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Aquellos que han definido la serie como una comedia negra sobre la muerte, les invito a ver la serie de nuevo. Russian Doll, háganme caso, no trata de la muerte, trata de la vida, más concretamente de estar muerto en vida. Habla de la repetición de patrones causados por los problemas sin resolver.
«Somos lo que repetimos»
ALAN ZAVERI
Nadia muere de manera repetida durante la noche, o el día siguiente a la fiesta de su treinta y seis aniversario, volviendo a la vida cada vez en el baño ojival/vaginal de su mejor amiga, quien siempre la recibe con un porro israelí. Cabe decir que Netflix ha catalogado Russian Doll en la categoría de “drogas” porque la categoría de “ralladas existenciales” vende muchísimo menos.
Nadia, interpretada por Natasha Lyonne, hace de este personaje un perfecto retrato de la mujer viejoven occidental actual: egocéntrica, maleducada, evasiva, consumidora de drogas, creativa, resolutiva y amante de los gatos porque sí, porque los felinos son unos animales maravillosos; en definitiva una mujer con un par de ovarios, fibrosos, como un campanario.
Russian Doll ha sido escrita y dirigida por mujeres, y se nota. Nadia es un personaje persona, no un personaje mujer. Tampoco hay esfuerzo por disculpar a esas mujeres entre los 30 y los 40 por no encajar en el corsé de madres o esposas, eso personas mías, ya está pasado de moda. Ni pedir perdón ni permiso, por serlo o por no serlo.
El retrato sociológico que esta serie hace de las generaciones Y griega, millennial y Z, podría sustentarse en el concepto acuñado por Zygmunt Bauman “sociedad líquida” en la que, debido a un creciente individualismo y miedo a perder, sufrir, las personas se atoran ante la experiencia de vivir. Una suerte de pastiche filosófico existencialista entre el mito de Sísifo de Albert Camus, con su interrogante principal: “¿vale la vida la pena de ser vivida?”; el eterno retorno de Nietzsche y la conquista del superhombre; o las teorías de la sombra y el espejo de Carl Gustav Jung o Jacques Lacan. El espejo es un elemento vertebrador del conflicto y la solución de los personajes. El espejo como atrezzo sumado al espejo como herramienta del psicoanálisis y todas las nuevas y no tan nuevas corrientes de autoconocimiento. Tal como dice Ruth, la casi madre de Nadia, “los espejos son un par de ojos, una prueba de existencia”.
“No confundas a tu madre con su dolencia”
RUTH BRENNER
La primera escena del primer capítulo es el centro del laberinto de esta historia que las guionistas han construido de manera minuciosa, donde todos los elementos describen este “multiverso en el país de las maravillas”. Desde el figurante con frase hasta la propia protagonista, sueltan perlas de su boca como si fueran el hilo que necesitan, tanto Nadia como el espectador, para salir de este magnético laberinto. La dirección de fotografía de la serie ha trabajado a través del color las características principales de los personajes: los rojos y naranjas apuntan la impulsividad y descontrol que caracterizan a Nadia, mientras que el exceso control de Alan está dibujado desde la quietud del color azul. El uso de reflejos dando personajes dobles o las multipantallas utilizadas en ocasiones, expresan perfectamente el mundo interior de los personajes, a menudo fraccionados y rotos.
«Tener dos ideas incompatibles en la cabeza al mismo tiempo y aceptar las dos, es lo mejor de ser humanos»
RUTH BRENNER
En los primeros cuatro capítulos Nadia hace un viaje al interior de sí misma, sola. A partir del cuarto capítulo, continuará este viaje allende sí misma a través de Alan, interpretado por Charlie Barnett quien le hará de espejo mostrándole todo lo que ella trata de ocultar en su interior, todo lo que no le deja pasar página y por tanto la mantiene atrapada en este bucle escenificado a través de las continuas muertes. Nadia también hace de espejo de Alan, de espejo y de retrovisor, concretamente ella lo llama «La ventana de Johari» una herramienta de psicología usada para conocer la zona desconocida y la zona ciega que tratamos de evadir o directamente ni vemos. Nadia evade sus conflictos internos y en cambio cree que, si Alan resuelve los suyos, conseguirán salir del bucle. Una pincelada más que retrata la psique de una sociedad individualista como la nuestra, carente de la madurez necesaria para resolver sus propios problemas.
En palabras del mismísimo Friedrich Nietzsche: «el ser humano logrará transformarse en el Übermensch (suprahombre) cuando logre vivir sin miedo, y por consiguiente, amar la vida, para así desear el eterno retorno». En síntesis, Russian Doll es una suerte de ese eterno retorno, para que sus protagonistas puedan amar su vida hasta la exhausta repetición, a través de mirar de frente sus más profundas heridas.
¡Que el eterno retorno nos pille confesados!