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Hay una viñeta del dibujante Héctor Bometón que ejemplifica a la perfección el lugar común en el que se ha convertido la expresión “humor inglés”: en ella, un padre se caga en la cuna de su hijo y lo justifica exclamando que lo ha hecho por su “humor inglés”. Un tipo de comicidad que se presume medio irónica, medio excéntrica y casi siempre con un poso de inteligencia, y que trae a la mente un batiburrillo de referencias, de los Monty Python a Mr. Bean, de Cuatro Bodas y un Funeral a Little Britain. Pero lo cierto es que la imagen pura del humor inglés debe ser algo cercano a un hombre elegantemente trajeado que pisa una mierda, esto es: el absurdo derivado del choque entre la postura de suficiencia y control del espíritu british y el mundo de lo escatológico, lo chabacano, de lo que no se habla. Un mundo perfectamente ordenado que tropieza con sus instintos más básicos.
A Very English Scandal narra lo que en Reino Unido se conoció a finales de los setenta como «El escándalo Jeremy Thorpe«: miembro del Parlamento inglés y líder del Partido Liberal, Thorpe fue acusado de intento de asesinato por Norman Scott, antiguo amante suyo del que al parecer el político inglés se había intentado deshacer violentamente contratando a un sicario, para que su affaire jamás saliese a la luz. La miniserie de tres episodios cuenta de forma extraordinariamente poderosa las tres cosas (affaire, intento de asesinato y juicio) y lo hace alternativamente como ejemplo brillante de lo que tendremos que llamar “humor inglés” y como reconstrucción dramática (y de alta carga política) de todo el escándalo.
La mala promoción de A Very English Scandal en nuestro país (Amazon prefirió apostar por empapelar las calles con carteles de la mucho menos importante Jack Ryan) ha hecho que pase desapercibida para gran parte del público, pero lo cierto es que el equilibrio entre reconstrucción fiel de los hechos y extraordinaria ironía que consigue el guion de Russell T. Davies (Doctor Who) y la dirección de Stephen Frears (La Reina, Philomena) la sitúan como miniserie (¡como serie!) política del año. Y eso es precisamente por su sentido del humor, por su acertado tono: si, como dijo Marx, la historia se repite dos veces, primero como tragedia y luego como farsa, A Very British Scandal se inclina indudablemente hacia la farsa. House of Cards, el otro gran referente de la ficción serial centrada en los tejemanejes de las altas esferas, languidece, entre otras cosas, porque se ha perdido en su intento por convencernos a todos de que la ficción política solo puede ser tragedia. Sus protagonistas, poderosos más allá de la moral humana, para los que la vida es una partida de ajedrez, para los que cada movimiento perdido no es más que una preparación para el golpe definitivo.
Hombres elegantes que fabrican todo un sistema de distracciones, mítines, promesas, consejeros… para que nadie descubra que han pisado una mierda
Pero la política, aquí, en Reino Unido y en Estados Unidos, son hombres elegantes pisando mierda. Hombres elegantes que fabrican todo un sistema de distracciones, mítines, promesas, consejeros… para que nadie descubra que han pisado una mierda. Para que les de tiempo a limpiársela. Tanto en House of Cards como en A Very English Scandal aparecen confidentes, cleaners, figuras de confianza del mandatario de turno que se encargan literalmente de limpiar su mierda, amenazando, chantajeando, asesinando. Los de la serie estadounidense son implacables. Los de la serie británica son humanos: torpes, cometen errores y despiertan nuestra empatía.
El primer episodio de la miniserie nos revela que Jeremy Thorpe esconde un enorme bote de vaselina en su dormitorio para facilitar la penetración anal. La penetración anal de un buen surtido de amantes, entre ellos Norman Scott. Años después, Scott comparece ante un tribunal para hablarles de su primera noche con Thorpe, de cómo solo pudo morder la almohada y del bote de vaselina. La sala estalla en risas. Humor inglés. Pero también una historia nada divertida: la de cómo, tras hartarse de Scott, Thorpe mandó que le asesinasen para ocultar su homosexualidad. Un absurdo complot que copó portadas en Reino Unido y que desembocó en el citado juicio, que hundió la reputación de Thorpe para siempre y mostró cómo la homosexualidad, apenas legalizada en el país, todavía tenía que vivir entre las sombras. Una historia que entronca poder y sexo de forma brillante, que explora los límites entre las estrictas clases sociales del Reino Unido del momento, que abunda en el absurdo del que, tras el Brexit, parece uno de los países más absurdos del mundo… A Very English Scandal es, en fin, ficción política del más alto nivel, porque nos muestra que, a veces, y por mucho que lo intente, ni el hombre más elegante del mundo es capaz de limpiarse la mierda.