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VIVIR DEPRISA Y ENTRAR EN COMBUSTIÓN
Existe una imagen que lo ejemplifica a la perfección: la portada del disco The Big Dream (2013), en la que aparece la figura de una persona fulminada por un rayo. Dicha imagen es la representación perfecta de lo que sentí el 15 de noviembre de 1990 cuando contemplé el episodio piloto de Twin Peaks en Tele 5. Ha pasado ya demasiado tiempo para tener recuerdos precisos y concretos de aquello, pero han pervivido las emociones de aquel periodo situado en mi adolescencia.
La enfebrecida pasión que despertó en mí ese serial sobre un pequeño pueblo situado en el noroeste del Pacífico estadounidense que una mañana despertaba con el descubrimiento del cadáver de la joven Laura Palmer, pasión que me llevó a recortar artículos de prensa y coleccionarlos, a escuchar su banda sonora en bucle y a maldecir mi mala suerte por vivir en uno de los pocos hogares sin VHS en mi barrio, dejándome sin posibilidad de revisar los capítulos.
De ser un completo desconocido para mí, de la noche a la mañana, David Lynch se volvió el sujeto a investigar. Se hablaba de él, su nombre se volvió conocido a unos niveles que en este país nunca se han repetido.
Y también la sensación de que, por fin, había aterrizado un artefacto de otro mundo que me había vuelto loco pero que no iba a tener que disfrutar en soledad (como me pasaba casi siempre con el cine, la música o los cómics), ya que había cautivado a propios y extraños, a los seguidores del cine de autor y a los amantes de los culebrones, a los lectores de revistas tan opuestas como Tele-Programa y la prestigiosa El Paseante, a mayores y a jóvenes.
Este aspecto no es baladí: recuerdo que durante la Peaksmanía en España (o al menos en las ciudades hasta donde llegaba la emisión de la cadena en sus primeros tiempos) podía hablar de la serie con compañeros de colegio, con mis hermanas mayores, en la mesa que me tocó compartir durante una boda en aquellas semanas e incluso me permitió poner la oreja en un bar a una conversación donde se discutía sobre la posibilidad de que el propio agente Cooper, el investigador principal del caso, fuera realmente el autor del crimen.
Aunque los datos de Ecotel (la empresa que calculaba las audiencias entonces) solo cubrían Sevilla, Valencia, Barcelona y Madrid, solían andar por el 50% del total de los espectadores. Las calles se vaciaban. Twin Peaks me volvió del revés, como le ocurrió inicialmente a medio país y medio mundo. Y durante un breve periodo de tiempo, quizá por la llegada de una nueva década en la que por fin iba a entrar en la edad adulta, pensé que el día de mañana la televisión sería así: compleja, enigmática, glamurosa, a ratos divertida, a ratos terrorífica, y también seductoramente extraña.
De ser un completo desconocido para mí, de la noche a la mañana, David Lynch se volvió el sujeto a investigar. Se hablaba de él, su nombre se volvió conocido a unos niveles que en este país nunca se han repetido. Incluso, si la memoria no me falla (aunque podría ser, empiezo a tener una edad donde no estoy seguro si padezco el efecto Mandela o si es la realidad que se reconstruye y reescribe dejándome con cara de pasmo) Tele 5 emitió un spot dedicado a su figura que nunca he sido capaz de volver a ver, en la que aparecía su rostro mientras la voz del anuncio lo presentaba hablando de su obra previa. Se repetían los eslóganes. David Lynch ha revolucionado el mundo de la televisión, decían. Twin Peaks cambiará el mundo de las series, clamaban. Y yo, en mi bendita inocencia, me lo creí a pies juntillas.
En marzo de 1991, Tele 5 retomaba Twin Peaks con nuevos episodios, ahora emitiéndolos como originalmente fueron pensados (la primera entrega se emitió en bloques dobles, excepto el piloto por su doble duración y el último, al que acompañaron con un programa especial presentado por José Luis Garci, donde seleccionaba sus momentos preferidos de la serie), alargando hasta la extenuación los 45 minutos de cada episodio, con un sinfín de anuncios (me aprendí de memoria que aquella segunda entrega estaba patrocinada por Sony) y tratando de enganchar a los espectadores a uno de sus estrenos estrella de aquella temporada, la sitcom Cariño de papel (Anything But Love), que protagonizaban Jamie Lee Curtis y Richard Lewis, que se emitía justo después. Eran tiempos felices.
Si en la primera temporada había sido Mädchen Amick (la actriz que daba vida a Shelley Johnson, la joven camarera de la Doble R que vivía con un marido abusador y violento) quien visitó los platós de Tele 5, ¿Dígame?, un muy popular programa de entrevistas que presentaba Laura Valenzuela, durante la emisión de la segunda parte iban a ser Russ Tamblyn (el Dr. Jacoby, el psiquiatra local), Ray Wise (Leland Palmer, el padre de Laura Palmer), Harry Goaz (Andy Brennan, el policía sensible) y Harley Peyton (uno de los guionistas de la serie, que fue ascendido a productor en la segunda entrega) quienes harían lo mismo, protagonizando una inenarrable entrevista en la que se perdió la traducción automática y tuvieron que responder a una caterva de preguntas bastante tontorronas, pero que quedó solventada por la simpatía tanto de los entrevistados (especialmente Wise, que estuvo muy divertido) como de la propia Valenzuela.
Para intentar plasmar la dimensión del fenómeno de la serie en España, incluso la revista del corazón Diez minutos publicó un libreto llamado Las claves secretas de Twin Peaks donde resumían la primera parte y fusilaban bastantes sorpresas de la segunda, algo bastante irritable ya en la era previa del Spoiler. ¿Verdad que les resulta imposible pensar en una publicación así, surgida de la misma revista, cuando se estrenó la tercera temporada?
Por desgracia, si se había importado desde su país de origen su éxito inicial, hizo lo mismo con el descenso de las audiencias. Y también descenso del cariño del público, y de su deseo de dejarse seducir. Puede que no sea evidente para aquellos que han descubierto Twin Peaks en streaming y la han visto de forma continuada, pero empezar la segunda entrega con un Gigante extradimensional que visitaba a un agente Cooper que se desangraba en el suelo tras haber sido disparado (meses antes desde el punto de vista del espectador) para darle una serie de enigmáticas pistas fue un desafío insuperable para la cuadriculada visión de la narrativa de ficción que tenían muchos espectadores.
Los elementos sobrenaturales o mágicos en la primera entrega todavía podían ser asumibles, podrían tratarse de sueños o visiones espectrales producto de un shock. En la segunda parte ya iban a desafíar las leyes de la realidad del universo del serial, que en su primera entrega nos habían mostrado un planeta muy semejante al nuestro. Retroactivamente, sabemos que una de las leyes de Twin Peaks es reinventarse en cada una de sus encarnaciones. La segunda temporada tenía un tono distinto a la primera, como la película lo tendría de la serie, o la tercera lo tendría respecto a… bueno, respecto a todo lo habido y por haber en el cielo y en la tierra.
En Estados Unidos siempre hubo excusas de lo más diversas por la pérdida del favor del público: el hecho de que debido a la Guerra del Golfo se cortara alguna semana la emisión del episodio, el cambiar el horario de emisión de jueves a sábado por la noche, o muy especialmente, la revelación del asesino de Laura Palmer, whodoit que había enloquecido a EEUU y que empujó a David Lynch a alejarse de la serie, en desacuerdo con su otro creador, Mark Frost, que sí creyó oportuno seguir el mandato de la cadena ABC y descubrir de una vez por todas al criminal.
En nuestro país, aunque la pérdida de audiencia no fue tan brutal (primero las cifras dejaron de ser espectaculares, después pasaron a lo notable para ser, al final, simplemente dignas), cuando salía en los temas de conversación ya no era para especular sobre tramas o plantear hipótesis sobre el futuro de los personajes, sino para resaltar que se había vuelto demasiado rara. Lo escuché un millón de veces durante los años 90. Era demasiado rara.
Durante la emisión original en Tele 5 era normal creer que la serie constaba realmente de tres temporadas, ya que la cadena la dividió en tres partes. La última decena de episodios iba a volver a ocupar los bloques de Gran Pantalla TV, de nuevo en bloques de dos, entre septiembre y octubre de 1991, con el título Twin Peaks: El desenlace. El último episodio fue otro rayo que me cayó encima.
Me estremecí como nunca cuando Cooper abría el recipiente de aceite en Glastonbury Grove y lentamente aparecían las cortinas rojas que le abrían la puerta a otro mundo, una sensación que solo volvería a tener muchos años después, en el octavo episodio de la tercera temporada, cuando los leñadores aparecían para socorrer a Mr. C después de que Ray Monroe le disparara, como si se hubieran colado por una grieta del tiempo. Pero esta vez el efecto fue desolador. Mi héroe de juventud (y de adultez) terminaba desdoblado (aunque en aquel momento lo creí poseído). Twin Peaks bajaba el telón. Había vivido un fenómeno espectacular pero entró en combustión al poco de despegar como si de un desafortunado cohete se tratara. Sin embargo, de alguna manera, sabía que seguía estando ahí.
A FIGURE WITNESSING THE ORCHESTRATION OF TIME
En 1992 David Lynch volvió al mundo de Twin Peaks. Fue con la película Fire Walk With Me, una precuela que narraba el calvario de los últimos siete días de existencia (terrenal) de Laura Palmer, y que venía precedida de un enigmático prólogo sobre la investigación del asesinato de otra joven sucedido un año antes en un pueblo que era una especie de versión sin luz ni alegría de Twin Peaks, Deer Meadow. Pero la película vinculaba, a través de escenas que sucedían en el interior de la Habitación Roja, el principio con el final, y algunas escenas sucedían en dos temporalidades a la vez: en el pasado (Laura, antes de la serie) y en el futuro (Cooper, después del desenlace), dejando al espectador como único conocedor del “tiempo presente”.
Se trataba de otra reinvención de Twin Peaks, ahora vista desde el punto de vista de una adolescente sometida a todo tipo de abusos, encadenada a una espiral de autodestrucción que no permitía la escala cómica del programa televisivo, y que se vio perjudicada por las ausencias de algunos protagonistas de la serie, además de ver reducida la aparición del agente Cooper a mínimos por expresa decisión del actor que lo interpretaba, Kyle MacLachlan, que temía quedar encasillado en el personaje.
Decisión de la que, con toda probabilidad, el actor se arrepentiría años después, pero que no era tan extraña entre las estrellas televisivas de los 90 que decidieron dar el salto al cine. Porque, en aquellos tiempos, la TV seguía siendo un vehículo menor, y MacLachlan, como le ocurriría a David Duchovny en Expediente X o a Rob Morrow en Doctor en Alaska, soñaban con ver su nombre en las marquesinas de las salas cinematográficas. Todos ellos han deseado volver en tiempos actuales a los papeles que les dieron la fama, por cierto.
Twin Peaks: Fuego camina conmigo tenía su estreno previsto en España para algún momento entre marzo y abril de 1993. Para entonces, David Lynch ya se había vuelto mi director preferido. Por fin había conseguido un reproductor de VHS y había visto El hombre elefante y Corazón salvaje, película que veía (a veces por partes, a veces entera) al salir de clase y que me sabía prácticamente de memoria. Pude ver de nuevo Twin Peaks gracias a la complicada reemisión que hizo Tele 5 ese 1993, y grabar algunos de sus capítulos.
Solo pudieron ser los siete últimos, lo que provocó que me diera un atracón de estos antes de conseguir la serie completa gracias a diferentes intercambios de cintas a mediados de los 90, así que durante un tiempo estuve más familiarizado con Windom Earle que con la investigación de la muerte de Laura Palmer. En aquella reemisión Tele 5 pensó que podía repetir el éxito de la primera vez ahora que llegaba a todos los televisores de España, pero las cosas no debieron ir demasiado bien, porque la última docena de episodios se emitieron los viernes en horarios que oscilaban entre las 2 y las 3 de la madrugada. Y eso, cuando la emitían.
Me pareció un ejercicio alucinante de creatividad, independientemente de si era acertado o canónico, una especulación maravillosa que usaba la imaginación sin cortapisas y que dotaba a la película de posibilidades en las que nunca había pensado.
No obstante, además de mi amor por Lynch, ya se había destapado en mi interior la era post-Twin Peaks y me había vuelto amante de las series de televisión con un punto original e innovador. Y aquellos viernes, TV3 emitía seguidas L’Escurçó negre (Black Adder), Els Joves (The Young Ones, que ya había visto en su primer pase y fue genial recuperar) y Parker Lewis, después cambiaba a TV2 donde emitían Doctor en Alaska (Northern Exposure), para finalmente terminar con mi serie preferida por los siglos de los siglos.
Fueron buenos viernes aquellos. Y para más inri, pude pillar Terciopelo azul (Blue Velvet) en un pase de madrugada también en Tele 5, y aunque la había visto antes, aquella fue la vez que hizo click. Entré en trance viéndola, de un modo que pocas veces me ha vuelto a pasar. He revisado esta película un millón de veces, pero siempre en salas de cine o pasada la medianoche si es en casa. Si no, no encuentro el estado adecuado para verla.
Sin embargo, debido a la mala acogida de la película en la mayor parte del mundo (excepto en Japón, curiosamente, donde fue un gran éxito), Twin Peaks: Fuego camina conmigo no se estrenó ese 1993, ni en 1994, ni siquiera apareció editada en video en 1995, aunque CIC Video llegó a anunciarla en algunas revistas sobre cine. En el momento en el que mi obsesión alcanzaba su punto álgido, se me privaba del mayor de los premios. Durante todo ese tiempo pensaba en esa película constantemente. Hasta soñé con ella un par de ocasiones (he soñado muchas veces con Twin Peaks. Cuando se canceló la serie, soñé con que Tele 5 anunciaba, en 1991, nuevos episodios. Solo recuerdo que salía un Cooper vestido de negro absoluto y el cartelito aquel que enganchaba Tele 5 en sus promos: “Mañana a las 22:00”).
En aquella época descubrí Wrapped in Plastic, la maravillosa publicación editada entre 1993 y 2005 por John Thorne y Craig Miller (fallecido en 2012), a la cual me suscribí tras mucho insistir en la librería Gigamesh.
Esta revista me abrió un mundo de maravillas, de cine y de televisión, de arte y cultura, que generalmente orbitaban alrededor de Twin Peaks o David Lynch, pero que abarcaron mucho más: gracias a ellos descubrí Riget (The Kingdom), de Lars Von Trier, América oculta (American Gothic), Picnic en Hanging Rock, la serie Homicidio, de la cual Antena 3 emitió en aquellos tiempos de tapadillo sus dos primeras temporadas en horario de madrugada, Buffy Cazavampiros o el maravilloso cómic Strangehaven de Gary Spencer Millidge, obra tremendamente influenciada por la obra de Lynch y Frost pero con un feeling muy británico que me sigue maravillando a día de hoy. Les escribí en un par de ocasiones, y ver mi nombre en la sección de cartas de los lectores siempre me ha provocado un agradable cosquilleo en el estómago.
Wrapped in Plastic publicó un artículo que me influenciaría profundamente en el futuro: Dreams of Deer Meadow, publicado en el número 60 de la revista (agosto de 2002), en el cual John Thorne dejaba caer una teoría maravillosa y muy rompedora, que se alejaba de todo lo que solía leer en la prensa habitual sobre cine y televisión. En ella, Thorne especulaba sobre la posibilidad de que en realidad los sucesos que sucedían en el prólogo de Fire Walk With Me, durante la investigación del asesinato de Teresa Banks, y que conducían los agentes Chet Desmond (Chris Isaak) y Sam Stanley (Kiefer Sutherland), no eran reales, o al menos no de un modo literal.
Thorne consideraba que, ya que se habían respetado personajes y lugares que aparecían en la Autobiografía del Agente Cooper (Scott Frost, Versal, 1991), uno de los libros spin-off de la serie editados durante la época de su mayor auge donde Cooper investigaba el mismo crimen, y que para más inri todos los diálogos que se habían escrito originalmente para el agente Cooper en el guion del film se habían mantenido tal cual para el agente Desmond (recordemos que Kyle MacLachlan había reducido su aparición en el film y el personaje de Chris Isaak era su sustituto)… entonces lo que estábamos viendo no era una investigación real, sino un sueño del agente Cooper donde recreaba la investigación del caso de Teresa Banks pero él se veía a sí mismo reconvertido como Chet Desmond.
Me pareció un ejercicio alucinante de creatividad, independientemente de si era acertado o canónico, una especulación maravillosa que usaba la imaginación sin cortapisas y que dotaba a la película de posibilidades en las que nunca había pensado. Me ayudó a pensar en lo que sueñan los personajes y en lo que hacían cuando no les estaba grabando una cámara. A perder el miedo a la sobreinterpretación si así se genera un estímulo.
Textos no tan centrados en aspectos técnicos o formales, sino que se implicaban en la propia naturaleza de la narración, más un ejercicio creativo que un análisis formal. También conseguí gracias a Gigamesh varios ejemplares de la magnífica revista tamaño cuartilla Video Watchdog, editada por el especialista en cine y televisión de culto Tim Lucas (uno de mis referentes), que dedicó un especial a Fire Walk With Me, a todas luces extraordinario, donde comentaba todas las escenas del guion que no aparecían en la versión final del film. Así que gracias a Lucas ya sabía no solo lo que pasaba en la película antes de verla, sino que me hacía conocedor de todo aquello que se había quedado fuera de su montaje final.
Y mientras me convertía en el Carpanta de Fire Walk With Me (siempre llegaba a las hoy desaparecidas Gorgon Video o Virgin Megastore justo cuando se acababan de llevar el último VHS de importación de la película), e inspirado por un número de Wrapped In Plastic donde hablaban de los fanzines dedicados a Twin Peaks que había alrededor del mundo, decidí hacer el mío propio.
No había ninguno en idioma español, a tenor de lo que pude leer ahí, y además muchos de ellos eran «newsletters», un conjunto de hojas grapadas con imágenes fotocopiadas. Así que me puse manos a la obra. Ghostwood existió entre 1995 y 1997, años complicados para la Lynchmanía. No se dejen engañar por lo que le digan ahora. Twin Peaks no tenía aureola de clásico, no había revolucionado nada y no había cambiado el modo de hacer televisión. Habría que esperar, para esas cosas, algo más de tiempo. Pero al menos conocí a un grupo estupendo de fans. Y todos teníamos en común que Twin Peaks nos cambió a nosotros.
Con todo, era un grupo muy reducido, no creo que ningún número superara los 40 ejemplares distribuidos. Pero me sirvió para entender lo que eran las “obras de culto”. Aquellas que reverencian un grupo pequeño de personas, pero que están muy apegadas a ella, y no la quieren dejar marchar nunca. El último número, que yo recuerde, no nació con la intención de que fuera el postrero. Tenía en portada a Lynch y Bill Pullman y estaba centrado en Carretera perdida (Lost Highway). Aquel estreno significó el primer paso durante los arduos 90 para que el director de Cabeza borradora recuperara su prestigio perdido y el favor del público, así que me gusta pensar que aquella colección de papeles fotocopiados ayudó a mantener la llama viva durante una época en la que ni Twin Peaks ni David Lynch parecían importarle mucho a nadie.
¿Recuerdan On the Air? ¿Y Hotel Room? Lo de esta última todavía me asombra casi tanto como que Twin Peaks esté eternamente vinculada a Tele 5. David Lynch trabajó en una serie para HBO en 1993 y pasó tan desapercibida que a día de hoy fans del director desconocen su existencia. Claro que fue antes del No es televisión, es HBO, pero, incluso con esas…
Ah, por cierto, finalmente, gracias a una empleada del Virgin Megastore que era una gran fan de Lynch y a la que le regalé copias de mi fanzine, conseguí Twin Peaks: Fuego camina conmigo. Fue dos semanas antes de que el Festival de Sitges la proyectara en la sección Brigadoon en su edición de 1995. Solo les diré que cuando entré en la sala (salita) ya la había visto 15 veces, y solo fui a verla por darme el gusto de verla en una pantalla (un poco más) grande.
Cuando la década los 90 estaba terminando, leí en Wrapped in Plastic que David Lynch estaba preparando su regreso a la televisión. Tenía una nueva serie entre manos, llamada Mulholland Drive, y la iba a producir, de nuevo, para la cadena ABC. ¿Para la ABC? ¿La cadena que maltrató a Twin Peaks en su última etapa, la que no dio ni una oportunidad de sobrevivir a On the Air? Bueno, creo que a estas alturas todos sabemos cómo acabó aquello. Bien para Mulholland Drive, pero mal para la relación entre David Lynch y la TV. De ese modo, aprendí a dar por sentado que jamás volvería a ver a Cooper, Audrey o Shelley, y que las posibilidades de volver a Twin Peaks habían terminado. Al 100%. Sin embargo, de alguna manera, sabía que Twin Peaks seguía estando ahí.
LA PASARELA HACIA LA ETERNIDAD Twin Peaks
No hay final. Es parte de una historia que se continúa. El problema es que mi continuación está en mi cabeza y en la de Mark Frost… Visito “Twin Peaks” con la mente. En cierto modo es frustrante porque hay muchas pistas y muchos hilos que podríamos haber estirado. Pero en cierto modo es agradable tenerla ahí fuera, porque no está resuelta, y hay posibilidades de mantener el sueño.
–David Lynch en “Entertainment Weekly”, primavera del año 2000.
Durante los primeros años del siglo XXI, David Lynch recupera su status: Mulholland Drive se convierte en un éxito majestuoso, incluyendo un premio en Cannes y una nominación al Oscar a mejor director, reconvirtiendo el material pensado para su emisión como piloto de serie televisiva en otra fuga psicogénica, semejante (pero no igual) a la de Carretera perdida.
Todo debido a un nuevo metraje añadido gracias a Canal Plus y al productor Alain Sarde, que decidieron resucitar un proyecto muerto y convertirlo en película. Pero me van a disculpar si sigo centrando este texto en la experiencia Twinpeaker (o Peakie, si lo prefieren). Porque en los años siguientes, los amantes de la historia que sucedía en ese pequeño pueblo donde nunca pasaba (aparentemente) nada hasta que un buen día empieza a ocurrirles absolutamente de todo tenían un Santo Grial que mantenía una pequeña llama viva para poder echar un vistazo “real” al pueblo (sí, tuvimos los anuncios japoneses de café Georgia y las intros de la Dama del leño para la cadena Bravo, pero ya me entienden): el “Director’s Cut” de Twin Peaks: Fuego camina conmigo.
Aproximadamente una hora y media de material eliminado del montaje final del film que todos pensábamos que iba a significar un último vistazo a nuestro Brigadoon particular. Carpanta, de nuevo. La historia era complicada debido a un tema legal entre David Lynch y la productora francesa Ciby 2000, con la que terminó muy mal y que apretó sus puños para no ceder fácilmente los derechos legales de esas escenas para su distribución (probablemente debido a perder un pleito contra el propio Lynch por incumplimiento de contrato).
En 1993, ya se rumoreó que quizá la cadena por cable Bravo de Estados Unidos, durante la época en la que reemitió la serie original, iba a adquirir los derechos para hacer un montaje alternativo de la película en formato mini-serie. Después hubo una petición de firmas entre los fans para lograr la edición de esas escenas, primero en formato LaserDisc y luego en DVD. En el 2001, Artisan, tras hacerse con los derechos para editar la serie en DVD peleó por conseguir los derechos de dichas escenas, y parece ser que estuvo a punto de lograrlos. Pero todo terminaba en un callejón sin salida. Hasta que un buen día…
El 15 de mayo de 2014, CBS Entertainment anunció la edición en BluRay de Twin Peaks: The Entire Mystery, completísima boxset que iba a incluir la serie al completo, la película, multitud de extras que estaban diseminados en ediciones previas en DVD de la serie, más otros extras nuevos y… las escenas eliminadas de la película, que iban a llevar por título The Missing Pieces.
Pero aún ignoraba lo mejor: desde el 2012 David Lynch y Mark Frost se habían puesto manos a la obra, en el más absoluto de los secretos, para escribir la tercera temporada de Twin Peaks, teniendo un acuerdo con la cadena Showtime para su emisión. El anuncio de que Twin Peaks iba a volver no iba a ser público hasta un tweet conjunto que lanzaron el 3 de octubre de 2014: Ese chicle que te gusta va a volver con estilo, una de las frases que le decía el Hombre pequeño de otro lugar al agente Cooper en el tercer episodio de la serie original.
Lynch había dicho, por activa y por pasiva, a lo largo de los últimos 20 años, que Twin Peaks ya no iba a volver, que no era más que un recuerdo lejano para él. Twin Peaks era el equivalente en el mundo de las series a lo que bandas como Talking Heads o The Smiths son en el mundo de la música pop: grupos que nunca se van a reunir para volver a ir de gira. O eso parecía…
Tras una complicada negociación con Showtime, en la que David Lynch estuvo a punto de tirar la toalla, la serie comenzó a rodarse en septiembre de 2015 filmando exteriores en North Bend (estado de Washington), repitiendo escenarios y lugares que habían aparecido en el episodio piloto de la serie original. La serie iba a emitirse al fin el 21 de mayo de 2017 bajo el título Twin Peaks: The Return, tanto en EEUU como en España, gracias a una Movistar Plus que iba a programar los episodios apenas unas horas después de su pase en Showtime, tras una gran campaña de promoción que incluyó un singular spot protagonizado por Sergio Ramos y Rafa Nadal.
Fue un absoluto disfrute, 18 horas de creatividad sin límites que volvía a hacer gala de la ley de Twin Peaks (reinterpretarse en cada encarnación), llevándolo ahora más lejos que nunca. Por un lado era una secuela de la serie, sí… ¿Pero de qué modo? ¿Era la temporada 27 de una serie de la cual en nuestro plano dimensional solo habíamos tenido acceso a las dos primeras y nos habíamos perdido una gigantesca cantidad de información? ¿No era, en realidad, una secuela, sino una obra nueva que usaba a la serie original como mero referente, pero la convertía en un recuerdo borroso e imperfecto, como parecía apuntar el libro que había publicado Mark Frost previo al estreno de la tercera temporada, La historia secreta de Twin Peaks?
¿Tenía más sentido verla como el siguiente paso en la obra del David Lynch más radical tras Inland Empire? Twin Peaks: el retorno era la versión del universo peakie más radicalmente lynchiana, más interesada en explorar los límites del lenguaje de la televisión actual desde el punto de vista de un artista sin ataduras a los códigos habituales del medio, y a su vez de mantener una coherencia artística relacionada con su obra como pintor y fotógrafo. Y, sin embargo, se notaba en ella un profundo amor por los personajes del serial original, a los que dotaba de una vida que continuaba donde los había dejado en 1992.
Desde 1991 no ha sido raro que dedicara un tiempo a pensar en Twin Peaks y en sus habitantes. Lynch decía aquello de visitarla con la mente, y yo lo intentaba.
En Bobby Briggs (Dana Ashbrook) y su conversión de joven punk a noble agente de la policía, seguramente influenciado por su virtuoso padre. En Ben Horne (Richard Beymer), continuando su deseo de dejar atrás su vida como gángster local y convertirse en un respetable hombre de bien. En Shelley Johnson (Mädchen Amick) y su peligrosa, pero humana, atracción por los hombres peligrosos. En Norma Jennings (Peggy Lipton) y en su bondad infinita a la hora de alimentar a la gente de su localidad, negándose a convertir su local (la mítica Doble R) en una gris franquicia.
En James Hurley (James Marshall) y su persecución del deseo sentimental, cueste lo que cueste (¿no les pareció extraño que empujara a su colega en el trabajo como guardia de seguridad, Freddie Sykes, poseedor de un guante verde que le otorgaba superfuerza, a acompañarle al Roadhouse para conseguir deshacerse de la pareja de la mujer objeto de su pasión?). Las 18 horas de The Return fueron un regalo: no voy a discutir ahora si lo fueron más para el amante de la obra de David Lynch que de Twin Peaks, pero resultaron una experiencia única, arriesgada, excitante y emotiva. Si uno se para a pensarlo, es lo que siempre debería intentar ofrecernos un artista que se precie de serlo.
Desde 1991 no ha sido raro que dedicara un tiempo a pensar en Twin Peaks y en sus habitantes. Lynch decía aquello de visitarla con la mente, y yo lo intentaba. No de un modo místico ni nada parecido. De un modo bastante simple. A veces llegaba del trabajo, me sentaba en el sofá y fantaseaba con lo que estaba haciendo Ed, o Audrey, o Hawk en ese momento. Me imaginaba spin-offs donde Bobby Briggs y Mike Nelson resolvían crímenes sencillos en el pueblo a modo de comedia costumbrista, o me imaginaba una precuela protagonizada por Hank Jennings y sus días preparando el crimen contra Andrew Packard como si de una novela de Jim Thompson se tratara. ¡Hasta escribí, de joven, mi propio fan fiction en el fanzine sobre un primer episodio de una tercera temporada!
Pero ¿En qué año estamos?, la escena final de The Return, me desubicó. Ya no me resulta fácil volver a Twin Peaks, porque no sé a qué Twin Peaks he de volver. Lo lamento por Dale, el cual parece haber seguido la senda del desconcierto temporal y espacial que vivió Philip Jeffries antes que él. Pero, mientras David Lynch estuviera entre nosotros, Twin Peaks seguía estando ahí. Si había que volver, nos mostraría el camino.
Y ahora David Lynch ya no está, y todos los caminos que nos llevaban a Twin Peaks, todas las luces que guiaban ese sendero, se han apagado. El pueblo se ha desvanecido, y ni siquiera Mark Frost podría llevarnos de vuelta. No quiero desmerecer su (a todas luces) magnífico trabajo, pero entre la visión de Lynch en la tercera temporada y en la de Frost en The Final Dossier hay un desvío de visiones excesivamente grande, y leyendo ese libro (al contrario que me ocurrió con La historia secreta) no estoy seguro de si quiere llevarnos al mismo lugar.
De todos modos, da igual. Es posible que en vida vuelva a ver algo llamado Twin Peaks. Incluso puede llegar a gustarme, puede que esté hecha con el suficiente amor y respeto por sus personajes, los cuales siempre están enfrentando quienes son contra lo que creen que son, con un logrado sentido del misterio, con una gran ambientación y una fantástica banda sonora… pero siempre será una réplica de un lugar perfecto e intemporal. El verdadero Twin Peaks ha desaparecido de los mapas del inconsciente colectivo. David Lynch se lo ha llevado con él. Y no quiero que sea de otra forma. Por mucho que le vaya a echar de menos.
Además de colaborador en Serielizados, Javier J. Valencia es autor de los libros “Twin Peaks: 625 líneas en el futuro” (Recerca, 2000), “David Lynch: El Zar de lo Bizarro” (Cameo Media, 2005) y “Universo Twin Peaks” (Dilatando Mentes, 2018).