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'Territorio Lovecraft' se emite los lunes en HBO España.
Hay algo en lo que espero que estemos de acuerdo: el primer episodio de Territorio Lovecraft es uno de los mejores pilotos que se han estrenado en los últimos años. Tras acabarlo, y dándole vueltas a qué escribir llegado el momento, pensé en la claridad con la que expone el juego particular de la serie (terror sobrenatural combinado con los muy reales terrores del racismo en los Estados Unidos de los años cincuenta). Pensé en el modo en el que su estupendo guion dosifica la información sobre un nuevo universo plagado de criaturas monstruosas a la vez que nos cuenta una historia emocionante sobre relaciones familiares, la exploración de lo desconocido, las particularidades de una época. Pensé en la efusiva acogida que había tenido en redes sociales, en el carisma clásico que desprenden sus actores, en esa banda sonora que podría estar sacada directamente de una película de Robert Wise. Me gusta el terror, me gusta Lovecraft, me gusta Jordan Peele, ¡estoy dispuesto a admitir que me gusta JJ Abrams! Tenía el artículo hecho, vamos.
Entonces llegó el segundo episodio. Lo odié. Muchas de las personas que habían encumbrado el piloto de Territorio Lovecraft se preguntaban qué narices había ocurrido. De un sugerente viaje por la América rural, en el que lo sobrenatural latía bajo la superficie pero se mantenía sujeto hasta que llegaba su momento, pasábamos a algo que solo puede calificarse como una absoluta locura. Interacciones entre personajes, que habrían necesitado una temporada entera, resolviéndose en una escena de tres minutos. Sectas que abren puertas a otras dimensiones. Un pene-serpiente.
Aunque intuyo que el problema, en realidad, no era tanto el pene-serpiente, sino que el episodio rompía un contrato básico con el espectador: ni en el género, ni en el tratamiento de los personajes, ni en el ritmo, se parecía en absoluto al primer episodio. El segundo episodio de Territorio Lovecraft es un salto mortal: o lo tomas o lo dejas. Yo me planteé dejarlo, movido por la confusión y la inercia del hate.
Hay algo fascinante en que un producto de prestigio que espera tener millones de espectadores en todo el mundo sea irregular, idiosincrásico, imperfecto
Pero luego le di una vuelta. ¿Con cuántas series así de extrañas contamos hoy en día? Sea intencional o un error, ¿quién es tan loco como para atreverse a romper las premisas básicas del juego tan pronto como el episodio segundo? Tras ver el tercer episodio, pensé en el cóctel de referentes de Territorio Lovecraft, que van más allá del horror cósmico del autor de mismo nombre para abrirse a otras formas de literatura pulp sin tanto prestigio, o incluso al cómic de terror y ciencia-ficción y las formas políticas de El Eternauta, pasando por el cine de terror sugerido de los treinta y la explosión de hemoglobina de los sesenta. Pensé que gran parte del encanto de todas estas formas de cultura popular, ligadas a la aventura infinita, las fantasías infantiles o la sesión doble, era su irregularidad, su imperfección, su atrevimiento a la hora de hacer cualquier cosa porque ningún adulto en sus cabales estaba mirando.
La diferencia es que ahora sí hay adultos en sus cabales mirando. Todo el planeta. Hay algo fascinante, en realidad, en que un producto de prestigio que espera tener millones de espectadores en todo el mundo sea irregular, idiosincrásico, imperfecto. Su reivindicación de las formas de la baja cultura popular no es nueva, pero sumada a su denuncia sistemática del racismo y gracias al constante diálogo entre estos dos polos (como la misma serie afirma de base, todos esos libros, cómics y películas fueron creados por gente blanca), Territorio Lovecraft consigue equilibrar su falta de disciplina con un trabajo constante sobre las políticas de la identidad y la cultura. Es a la vez un puro espectáculo de vísceras y una serie para ser pensada, un destilado de la experiencia afroamericana en EE.UU. pasado por el filtro del género, y eso tiene un mérito extraordinario.
https://www.youtube.com/watch?v=A4kR-GJKKd4&t=3s
Reconciliado con la serie, asumí que el misterio en continuidad que parecía prometer el piloto iba a derivar, como confirman los dos siguientes episodios y como sucede en el libro en el que se basa, en una serie de aventuras sobrenaturales más o menos interconectadas y protagonizadas por los mismos personajes. Un abanico por el momento irregular pero indudablemente sorprendente.
Lo que en el primer capítulo es una parábola sobre la segregación con giro final se convierte en el segundo en un espectáculo de efectos especiales, sexo y hechicería; pero el tercer capítulo es una relectura de las historias de casas encantadas, y el cuarto directamente un episodio de un serial de aventuras clásico, con maldición y péndulo asesino incluidos. Todos fijándonos en la (fallida) La Dimensión Desconocida, y al final va a resultar que, un poco de tapadillo, Territorio Lovecraft se va a convertir en la serie antológica de terror y fantasía del año, dándole de paso una vuelta a las reglas sobre lo que es una ficción por episodios.
Esto es lo que pienso ahora, y puede que el siguiente episodio me haga cambiar de opinión de nuevo. Pero hay algo muy valioso en una serie capaz de conseguir eso. Como los protagonistas de En las montañas de la locura en el final de la novelita de Lovecraft, Territorio Lovecraft emprende una huida hacia adelante sin mirar hacia atrás, seguramente porque le va la vida en ello. Que una propuesta tan agresiva sea del gusto de todo el mundo, eso ya no lo tengo tan claro.