'The Crown' sigue siendo la mejor serie de Netflix
Inclinaciones de cabeza

‘The Crown’ sigue siendo la mejor serie de Netflix

La complejidad de la narrativa y la diversidad de las historias que maneja la serie provocan la condensación de demasiados eventos en pocos capítulos.

Olivia Colman en 'The Crown'. Imagen: Netflix.com

En el arranque de la tercera temporada de The Crown hay una particular ceremonia de la confusión que Peter Morgan solventa con una escena memorable, pero que el espectador continúa sufriendo un buen número de capítulos. Los escenarios son tan espectaculares como nos tiene acostumbrados, la pompa de la rutina diaria también. Pero el centro de atención no es la joven de piel tersa que recordábamos, es una mujer más mayor, tanto física como, no tardará en demostrarlo, psicológicamente. 

El recurso del sello para situar a la audiencia ante los hechos es emocionante, y ni siquiera hemos llegado a la cabecera de la serie. Pero la sensación de extrañeza perdura, y mientras Olivia Colman se pone en la piel de Isabel II con la maestría habitual, no podemos evitar preguntarnos cómo habría resuelto Claire Foy esa escena. Es como volver a ver a un viejo amigo después de muchos años, y reconocerlo en sus circunstancias o sus gestos, pero encontrar un extraño en cada una de sus respuestas. 

Cuando “es Olivia Colman, qué pedazo de actriz” gana a “pero por qué ha habido que cambiar a Claire Foy” The Crown es, sin ninguna duda, la mejor serie de Netflix y uno de los mejores dramas en emisión. Peter Morgan ha vuelto a crear una tanda de diez episodios que condensan a la perfección un periodo tal vez menos vistoso que los previos, pero al que ha sabido sacar jugo con equilibrio y pero sin faltar detalle. 

Antes de que la corona empiece a sacar provecho del bueno de Charles, en el ecuador de la temporada, la serie se ocupa del paso de los años, y de los primeros ministros, en la sala de recepciones de Buckingham, de la desaprovechada vocación de la princesa Margaret o de la vertiente más oculta de la vida familiar del príncipe de Edimburgo. Una buena combinación que “simplemente” acompaña a “Aberfan”. El capítulo que, como el de la niebla de la primera entrega, se ocupa más de lo que ocurre fuera de palacio que dentro, para contar una de las mayores tragedias de la historia reciente de Gran Bretaña. Y lo hace como si fuese su verdadero centro de interés, y la reina esa secundaria despistada que deja pasar una oportunidad de la que se arrepentirá siempre. 

En la segunda mitad de la tercera temporada, tras otro revelador episodio sobre las particularidades de los nacionalismos, el príncipe Carlos gana el protagonismo propio de aquellos que están llamados a suceder a un rey. Y mientras tontea con una tal Camilla, y los poderes maquinan en la sombra para corregir su destino, su padre se enfrenta a la crisis de la mediana edad propia de quienes se han limitado a ser consortes. Y en los 70 no había un hecho histórico que la llegada del hombre a la luna para provocar una crisis masculina. 

Con las conmemoraciones del 25 aniversario de su coronación y el primer divorcio de la corona británica desde Enrique VIII como cierre de temporada, The Crown se despide hasta el año que viene con la tranquilidad de haber superado el reto de estar a la altura de las circunstancias. Y aunque las sensaciones pueden ser distintas a las de temporadas anteriores, al final solo queda el regusto de excelencia que dejan cada uno de sus episodios.

Colman, por ejemplo, no se ha convertido en Isabel II, sino que sus gestos, sus silencios y sus calculados comentarios son los propios de una reina. Y como es quien es, y trabaja como trabaja, se lo puede permitir y nosotros lo podemos (y queremos) tolerar.

Tras la muerte de Churchill podía parecer que la vertiente política iba a perder todo su encanto, pero Morgan ha sabido jugar con los tiempos y darle al “exespía” Harold Wilson el apropiado cierre que la Isabel II le concedió. Es el tímido laborista quien acompaña a la “nueva” reina en su presentación en sociedad, en el primer episodio, y quien sirve de excusa para humanizarla cuando reconoce el error que cometió al juzgarlo. Y también el que recibe el mismo honor que Churchill, el “padre político” de la reina, en la única escena entrañable de toda la temporada.  

La complejidad de la narrativa y la diversidad de las historias que maneja hacen que haya que condensar demasiados eventos en pocos capítulos. Y la relevancia de personajes como la princesa Margarita o el príncipe Carlos en la vida de la reina (o el devenir de la corona) terminan restándole minutos a tramas como la política, o la personal/sentimental, que tenían más desarrollo en entregas previas. No es un problema, es el inconveniente que hay que asumir con The Crown, que condensa décadas de Historia, innumerables momentos familiares y miles de inclinaciones de cabeza. Y todo lo que cuenta, lo cuenta muy bien.

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