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«Somos mujeres heridas, vapuleadas, así que a veces hacemos cosas raras que no caben en una vida normal», dice la voz en off de Verónica Sánchez aka Coral, mientras, a ritmo de reguetón, aprovecha los manguerazos en un túnel de lavado de una gasolinera para rociar a sus compañeras de fuga en una cámara lenta que se recrea en culos y escotes. Un momento Playboy que ilustra la hipocresía, o la falta de escrúpulos, o quizás la nula consciencia (y/o conciencia), o puede que todo ello a la vez, de los creadores de Sky Rojo.
Antes, hemos visto a las tres protagonistas en todo tipo de situaciones de maltrato, humillación y violencia: tetas atravesadas por un bolígrafo, violaciones, estrangulaciones, penetraciones anales y lluvias doradas sobre un cuerpo cubierto de billetes de 50, encadenados de una boca chupando dedos… the show must go on. Otro ejemplo: una pelea a puñetazo limpio entre Coral y Wendy, sin más justificación que seguir dando espectáculo. Qué hay más excitante en el imaginario machista que un inesperado duelo de gatas. Ya avisaba Álex Pina que esta sería una serie muy macarra, y, en este sentido, apuesta sus fichas al mismo color… todo al rojo, claro.
Pongámonos en situación: un prostíbulo de lujo en una carretera canaria, tres trabajadoras sexuales en una huida sin vuelta atrás. Tres hermanos proxenetas a la caza y captura de las chicas, liebres reconvertidas en zorras en un progresivo empoderamiento, y, por el camino, un reguero de sangre, sudor y lágrimas. Sky Rojo exhibe una impresionante y desacomplejada, aunque tampoco novedosa, colección de recursos visuales y narrativos para jugar al pulp, variante ibérica, y no dar respiro al espectador.
La nueva serie de los creadores de La Casa de Papel mira, como tantos, al cine de Tarantino, eterno referente a menudo muy mal imitado, genio solo hay uno. Se fija en Kill Bill (incluyendo un farlopero uso de la katana que Tony Montana nunca imaginó) y en Death Proof, y, no podía faltar, en Pulp Fiction (adaptando sin pudor aquel momento de la inyección de adrenalina). Pero la colección de homenajes, más o menos evidentes, más o menos confesados, es infinita y ecléctica: de los dibus del Coyote y el Correcaminos a Tres anuncios en las afueras. Y hasta a Jamón Jamón: los andares y la camisa desabrochada de Miguel Ángel Silvestre, rematadas con un capote para torear sin toro, remiten a aquel Javier Bardem que buscaba el sabor a tortilla de patatas en los pechos de Penélope Cruz.
La sombra de la banalización y la frivolidad en su mirada al drama de la trata de mujeres y la explotación sexual acompaña a cada imagen de ‘Sky Rojo’
Casi un cartoon con actores y actrices de carne y hueso (por cierto, todos buenísimos: Verónica Sánchez, Lali Espósito, Yani Prado, Asier Etxeandia, Miguel Ángel Silvestre o esos dos enormes monstruos Enric Auquer y Luis Zahera), el ritmo de Sky Rojo es endiablado, siempre arriba, sin dar respiro, evitando con sus capítulos de poco más de 20 minutos que nadie pestañee ni desvíe momentáneamente la mirada para navegar por Instagram. El universo visual diseñado por el siempre estupendo director de fotografía Migue Amoedo es apabullante, mola. El hiperbólico, y humorístico, tratamiento de la violencia es eficaz, por supuesto, y vivir en un continuo cliffhanger invita al binge–watching. El pirotécnico look de la serie es más que atractivo, de eso no hay duda. Los trucos narrativos, los flashbacks encadenados a planos congelados, las pantallas partidas, los encuadres provocadores, el aluvión de recursos visuales… todo abruma, y engancha. El trabajo de dirección y puesta en escena, y el diseño de producción, da un arrollador empaque al producto. Pero ese despliegue de medios olvida, o quiere olvidar, que no todo vale.
La sombra de la banalización y la frivolidad en su mirada al drama de la trata de mujeres y la explotación sexual, y el flirteo con la misoginia, acompaña a cada imagen de Sky Rojo. Y no, no basta esa constante necesidad de verbalizar la disculpa, ese Caballo de Troya del que hablan sus responsables, con líneas de diálogo voluntariamente subrayadas contra la tolerancia social respecto a la prostitución: sin puteros no habría putas maltratadas; es la pobreza sistémica la que arranca el negocio; nadie elige follar con quince tíos al día; cuatro de cada diez españoles van de putas; la colección de frases se repite como mantras mientras que, al mismo tiempo, casi cada imagen sexualiza y cosifica los cuerpos de mujeres explotadas y supuestamente empoderadas. ¡Qué desastre, qué mal todo!, pero no apartes la mirada de la pantalla y no dejes de engullir palomitas.
Más allá del puro entretenimiento de encefalograma plano, quizás debemos aplaudirle a Sky Rojo que regale, sin pretenderlo, un espacio para la reflexión, para que el espectador sea capaz de mirar qué cosas le divierten con mayor espíritu crítico. Y para ser más cuidadoso con cualquier representación ficcionada de la violencia contra las mujeres.