective. La serie de Nic Pizzolatto fue elevada prematuramente a la categoría de culto, tanto por espectadores como por crítica en general. Pero poco queda ahora de la euforia inicial que levantó la serie. Su triunfo pasó por un gran eclipse formal del procedural clásico; Pizzolatto, junto con Cary Fukunaga, construyó un universo oscuro y laberíntico, con una mitología particular y una estética muy absorbente. Nada que no se haya dicho antes. En este sentido, la miniserie de cuatro episodios P’tit Quinquin, de Bruno Dumont, parece haber sido confeccionada como el reverso perfecto a las virtudes de True Detective. Ambas comparten el interés por el mal, su herencia y transmisión social, pero difieren en sus enfoques.

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Empieza el verano y el pequeño Quinquin (Alane Delhaye), un chaval de unos diez años, mata el tiempo paseando en bici por el pueblo costero del norte de Francia donde vive. Le acompañan dos amigos y su novia Eve. Es a través de su mirada curiosa que conocemos el primer incidente que deja a todos consternados: han encontrado el cuerpo de una mujer (excepto la cabeza) dentro de una vaca. Una improbable pareja de gendarmes, con mayor vocación cómica que policial, serán los encargados de resolver el whodunnit que plantea la serie. Así, la investigación avanzará a lo largo de los cuatro episodios, con nuevas víctimas y sin un rumbo muy claro.

Nada tienen que ver el comandante Van der Weyden (Bernard Pruvost) y el teniente Carpentier (Philippe Jore) con Rust Cohle (Matthew McConaughey) y Marty Hart (Woody Harrelson). Los “detectives de verdad” en P’tit Quinquin tienen tics nerviosos y conducen fatal. No hacen soliloquios nihilistas. Tampoco tienen momentos de impostación alucinatoria. “No estamos aquí para hacer filosofía”, aclara uno de ellos. Mientras que el abanico de referencias de Pizzolatto va de Schopenhauer a Lovecraft, Dumont inscribe la serie en una tradición popular gala más cercana a Rabelais o a Zola.

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No hay duda que P’tit Quinquin es un gesto radical en la carrera de Bruno Dumont, que se estrena tanto en la narrativa serial como en el género cómico. Así, es a través de la farsa, del trazo gordo, que el cineasta francés redefine los límites de su propia cinematografía. Sin embargo, no renuncia a sus temas y paisajes habituales; Dumont reviste la misma realidad que hasta el momento sólo había mostrado al desnudo. Y es que estamos en el terreno de lo simbólico, en el que los personajes adoptan roles concretos que rozan la superficialidad y el absurdo. Esta tendencia a la generalización está incluso presente en el título de la serie y apodo del protagonista, que provienen de una canción de cuna típica del norte de Francia.

«Estamos en el terreno de lo simbólico, en el que los personajes adoptan roles concretos que rozan la superficialidad y el absurdo»

Algo que comparten ambas series, en sus respectivos tonos y por distintos motivos, es el rechazo a la ironía. La apuesta de True Detective por la verbalización de la complejidad de pensamiento de sus personajes olvida por completo la distensión irónica y cómica en general. Seguramente le hubiera venido bien a Rust Cohle tomarse menos en serio a sí mismo. Por su lado, Dumont opta por eliminar la distancia de seguridad que nos protege como espectadores y exponernos a las escenas más banales, como la del funeral o las del Cause I knew ouh ouh! de la hermana de Eve, y a las más crudas, como el suicidio de un niño musulmán al grito de Allah Akbar! Mientras que la comedia nos reconcilia con la ficción, la farsa de P’tit Quinquin nos enfrenta con el mismo humor, pero sin compasión, a la realidad que denuncia.

-Trailer:

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