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Ves el tuit y la emoción te embarga: «Netflix España anuncia para este viernes la incorporación de la serie juvenil australiana Los Rompecorazones«. ¡Los Rompecorazones! Copias el link del tuit y rápidamente lo envías con el epígrafe «Información de servicio» al grupo de Whatsapp que compartes con tus amigas del colegio. Orgía de nostalgia, exclamaciones contra el paso del tiempo y, sobre todo, mucho «Drazic y Anita <3».
Unos días más tarde, hacéis un pequeño encuentro –medidas anticovid mediante– y la serie resurge en la conversación. Una considera que, igual que nos pasa cuando revisamos Friends, habrá tramas que nos chirriarán, mientras otra apunta que con toda probabilidad el retrato de los personajes femeninos nos parecerá horrible. Tú te niegas a darles la razón porque es Los Rompecorazones y es australiana, y todo el mundo sabe que en Australia siempre nos han llevado años de ventaja en cuanto a progresismo social (o eso crees). Así que nada mejor para reforzar tu argumentario que volver a ver la serie con la que ocupaste gran parte de las mañanas de verano de tu adolescencia.
La primera sorpresa es descubrir que la serie es larga, tan larga como siete temporadas y 210 capítulos. Ok, sin problema, volviste a ver entera Friends y podrás ver entera Los Rompecorazones y, además, combinarla con las ‘chiquicientas’ mil series más de tropecientas mil plataformas diferentes que tienes en curso. Segunda sorpresa: Drazic (Callan Mulvey) y Anita (Lara Cox), la pareja icónica de la serie, el dúo con el que forrabais carpetas, no aparecen hasta la quinta temporada. ¿QUÉ CLASE DE ENGAÑO ES ESTE? No pasa nada, respiras hondo. Ya no eres una quinceañera, eres una mujer adulta que no ve series para alimentar obsesiones románticas absurdas. Tú estás por encima de esto y, además, recuerdas a muchos otros personajes de la serie (o IMDB los recuerda por ti).
Hecho este trabajo de concienciación, le das al play para ver Los rompecorazones S01xE01 y volver al instituto Hartley High, en Sidney. Durante los primeros minutos no puedas dejar de pensar «¿quién es toda esta gente?», pero poco a poco todo se va asentando y vas recordando por qué te gustaba tanto esta serie. En primer lugar porque mostraba una realidad multicultural que estaba a años luz de nuestra realidad estudiantil en la época en que se emitió la serie (1994-1999). Son estudiantes australianos, sí, pero la mayoría son parte de familias inmigradas de diferentes partes del mundo: Nick es de origen griego –‘fun fact’: Australia es uno de los países con una de las mayores comunidades griegas del mundo–, Rose es de origen libanés, y la nueva profesora, Christina Milano, es de familia italiana (de hecho, su padre le habla en italiano en el primer episodio).
En segundo lugar, la estética también te hace babear, evidentemente como consecuencia grave de una nostalgia casi patológica. ¿Se puede molar más que este grupo de estudiantes que parecen sacados de un videoclip grunge? No, es imposible. Prefieres mil veces más esta estética de pelos desordenados y camisas anchas que el pijerismo de Élite. ¿Se pueden añorar los pantalones caídos de los looks skater? Sí, se puede pero no se debe, eran horribles y peligrosos. ¿Quién no estuvo a punto de tropezarse con sus propios pantalones?
¿Y las tramas? Bueno, ahí sí se nota un poco más el paso del tiempo pero básicamente porque todo es más casto que cualquier cosa que podamos ver ahora. Tocan temas que aún están vigentes –un poco el ABC de cualquier serie de adolescentes– pero esto no es Euphoria, sino más bien lo que le gustaría haber sido a Física o Química pero que nunca fue. Algunos de los debates que plantean son interesantes pero se tratan desde puntos de partida que ya están superados, o deberían.
En uno de los primeros episodios los estudiantes consiguen la autorización para montar un equipo de fútbol en el que, por supuesto, ni se les pasa por la cabeza que participe alguna compañera suya. Danielle (Emma Roche), que normalmente juega a fútbol en el patio del instituto, decide presentarse a las pruebas para entrar en el equipo y eso abre un debate… ¡EN EL CLAUSTRO DE PROFESORES! El típico profesor autoritario considera un despropósito que una chica forme parte del equipo, mientras que las profesoras no le ven ningún problema, aunque tampoco son especialmente entusiastas. Es cierto que visto ahora quizás nos parece un poco pueril, pero tampoco nos pongamos estupendos que las deportistas aún tienen que luchar para conseguir cuota de atención en los medios de comunicación.
Con 210 capítulos por delante es normal que ante estos debates tengas ganas de darle al flash forward pero hay algo que te lo impide. Y es que las actuaciones son tan naturales que quieres acompañar a estos estudiantes en todo su viaje.
Los Rompecorazones fue un fenómeno en su momento porque intentaba mostrar la adolescencia con cierta honestad y realismo, aunque evidentemente cayera en el culebronismo en algún momento. No es un prodigio visual pero es que nadie lo espera y, de hecho, es una serie que no desentonaría al lado de Es mi vida o Freaks and Geeks. Los diálogos son cercanos y creíbles, a años luz del intelectualismo que rezumaba Dawson crece, que durante años hizo pareja con Los rompecorazones en las mañanas de TVE. En Netflix no son tontos y después de incluir la serie en su catalogo ya están preparando una nueva versión. «No os preocupéis, no la vamos a cagar», ha asegurado Que Minh Luu, la vicepresidenta de contenidos originales para Australia. Permitidme que lo dude.