'Ripley', crítica de la serie de Netflix: El triunfo del mal | Serielizados
Crítica de la serie (Netflix)

‘Ripley’: El triunfo del mal

De los creadores de “Tom Hollander es el mejor Truman Capote que hemos visto jamás” llega “Nadie nunca será un Tom Ripley tan perfecto como Andrew Scott”. Y no admitiremos ningún tipo de discusión.

Fotograma de la miniserie de Netflix 'Ripley'.

“Lo que predije que alguna vez haría, ya lo estoy haciendo en este mismo libro (Tom Ripley), es decir, demostrar el triunfo inequívoco del mal sobre el bien, y me regocijo en ello. Haré que mis lectores también se regocijen”. Esta nota, escrita el 1 de octubre de 1954, resume el éxito que una vez tras otra consiguen las adaptaciones del personaje que en esos momentos habitaba en la imaginación de Patricia Highsmith. Le conocimos primero a través de las diferentes novelas que ella publicó, y setenta años después ya van unas cuantas versiones tanto en la pequeña como en la gran pantalla. Y todas ellas dejan constancia de que ese regocijo del que la autora hablaba es, simple y sencillamente, infinito. Ahí está el Ripley de Andrew Scott para confirmarlo. 

Y eso que el reto de esta nueva versión, a cargo de Steven Zaillian, guionista de La lista de Schindler, El Irlandés, Gangs of New York o Despertares, entre otras, llegaba por partida doble. Se trataba, por un lado, de conseguir que este nuevo Ripley fuera convincente para todos aquellos que podrían dedicar horas a discutir si Alain Delon, Dennis Hopper, John Malkovich o Matt Damon fue su mejor predecesor. Y, por otro, había que hacerlo seductor para toda una serie de espectadores que no sólo no habían oído hablar nunca de él sino que puede que le descubran entre los centenares de propuestas que Netflix les ofrece por pura cuestión de suerte. Como miembro del primer grupo -y orgullosa defensora del dueto formado por Matt Damon y Jude Law-, no cabe duda alguna de que Andrew Scott eleva las posibilidades del debate a cuotas desconocidas hasta ahora. 

Ripley

Nuestro hot priest preferido de la ficción ahora se ha convertido en nuestro Tom Ripley preferido de la ficción.

¿El cura de Fleabag o el mejor Ripley de la historia?

No hay duda de que interpretar a Tom Ripley puede ser un caramelo envenenado. Se trata de ponerse en la piel de alguien que, en esencia, no es nadie. Un estafador de la Nueva York de mediados de siglo que recibe un encargo caído del cielo: ir a buscar y traer de vuelta a Dickie Greenleaf (Johnny Flynn), el hijo de un multimillonario americano –interpretado por cierto, por el director de Manchester frente el mar, Kenneth Lonergan–  que se ha instalado en un paradisíaco pueblo italiano y cuyo objetivo vital es aprovechar el dolce far niente hasta las últimas consecuencias.

Gastos pagados y un minisueldo es lo que le ofrecen a Ripley, supuesto amigo de Greenleaf, para realizar tan titánica tarea; una versión primitiva del sueldo Nescafé que, sin embargo, no tardará en torcerse, cosa que conducirá a nuestro protagonista –porque ése es Ripley, nuestro protagonista, el que nos lleva a regocijarnos en el triunfo del mal sobre el bien– a adentrarse en los más oscuros caminos que su mente es capaz de plantear. ¿O puede que ya lo hubiera hecho antes? Es por esos valles de la contradicción, plagados de sospecha, por donde transita de forma magistral la interpretación de Scott. 

La ficción creada por Zaillian cuenta con toda una serie de elementos que la hacen como mínimo candidata a convertirse en una de los estrenos de la temporada

Bien es cierto que el actor, conocido entre otros por interpretar a Moriarty en Sherlock, lleva años agradeciendo públicamente a Phoebe Waller Bridge que le ofreciera la oportunidad de, por una vez, no hacer del malo de la serie con su papel de hot priest en Fleabag. Un papel que, por cierto, todos tendríamos que agradecerles a ambos al menos una vez a la semana, de forma pública y entusiasta, hasta el fin de nuestros días. Sin embargo, la impresionante versatilidad de Scott, su dominio de los gestos perturbadores y las miradas escalofriantes y su capacidad para preservar el punto de empatía en cada uno de los personajes que interpreta han encontrado la horma de su zapato en estos ochos capítulos en los que Ripley muta en cada aparición.

Si Tom Hollander ha conseguido, con su versión de Capote en la última temporada de Feud, que nos cueste recordar las más que dignas interpretaciones de Philip Seymour Hoffman y Toby Jones, con Andrew Scott empieza una nueva era en lo que a Ripley se refiere. 

Aunque, claro, el mérito no es solo suyo, y son más que acertadas las elecciones de Dakota Fanning y Johnny Flynn como algunos de los secundarios. Mención aparte merece Eliot Sumner, intérprete no binario que se mete en la piel de Freddie Miles (a quien, por cierto, interpretó Seymour Hoffman en la versión de Anthony Mingella) y que consigue, por mérito propio, que con su paso por un apartamento romano en el quinto capítulo ya nadie tenga por qué recordar que su padre es Sting. Más allá de las actuaciones, la ficción creada por Zaillian cuenta con toda una serie de elementos que la hacen como mínimo candidata a convertirse en una de los estrenos de la temporada. 

Ripley

Dakota Fanning, Johnny Flynn y Andrew Scott en ‘Ripley’.

Silencio y vacío en tiempos de Tik Tok

La apuesta por el blanco y negro no resulta, en absoluto, gratuita. Desde el primer episodio queda claro que el aspecto formal es indistinguible del contenido a nivel de trama y personajes. Puede que al principio resulte incluso excesiva, la atención que se presta a la estética de cada uno de los planos, que en el primer capítulo parecen sacados de una de las cajas perdidas de Vivian Maier

En un momento en el que la mayoría de series optan por acelerarlo y rellenarlo todo, en Ripley prevalece el silencio, sólo importa la historia

Sin embargo, a medida que avanza la serie la mirada de su director adquiere entidad propia y permite conseguir no sólo instantáneas cargadas de belleza sino conexiones y metáforas visuales que acentúan la profundidad de la tensión que lentamente, sin prisa pero sin pausa, va construyendo la serie. Y es que si algo tiene claro cualquier creador audiovisual que se enfrente a la adaptación de un thriller es que aquella diferencia entre la sorpresa y el suspense que tan bien explicaba Alfred Hitchcock (la sorpresa es que en una mesa cualquiera de un restaurante una bomba explote, el suspense es que el espectador sepa que bajo una mesa cualquiera de un restaurante hay una bomba a punto de explotar) puede haber mutado pero sigue vigente. 

Y he aquí el otro gran acierto de la serie producida por Netflix. Porque en un momento en el que la mayoría de series optan por acelerarlo y rellenarlo todo, con secuencias cargadas de personajes, diálogos y giros de guión, en los que cada episodio contiene miles de millones de subtramas, en Ripley prevalece el silencio, sólo importa la historia. Puede que se trate de un acto de riesgo incalculable por parte de la plataforma o puede que no sea más que la enésima maniobra para ofrecer cierta originalidad en un entorno ya saturado de fórmulas. Pero sea como sea, funciona. 

Ripley

‘Ripley’ está disponible en Netflix.

¡Viva la Highsmith!

En cualquier caso, si algo deja clara la última versión estrenada de este personaje inmortal que apareció por primera vez en una novela publicada hace casi 70 años, es que las buenas historias no dejan de serlo por muchas veces que nos las cuenten.

Y que las mejores, esas que como los cuentos y las anécdotas que ya nos sabemos de memoria pero que cada vez que empiezan queremos escuchar hasta el final, provocan siempre un infinito regocijo. Aunque planteen algo tan absolutamente perturbador -y humanamente comprensible- como es el triunfo inequívoco del mal sobre el bien. Larga vida a las mil y una versiones de Tom Ripley y al perverso placer que, con él, Patricia Highsmith sintió, escribió y provocó.

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