Crítica de 'The Architect' (Filmin): El precio de vivir
Crítica de la serie (Filmin)

‘The Architect’: El precio de vivir

'The Architect' es un aviso disfrazado de distopía, cuatro capítulos de veinte minutos que nos muestran la deshumanización de las ciudades modernas. Una serie sobre el problema de la vivienda que no es ni un drama ni una comedia, y es ambas a la vez. Y a lo mejor, ojalá no, una profecía.
The Architect

La serie de cuatro capítulos 'The Architect' está disponible en Filmin.

«Las ciudades son ficciones.»

Se lo escuché al escritor Sebastià Jovani, uno de los autores que más y mejor ha pensado recientemente qué demonios es ese ente extraño llamado ciudad. En su libro Urbis Phantasma, Jovani apunta que “el brutalismo urbano y social […] ha logrado el pleno despojo de la esperanza, envolviendo esta tétrica desnudez de un interminable catálogo de violencias hipnóticas y de esclavitud».

En solo cuatro episodios de veinte minutos, ‘The Architect’ consigue instalarnos en el desagradable limbo entre la distopía y la posibilidad de realidad inminente.

No hay mejor frase –por cruda, por cierta– para iniciar este artículo sobre The Architect, serie noruega vencedora en la sección Berlinale Series del Festival de Berlín que se puede ver en Filmin. Una ficción sobre una ciudad que nos muestra como todas las ciudades son, en el fondo, meras ficciones que se nos han impuesto.

En solo cuatro episodios de veinte minutos, The Architect consigue instalarnos en el desagradable limbo entre la distopía y la posibilidad de realidad inminente, un reino donde nuestra tranquilidad zozobra y los miedos adquieren nitidez.

The Architect Serie

Julie pidiendo una hipoteca.

La protagonista, Julie, vive en una ciudad completamente automatizada, una suerte de Arcadia del capitalismo más feroz e inclemente (es decir, del capitalismo). La primera escena de la serie es reveladora: Julie pide a pie de calle, frente a una máquina modernísima, una hipoteca que una voz robótica rechaza –tras recitar sin ningún tipo de cuidado por la privacidad todos sus datos íntimos y deudas pendientes– a causa de su precaria situación económica. El algoritmo rigiendo vidas nada algorítmicas.

Hay ciudades como Roma o Atenas que toman la forma de sus monumentos; la ciudad de ‘The Architect’, sin embargo, toma la forma de sus desigualdades.

Julie, arquitecta, tiene veintinueve años y es becaria en un estudio de arquitectura donde cobra una miseria y no es tomada en serio. Su salario le impide pagar el alquiler del piso dónde vive, así que busca una alternativa que se ajuste a su cuenta bancaria anémica.

Lo encuentra en unos aparcamientos, vacíos debido a la desaparición de los coches en la urbe: su nueva casa será una plaza de garaje. Quién le alquila la vivienda –¿vivienda?– le dice que en Berlín se ha puesto de moda vivir así, en los comodísimos ocho metros cuadrados de una plaza de aparcamiento. El fenómeno de la precarización, comprendemos entonces, es global. Las ciudades también se contagian las unas a las otras sus lepras particulares.

Cuatro lonas son las “paredes” del piso, donde hay poco más que una cama, una mesilla y un microondas. El alquiler, por cierto, se paga en criptomonedas. Un orgasmo neoliberal en toda regla; es decir, una pesadilla. Dice el brillante urbanista Manuel de Solà-Morales que hay ciudades como Roma o Atenas que toman la forma de sus monumentos; la ciudad de The Architect, sin embargo, toma la forma de sus desigualdades.

También aseguraba el arquitecto catalán que es el contacto entre nuestros cuerpos y la materia física de la ciudad (tiendas, oficinas, solares, apartamentos, bordillos, aceras, ruinas y un largo etcétera) lo que crea la experiencia urbana. En ese sentido, nada me parece tan brutal como despertar por la mañana y que al salir de la cama tus pies descalzos se posen sobre un suelo de aparcamiento. Liso, frío, resbaladizo; una superficie pensada para ruedas chirriantes, no para la delicadeza de la piel.

The Architect

¿Un apartamento en una plaza de parking?

Allí no hay nada de hogar, por supuesto. Por eso mismo es comprensible que Julie haga todo lo necesario para escapar de ese domicilio aberrante. Su condena, en este caso, será también su posibilidad de salvación. Pharmakon, que dirían en la Grecia clásica. Julie presentará un proyecto en el estudio de arquitectura para convertir otros aparcamientos en colmenas de apartamentos baratos.  Con las ganancias que conllevaría la aprobación y realización del proyecto, Julie se podría permitir el alquiler de un piso y abandonar su plaza de aparcamiento, aunque ello suponga condenar a muchos otros conciudadanos al mismo infierno habitacional que ella está experimentando.

Lo humano es clave en ‘The Architect’, porqué precisamente nos muestra una ciudad sin un ápice de ello.

Llama la atención de The Architect que no solo pretende ser una serie de grandes mensajes y proclamas –que lo es, aunque revelados de modo minimalista y elegante–, sino que también dedica gran atención al detalle de lo que significa habitar.

Muestra de ello es el hilarante final del segundo capítulo de la serie. Julie pone la cena en el microondas, momento en el que, como todos sabemos, el espacio-tiempo se curva de forma enloquecida y los dos minutos programados en el electrodoméstico se convierten en varios milenios de angustiante espera. Movidas einsteinianas. Julie, entonces, rapea. Un minuto y medio de temazo. Suena la alarma del microondas y la canción termina. A cenar. En ese lapso de tiempo surrealista nos hemos convertido en Julie –y Julie en nosotros– porque todos hemos protagonizado acciones inverosímiles y ridículas para mitigar la eterna espera del maldito microondas que rueda, y rueda, y rueda.

La escena del microondas nos muestra una nimiedad común en todos los que habitamos; una nimiedad, por lo tanto, humana. Lo humano es clave en The Architect, porqué precisamente nos muestra una ciudad sin un ápice de ello. Todo es tan tecnológicamente perfecto que no hay espacio para el latido del hombre y la mujer; los ciudadanos son cúmulos de carne y ansiedad postrados ante designios divinotecnológicos.

En el cuarto y último capítulo de la serie, de hecho, ese es el peaje que Julie debe pagar para convertirse en una ciudadana de bien: su humanidad. Tirando adelante el proyecto de las mil viviendas en aparcamientos céntricos de la ciudad, Julie estará firmando el desahucio inmediato de toda esa gente con la que ha estado viviendo hasta ahora en esos mismos aparcamientos.

Es preocupante que la premisa de la serie no nos parezca una realidad descartable a corto plazo. Es una ficción que amenaza con dejar de serlo.

Los nuevos inquilinos pagarán más que ellos, así que ahora ni tan siquiera son usuarios aptos para vivir allí. Una constante degradación que parece no tener fin. Julie claudica y la deshumanización vence: para salir a flote, hunde a quienes se han convertido en sus amigos y familia, aquellos con quien se ha hermanado en su hora más desgraciada. Tras la decisión de Julie, la ciudad es más monstruosa y más hambrienta y más muerta. A lo mejor The Architect es una historia de terror.

En Rascacielos, el escritor inglés J. G. Ballard nos presenta un gran edificio de cuarenta pisos cuyos miles de vecinos, tras renunciar al mundo exterior, viven en un caos destructivo en el cual los más poderosos ocupan los pisos superiores y los más desafortunados –también los muertos– los pisos inferiores. Siguiendo la magnífica metáfora de Ballard, los aparcamientos subterráneos serían el fondo del pozo social que nos plantea el urbanismo moderno; quién vive en ellos no puede vivir más abajo ni ser más bajo. Julie y sus vecinos tienen, para la sociedad no-tan-distópica de la serie, el estatus de las ratas y las cucarachas que corretean por el alcantarillado. Es desalentador. Pero salvémonos de la metáfora con otra metáfora.

También en Filmin está disponible la serie francesa Germinal, basada en la legendaria novela de Émile Zola sobre una huelga minera. En el libro y la serie la metáfora es tan evidente como brillante: esos mineros, enterrados bajo la tierra durante largas jornadas de trabajo, son la semilla de una revolución que hará florecer una sociedad mejor.

Me gusta pensar que, durante su estancia en los aparcamientos, Julie también se ha convertido en semilla. No lo parece hasta la última escena de la serie. Tras aprobarse el proyecto y, gracias a ello, dejar de ser becaria en el estudio para convertirse en arquitecta en toda regla, Julie entra en un su flamante nuevo piso. Impoluto y brillante. Magnífico. Huérfano de la más mínima humanidad.

Con sus contradicciones, errores y corajes, tenemos que ser Julie.

Es tan evidente esa ausencia que traspasa el plano físico del piso y Julie la nota en sus adentros. Es consciente de lo que su decisión ha comportado para mucha gente que se encontraba en su misma situación. Por eso se larga del piso. Renuncia a la comodidad falaz –es una cárcel financiera y ética– que le ofrece la ciudad y se marcha. Es entonces que Julie se convierte en semilla, y lo anuncia con un portazo. Humana, de nuevo.

The Architect

La actriz Eili Harboe (Thelma) es la protagonista de ‘The Architect’.

Es preocupante que la premisa de la serie no nos parezca una realidad descartable a corto plazo. Es una ficción que amenaza con dejar de serlo; esa y no otra ha sido la historia de las ciudades, siempre. Vivo en Barcelona, conozco la oligofrenia inmobiliaria, y no me parecería increíble leer una noticia sobre plazas de aparcamientos convertidas en viviendas para gente con pocos recursos. A ese extremo hemos llegado.

Produce cierta desazón ver una serie distópica como The Architect y pensar que puede ser un vaticinio. Por suerte, la misma serie nos brinda un arma para combatir ese posible escenario: la rebelión contra la deshumanización que la ciudad moderna nos impone, el acuartelamiento en lo humano que siempre restará dentro de nosotros. Con sus contradicciones, errores y corajes, tenemos que ser Julie.

“Todo está por hacer y todo es imposible. Cosa que, en el fondo, no deja de ser esperanzadora”, concluye Jovani en Urbis Phantasma. Hacer lo imposible. Sí, me parece una locura suficientemente sensata para bregar contra la locura insensata de las ciudades. Una ficción que con gusto convertiré en mi realidad, es decir, en un lugar y una lucha donde vivir.

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