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No era empresa fácil poner rostro a Harry Bosch, el implacable policía creado hace ya dos décadas por Michael Connelly. A saber: para que Bosch funcionara en una ficción audiovisual debía convertirse en un personaje de fuertes principios, de dureza forjada por traumas del pasado, enamoradizo pero práctico, y bien acompañado por su verdadera compañera de fatigas, la ciudad de Los Ángeles. No valía fiarlo todo a su poder iconográfico ni convertirlo en un policía más, adocenado en la infinidad de thrillers televisivos que nos llegan temporada tras temporada. Bosch es un ser terrenal, introspectivo, vivo, palpable. Un poli de verdad. Y curiosamente su adaptación en serie empezó con un piloto “a concurso”, es decir, una producción de Amazon para ser votada por su audiencia virtual. Y lo consiguió, tuvo su serie de diez espléndidos capítulos, pero se ha hablado (demasiado) poco de ella.
«Para un determinado público Amazon parece una suerte de dimesión paralela»
¿Dónde reside el motivo de esta indiferencia? Seguramente en que, en televisión, se ha instalado esta absurda idea de la preponderancia de unas cadenas por encima de otras. Si ‘Bosch’ fuera una producción de HBO o, como bien dijo Toni García Ramón, la segunda temporada de un sello consolidado como ‘True detective’, medio mundo se hubiera rendido a sus pies. Pero como Amazon todavía parece para un determinado público una suerte de dimensión paralela, sus productos (con premiadas excepciones como ‘Transparent’) no parecen existir más allá de las agendas del muy aficionado. El caso es que ‘Bosch’, además de ser toda una rareza por su coherencia formal y falta de artificio, merece convertirse en un clásico instantáneo por su valiente apuesta por un relato nada empático ni complaciente sobre el Mal que supura de nuestras realidades más cercanas. En esta serie, la amenaza latente, la sensación de inseguridad cotidiana, no proviene de personajes sublimados o psicópatas elegantes, sino de hombres mediocres y oscuros con los que nos cruzamos en los callejones donde aceleramos el paso y en el bosque urbano que evitamos cruzar.
«Connelly y sus cómplices saben respetar esa fisicidad, esa angustia del misterio por resolver, que sitúa a Bosch en la órbita de los grandes detectives del género»
‘Bosch’ ha sido monitorizada por el mismo Connelly, y se nota. Pero no por los excesos caligráficos respeto a los libros (es más, se agradece que en esta serie se prefiera preservar el espíritu del texto en vez de la literalidad) sino porque el Harry Bosch de la tele es felizmente consecuente con la tradición de su género y consigo mismo. Aquí nuestro poli también tiene problemas con la jerarquía, dolorosos recuerdos de su madre muerta, y una némesis que mata impunemente. También dedica largos momentos a observar Los Ángeles, su purgatorio, desde el ventanal de su casa. Pero si el Bosch televisivo vuela tan alto es porque Connelly y sus cómplices saben respetar esa fisicidad, esa angustia del misterio por resolver, que le sitúa en la órbita de los grandes detectives del género. Sus casos palpitan y sus decisiones duelen. Y todo esto se vehicula a través de un grandísimo actor, Titus Welliver, que no se parece físicamente al poli de las novelas, pero ni falta que hace. Su interpretación está tan llena de matices que consigue que el lector ponga su cara a Bosch cuando vuelve a los libros. Welliver “es” Bosch, y ya sabemos que lo será al menos en otra temporada. Y a su lado, un buen puñado de grandes secundarios, des de Lance Reddick a Jason Gedrick (sí, sí, el chaval de ‘Águila de acero’), pasando por una Annie Wersching que ya puede presumir de protagonizar en esta serie uno de los momentos más “fetish” de la televisión moderna. Tenéis que ver esta serie: dentro de unos años estará en todas las antologías y os arrepentiréis de no haber caído antes en ella.