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El Joven Papa es un Papa cabrón que tiene la bondad cristiana donde Cristo perdió el gorro. Y sin embargo, es un santo. Lenny Belardo es, además, un cuerpo joven y bien parecido que alberga un alma envejecida por una infancia traumática. Está bueno por fuera y rancio por dentro. Usa la tiara papal pero se pone gafas de sol. Es un Papa ultraconservador que no cree en Dios.
The Young Pope juega sus cartas a un elenco internacional que aporta lo más granado de cada uno de los países que la coproducen y a la mente de su creador, el italiano Paolo Sorrentino. El director de La gran belleza y La Juventud aporta a la serie el poder visual que envuelve sus filmes. La forma en que Sorrentino compone los planos es hipnótica. Esculpe a sus actores y los distribuye en un cuadro que bien podría estar en la Galería Uffizi. Todo lo que fabrica está cuidado hasta el último detalle y respira un estilo extremadamente personal y reconocible. La estética exquisita que diseña está bañada en música pop, fútbol, humor y un toque de surrealismo. Todos estos elementos están presentes en la serie, que utiliza la Iglesia, bastión de la tradición y el inmovilismo, como escenario donde diseccionar la humanidad a la vez que humanizar a sus componentes. El Vaticano es el lugar ideal donde tejer una cortina de seda y piedras preciosas para luego poder apartarla y dejar al descubierto los espíritus y el ejercicio del poder absoluto que nace de Dios, o de su ausencia.
Argumentalmente, la serie puede resultar escasa, con tramas un poco desvinculadas que van y vienen. Cautiva pero no engancha. Resulta intrigante poder asomar la nariz entre bambalinas, observar cómo el Secretario de Estado, el cardenal Voiello, trama argucias para destronar al Papa mientras se enamora de la Hermana María, la única figura maternal de Lenny Belardo. Sin embargo, la serie es un Papa que fuma, una monja que juega al baloncesto y un canguro libre pero encerrado en los jardines del Vaticano. The Young Pope es un juego simbolista y estético tan bueno y tan bien interpretado que, le pese a quien le pese, no necesita de unas tramas perfectas. Pero sobre todo, The Young Pope es the young Pope. Es Lenny Belardo y Pío XIII.
La mano de Sorrentino dibujando a su antihéroe se alza alta y clara, como los gongs en medio de las escenas, porque él así lo quiere. El maestro italiano coge su estética preciosista pop y la implanta en el personaje de Jude Law, quien interpreta a un pontífice de cuarenta y pico años nacido en Estados Unidos que pega latigazos de crueldad inquisidora mientras te derrite con su sonrisa. Todos esperan de él que sea una figura progresista, que siga la estela de su mentor, el cardenal Spencer. Sin embargo, el huracán Lenny llega a la Santa Sede con una manta de oscurantismo y la férrea voluntad de arrastrar a la Iglesia de vuelta a sus raíces más retorcidas.
Es increíble ser testigos de los milagros llevados a cabo por un santo que a veces parece vivir más cerca del demonio que de Dios. Lenny es un huérfano que fue abandonado en un orfanato católico por unos padres hippies y que, como Pío XIII, pretende castigar a la humanidad por el daño que le ha hecho, por no haberle dejado tener una infancia. Es un ser viejo que no pudo ser niño y por tanto jamás ha dejado de serlo. Sus anhelos infantiles han mutado en una crueldad adulta que resulta fascinante y contradictoria con los valores cristianos que se supone que representa en la sociedad actual. Aún así, hay otra cosa todavía más fascinante, y es el poder de auto transformación del personaje. Con un mínimo avance de la serie, entiendes que su extremismo proviene de la carencia interna, de la duda que le supone la existencia de Dios, tan presente y a la vez tan ausente, como los padres que nunca tuvo.
Su llegada al centro del poder absoluto destapa un ser especial y dañado que lucha por cerrar las heridas internas que ha arrastrado toda la vida
Su falta de fe es una falta de fe en sí mismo. Las bases jamás llegaron a asentarse y de todas formas emprendió un viaje a la cúspide a la espera de una sanación milagrosa, o de venganza. Su llegada al centro del poder absoluto destapa un ser especial y dañado que, poco a poco, deja que se abran grietas en su armadura de intransigencia a medida que lucha por cerrar las heridas internas que ha arrastrado toda la vida. Su imagen en el mundo muestra su evolución. Inicia el papado con la intención de no dejarse ver y envolver su persona en un misterio total, generando así el anhelo hacia lo que no puedes alcanzar, para terminar convirtiéndose en un ser público con chispazos de amor y humanidad.
The Young Pope es la historia de un hombre que alcanza el poder, en este caso en la Iglesia, sólo porque eligió amar a Dios por ser demasiado cobarde para amar a otro ser humano. La religión y lo divino es, sin duda, la mejor excusa para hablar de lo mundano y lo humano. Y de regalo, rodado con esa posmodernidad tan bonita que sólo sabe componer Sorrentino.
Uno de los creadores de ‘The Young Pope’, Tony Grisoni, asistió al Serielizados Fest 2017.