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“El peligro en el pasado era que los hombres se convirtieran en esclavos.
El peligro del futuro es que los hombres se conviertan en robots”
– Erich Fromm
Este artículo puede contener gluten, trazas de leche y spoilers de la segunda temporada de Westworld.
La primera temporada de la serie de Jonathan Nolan y Lisa Joy exploraba la relación entre el hombre y la máquina. Indagaba en ese eterno debate sobre lo que hace humanos a los unos y lo que les impide serlo a los otros. Y a pesar de que sea un tema que ya se ha explotado hasta la saciedad en el mundo del cine -con sus inicios en Metropolis (1927, Fritz Lang) y en títulos posteriores como Blade Runner (1982, Ridley Scott) o Gattaca (1997, Andrew Niccol), por nombrar algunos- Westworld consiguió que gran parte de aquello que estaba analizando se viese desde una perspectiva distinta por la cantidad de paralelismos que los anfitriones y los huéspedes mostraban en su comportamiento. En la vigente segunda temporada, la serie ha dejado atrás esos debates, que para esta ficción televisiva parecen obsoletos, y se ha centrado en explicar el fin por el que el parque de Robert Ford (Anthony Hopkins) fue creado. Que, desde luego, ha sido una grata sorpresa y ha abierto infinitas posibilidades de cara a futuras temporadas.
La referencia inicial a Erich Fromm no es gratuita, hace alusión directa a lo que está sucediendo en esta nueva temporada. Desde que Terminator (1984, James Cameron) calara fuertemente en la cultura audiovisual se ha tenido miedo a la evolución tecnológica por si las máquinas, llegado el momento, tomaban el control y sobrepasaban al hombre. Ahora, después de la primera temporada en la que se anhelaba ese instante de revelación que parecía no llegar nunca, los anfitriones ya disponen de libre albedrío y han demostrado que pueden superar a los humanos sin ningún tipo de problema. Lo hemos podido ver en los breves aunque intensos conflictos entre unos y otros, tanto dentro del parque como fuera. Pero aquel conflicto que tenía todas las papeletas para ser el eje central de esta segunda temporada, ha quedado en un plano inferior.
El proyecto Delos es en realidad el motor de la serie y el verdadero propósito de ‘Westworld’
Si prestamos atención a la trama de Bernard (Jeffrey Wright), que se va cociendo a fuego lento y que la serie va maquillando con esas pequeñas dosis de acción para que el espectador casual no entre en la más profunda de las somnolencias, se puede ver cómo Ford y el proyecto Delos de William (Ed Harris) es en realidad el motor de la serie y el verdadero propósito de Westworld. El conseguir que los humanos puedan vivir eternamente al transformarse en anfitriones. Suplantar, o fusionar, la mente humana a la identidad de un robot. Logrando conservar las mismas emociones, recuerdos y capacidad de raciocinio que un humano. Sumándole a ello la posibilidad de poder convertirse en un superhombre, puesto que los anfitriones no ceden ante el dolor, ni al paso del tiempo y pueden volver de la muerte tantas veces como sea necesario.
En ese sentido, la serie establece una clara conexión con la concepción de la esencia que nos hace humanos de Terence Fisher en La venganza de Frankenstein (1958). Ya sea para Ford -irónico estar escribiendo el nombre de “Ford” en un producto audiovisual con western incluido sin estar refiriéndome al director John Ford- o para Fisher, la mente es lo que conserva nuestra humanidad, nuestra identidad y lo que somos realmente. El cuerpo es solo un recipiente en el que conservar todo eso. Si se logra que la mente pueda pasarse de un cuerpo a otro, o incluso almacenarse en dispositivos tecnológicos como es el caso de Ford en esta segunda temporada, el hombre pasa a convertirse en ese ya mencionado superhombre y, por consiguiente, en un ser inmortal.
Westworld, en realidad, no es ningún parque de entretenimiento donde las personas pueden saciar sus ansias de violencia y sexo o donde pueden convertirse en personas totalmente distintas, puesto que el parque hace que uno se muestre tal y como es realmente. Es un camino hacia el futuro tendido por los más aventajados de la sociedad ficticia del relato original de Crichton que no quieren quedarse atrás y basar su vida en imperfecciones terrenales. Esas personas buscan la eternidad existencial, no el dejar un legado tras de sí que permanezca en los anales de la historia. Aunque a Ford eso le conlleve convertirse en uno de sus monstruos mecánicos.
¿Qué estará pasando en la realidad donde viven los humanos?
Dicho de otro modo, los huéspedes –los humanos visitantes del parque- no son más que marionetas que están siendo estudiadas al dedillo para que Ford pueda perfeccionar sus marionetas futuristas y moldearse como él quiera su nuevo “mundo”, lleno de humanos manipulables donde él ejerce el papel de Dios. Lo que inevitablemente lleva a pensar, ¿qué estará pasando en la realidad donde viven los humanos? Hasta ahora poco se nos ha mostrado del exterior del parque y de sus instalaciones correspondientes, más allá de algún flashback concreto. Parece que nadie se dé cuenta del verdadero peligro que tienen frente a sus ojos, porque de salirle bien sus planes a Ford, el mundo podría estar regido por una raza superior. Y la naturaleza siempre favorece al más fuerte, de modo que teniendo en cuenta las capacidades de los anfitriones sería fácil deducir quién ganaría la contienda.
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La segunda temporada de Westworld no está dejando indiferente a nadie. Y no es para menos, porque ha cogido la sartén por el mango y le ha dado completamente la vuelta a su argumento. Cierto es que es una serie compleja y que, muy a menudo, emite episodios de una densidad bastante elevada –a veces imperdonable-. Pero la calidad de su trama y las reflexiones que orbitan a su alrededor, hacen que merezca la pena.