Comparte
En los meses que dura la cuarentena se ha dado un fenómeno seriéfilo digno de estudio: el furor fanático por Unorthodox y el descubrimiento del potencial dramático que tiene la comunidad judía ultraortodoxa. Y como no podía ser de otra manera, Netflix y su algoritmo han aprovechado para sacar rendimiento a la situación y a nuestra fascinación voyeur recomendándonos series de temática similar. Por una vez el algoritmo no la ha cagado y somos muchos los que hemos caído en Shtisel, serie israelí sobre las aventuras y desventuras de una familia ultraortodoxa que vive en Jerusalén, en concreto en el barrio de Geula, en el cual el estilo de vida es un poco más relajado que en el más estricto Mea Shearim.
En Anna Karenina, Tolstoi escribe: «Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera». Y Shtisel es una buena muestra de ello (no en vano, el libro aparece mencionado). El drama nos coge de la mano y nos deja ver a través de la mirilla de la puerta los sufrimientos cotidianos del joven Akiva Shtisel (Michael Aloni), el menor de una familia ultraortodoxa que no tiene claro qué hacer con su vida. En cualquier otra familia la desorientación de Akiva se afrontaría con resignación o intentando minimizar la presión, pero en el caso de los Shtisel las rígidas normas de su comunidad impiden tomarse las cosas con ligereza.
Su padre, el viudo Shulmen, vigila sus pasos e intenta hacer de su hijo un judío de bien según las enseñanzas de su comunidad. A diferencia de Akiva, sus hermanos sí que han encauzado sus vidas según los criterios sociales y religiosos de la comunidad: Giti está casada con Lippe y tienen cinco hijos y Zvi Arye ha hecho lo propio con Tovi. El matrimonio y la procreación es, de hecho, la gran preocupación que acecha Akiva, constantemente empujado por su padre a encontrar una buena mujer judía con la que tener hijos.
¿Qué aporta Shtisel de diferente respecto a Unorthodox? Para empezar, y quizás lo más importante, una visión de la comunidad jaredí honesta y que intenta mostrarla sin los prejuicios que se intuyen en Unorthodox. La serie israelí está creada por Ori Elon y Yehonatan Indursky, que nació en una familia ultraortodoxa y que asegura que cuando empezaron a trabajar en la ficción estaban convencidos que no la vería nadie. La realidad le llevó la contraria, Shtisel no sólo ha conseguido fascinar a personas ajenas a la comunidad sino que también contó con el beneplácito de los jaredís. La serie es adictiva porque nos permite entrar de lleno en un mundo desconocido para la mayoría. Como si estuvieras sentado en un rincón del piso de los Shtisel, los acompañas en su día a día.
En ‘Shtisel’ todos los personajes experimentan frustraciones y se enfrentan a grandes contradicciones sin que por ello se caiga en una narrativa telefilmera, como sí pasa en ‘Unorthodox’
¿Quiere decir esto que la serie no enseña los aspectos más cuestionables de los ultraortodoxos? Ni mucho menos. Shtisel muestra los claroscuros de criarse y vivir en esta comunidad: todos los personajes experimentan frustraciones, hacen dolorosas renuncias –muchas incomprensibles para el espectadores– y se enfrentan a grandes contradicciones sin que por ello se caiga en una narrativa telefilmera, como sí pasa en Unorthodox. Los Shtisel son ultraortodoxos y en muchos casos trampean como pueden las rígidas normas de su comunidad, a veces incluso se atreven a desafiarlas. Mientras en Unorthodox se explora la necesidad de la huida, en la serie israelí se apuesta más por mostrar la cotidianidad de la comunidad, desde las comidas al sistema de citas concertadas o el funcionamiento yeshivá. Es a través de esta apuesta por el realismo que se pueden romper los prejuicios y los estereotipos.
Mientras en Unorthodox hay una clara heroína, Esty, y unos antagonistas, en Shtisel ningún personaje es inmaculado. Cada miembro de la familia tiene sus virtudes pero también sus faltas. Este hecho crea sentimientos contradictorios en el espectador, que no puede querer a ninguno de ellos de forma incondicional pero sí se siente irremediablemente fascinado por ellos. Shtisel es un melodrama familiar con momentos de una comicidad delirante y una ternura que encoge el corazón. Y así, con un vaivén de fascinación y frustración, el espectador se acaba tragando en un pis-pas los 24 capítulos que forman las dos temporadas y reclamando una tercera entrega que se anunció antes de la pandemia pero que aún no se sabe si se hará realidad. En la misma situación se encuentra la adaptación norteamericana que estaba preparando Martha Kauffman, cocreadora de Friends, para Amazon junto a su hija Hannah KS Carter. La serie, que se tenia que llamar Emmis y tenia que estar ambientada en Brooklyn, parece que, de momento, está en el limbo.
Haya o no tercera temporada -estamos todos los fans poniendo velas para que se haga realidad-, Shtisel es una serie imprescindible para aquellos que disfrutan con ficciones que van más allá de su realidad y para los que sintieron que Unorthodox los estafó con un final demasiado edulcorado. También es la demostración que, a veces, Netflix no es únicamente una fabrica de churros y tiene capacidad para ejercer de cicerone de la ficción mundial.