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La vida del hombre mundialmente conocido como Sidney Reilly, considerado el padre del espionaje moderno es tan extraordinaria, tan intensa, repleta de tantos giros y con tantos claroscuros que realmente parece uno de esos sujetos nacidos para tener una vida de película. O de serie de TV, mejor dicho.
Aunque su pasado está lleno de misterio y diferentes biografías ofrecen versiones contradictorias, se cree que nació en Rusia en 1873 como Sigmund (o Shlomo) Rosenblum. A la edad de 19 años descubrió que el Coronel al que tomaba por su padre no lo era realmente, ya que fue producto de la aventura de su madre con un médico vienés, y fue al descubrir su herencia judía en un territorio marcado por el antisemitismo lo que le llevó a huir de su familia, fingiendo su propia muerte. La leyenda cuenta que tras trabajar como estibador, reparador de caminos o peón de plantación, entró a trabajar como cocinero en una expedición al Amazonas por parte del gobierno británico y tras un conflicto con los nativos donde demostró su valía como tirador fue reclutado por el Servicio de Inteligencia de Su Majestad.
Sidney Reilly trabajó como agente doble, incluso triple, y los propios ingleses aprendieron a hacer la vista gorda ante sus trapicheos
A partir de ese momento la leyenda de sus amorales y ambiciosas hazañas no hizo más que crecer y crecer. Se le supone como al hombre que “profesionalizó” el espionaje aunque para ello se viera habitualmente metido de cabeza en algunos de los conflictos más importantes del primer cuarto del siglo XX.
Al servicio de lo que en el futuro sería conocido como MI6 se hizo pasar por alemán para descubrir el apoyo holandés a los bóers, desafió a la familia Rotschild para convencer al australiano William D’Arcy que vendiera los derechos de explotación petrolífera de sus terrenos en Persia a los ingleses en lugar de a la poderosa familia (disfrazándose de cura y colándose en uno de sus yates) o se hizo pasar por un trabajador alemán en la fábrica de armamentos Krupp en Essen para descubrir los planes ultrasecretos germanos respecto a la creación armamentística. Fue vital en la I Guerra Mundial para desbaratar la ofensiva alemana en 1918. Trabajó como agente doble, incluso triple, y los propios ingleses aprendieron a hacer la vista gorda ante sus trapicheos, que le enriquecieron sobremanera. Se cree que falleció en 1925, en un bosque cercano a Moscú, tras haber sido capturado por el gobierno de Stalin.
O quizá no. Fuentes posteriores dijeron que siempre había sido un agente soviético. Aunque quizá solo fingió serlo mientras trabajaba para los ingleses. Su lealtad parecía dirigirse según soplara el viento. Su figura ha inspirado numerosas ficciones, pero hasta la fecha su azarosa y apasionante vida solo ha conocido una versión en pantalla: la serie de TV Reilly, as de espías, una producción Euston / Thames emitida por la cadena británica ITV en 1983, y por TVE un año más tarde en nuestro país.
El programa televisivo fue una mini-serie de 12 entregas (con un primer episodio de hora y media) que en su momento fue la producción más cara de Euston Films. Contó con un elaborado guion de Troy Kennedy Martin que se basaba en una de las más populares biografías del espía, la que escribió Robin Bruce Lockhart y se publicó en 1967 en el Reino Unido con el idéntico título Ace of Spies (en España fue publicado por la editorial Verón en 1973 como “El as de los espías”).
Precisamente Lockhart era hijo de otro agente del Gobierno que conoció personalmente a Reilly (de hecho, aparece en los últimos capítulos interpretado por Ian Charleson) durante el conflicto contra la Rusia de Stalin y con el que entabló una buena amistad. Las tareas de dirección se las repartirían Jim Goddard, un veterano realizador televisivo que había estado detrás de las cámaras en montones de series británicas desde 1965 (y cuyo éxito en la presente le ayudaría a dar el salto a la gran pantalla, donde dirigiría por ejemplo Shangai Surprise en 1986, producto a mayor gloria de la cantante Madonna) y el ejemplar artesano Martin Campbell, habitual realizador televisivo hasta mediados de los 80 y después un habitual de la pantalla grande en películas de todo tipo, mejores o peores, pero siempre realizadas con tremenda profesionalidad, desde las aventuras de 007 GoldenEye (1995) o Casino Royale (2006) hasta cintas de aventuras como La máscara del zorro (1998) o su secuela La leyenda del Zorro (2005).
Sam Neill supo mostrar todos los matices del cínico sujeto, dándole un tono de humor negro a sus escenas y una conmovedora emoción contenida
En 1986 Campbell y Kennedy Martin colaborarían de nuevo en otra mini-serie que conoció un éxito espectacular tanto de público como de crítica en Gran Bretaña, Edge of Darkness, sobre el oscuro mundo de las conspiraciones corporativas, y el propio Campbell la llevaría a la gran pantalla en el 2010, eso sí, pasada por el filtro de Hollywood y al servicio de su protagonista Mel Gibson, perdiendo parte de su fuerza. En España tuvo el título de Al límite.
Permítanme que me detenga un momento más para destacar un trabajo de Campbell: el episodio Tres hombres y Adina de la magnífica serie de TV Homicidio (“Homicide: Life on the Street), quinto de la primera temporada y uno de los dos que dirigió. Se trata de una obra maestra que cuando lo vi por primera vez allá por 1995 en el pase de madrugada por Antena 3 me dejó los ojos como platos. Tuve la suerte de grabarlo en video y me dediqué los años posteriores a enchufárselo a cualquier alma desprevenida que pasara por mi hogar. Una verdadera joya de la televisión que explota al límite sus posibilidades (dos policías y un sospechoso, un interrogatorio que abarca todo el capítulo excepto en su prólogo y epílogo) y que debería estar en un museo. Pero estoy divagando, como diría Peter David…
El papel principal sería otorgado al actor Sam Neill, irlandés de nacimiento y neozelandés de adopción. Se consagró como uno de los mejores actores de la producción de Nueva Zelanda y Australia gracias a películas como Perros de presa (1977) o Ataque Fuerza Z (1981). Fue 1981 el año en que su rostro se volvió conocido en el amplio espectro de la popularidad cinematográfica con dos extremos tan opuestos como la fascinante La posesión de Andrzej Zulawski, donde dio vida al atribulado marido de Isabelle Adjani en un papel originalmente pensado para Sam Waterston, y El final de Damien, tercera entrega de la saga La profecía, donde daba vida al Anticristo en persona.
De físico peculiar, poseedor de cierto aire aristocrático y mirada sardónica, Sidney Reilly le encajó como un guante. Durante las doce horas que le dio vida supo mostrar todos los matices del cínico sujeto, dándole un tono de humor negro a sus escenas cuando era necesario y en momentos más dramáticos mostrando una conmovedora emoción contenida. Su espía es de maneras tranquilas, falsamente amables, capaz de mostrar la serpiente que lleva dentro. Es todo lo contrario de un action hero, el agente secreto que se mueve por astucia e ingenio y que usa el arma de fuego lo menos posible. Probablemente esto fue contraproducente cuando Neill fue una de las opciones que se barajó para sustituir a Roger Moore en el papel de 007 y cuyo rol acabaría en las manos de Timothy Dalton.
La serie conoció un éxito considerable en su momento y fue nominada a Emmys, Globos de Oro y premios BAFTA
El guion de Kennedy Martin destaca por tener dos partes estructuradas de maneras un tanto diferentes: Las seis primeras entregas, que abarcan de 1906 a 1910, muestran episodios autoconclusivos, bastante distanciados temporalmente, con diferentes aventuras del personaje. No se puede decir que para tratarse de la TV británica lo presenten precisamente como un héroe nacional: en el primer episodio lo muestran como un manipulador que seduce a una mujer -que se convertirá en su primera esposa- en un desolado pueblecito ruso para luego intentar escapar del lugar tras robar unos documentos secretos; en el segundo, mientras intenta ayudar a los japoneses durante la invasión a Port Arthur para perjudicar a los rusos, aprovechará para especular comprando carbón, cemento y madera para su posterior enriquecimiento; y en el tercero, enviado a Alemania para conocer sus planes armamentísticos, donde se hará pasar por un operario de obra, usará a su merced y sin ningún escrúpulo al agente Goschen (interpretado por un joven Bill Nighy).
Reilly llevará de cabeza a su superior Cummins (Norman Rodway), con el que mantiene un tira y afloja constante en lo que parece una perversa versión casi paródica de la relación de James Bond con M, su superior. Pero también se muestra el lado humano del personaje, su pasión -particularmente por su medio hermana Anna (Diana Hardcastle) en una relación con conatos incestuosos-, su adicción a la adrenalina -ya sea en forma de juego de azar sobre un tapete o apostando su vida- o sus lealtades, como la que siente por la prostituta compañera de piso en Londres asesinada en el primer episodio a la que querrá vengar a toda costa y que le generará una rivalidad que se convertirá en una mini-trama en estos primeros episodios con el traficante de armas Zaharov (Leo McKern).
La segunda parte abarcará los años comprendidos entre 1918 y 1925 y narrarán el intento por parte de Reilly, su colega y mejor amigo Shasha Grammaticoff (Brian Protheroe) y su aliado rebelde Boris Savinkov (Clive Merrison) de derrocar a los bolcheviques del poder en Rusia. Meticulosamente organizado, el plan estará a punto de funcionar si no fuera por un atentado contra la vida de Lenin (Kenneth Cranham) que desbaratará todos sus esfuerzos. Desde ese momento hasta el final Reilly iniciará una simbólica partida de ajedrez con Félix Dzerzhinsky (Tom Bell, magnífico en todas y cada una de sus escenas), líder de los servicios de inteligencia soviéticos y fundador de la Cheka. Dzerzhinsky creará una brillante maniobra de contraespionaje conocida como el Trust, basada en generar a lo largo del mundo pequeños encuadres contrarios a los bolcheviques para derrocarlos del poder desde el extranjero, pero que secretamente estarían bajo su control.
Esta segunda mitad, ya en la madurez del personaje, nos lo presenta más sereno, más leal a sus amigos y sinceramente enamorado de su tercera esposa, Nelly Louise “Pepita” Burton (Laura Davenport). Incluso mirará a su país de origen con un cierto aire romántico cuando rememore sus días como revolucionario: “En aquel momento había verdadera pasión… se vivía muy deprisa”. Pero la aparición en escena de Stalin (David Burke, el que fuera Watson en la primera etapa de Las aventuras de Sherlock Holmes protagonizada por Jeremy Brett) cambiará radicalmente las reglas del juego…
A día de hoy, ‘Reilly, as de espías’ es un claro exponente de las miniseries británicas de prestigio que allá por los 70 y 80 eran el mayor ejemplo de “dramas de calidad” en televisión
La serie conoció un éxito considerable en su momento y fue nominada a sendos Emmys (mejor mini-serie), Globos de Oro (mejor actor) y a 8 premios BAFTA (aunque solo ganó a mejor edición). La música de los títulos de crédito, una adaptación de “Romance” (de “The Gadfly”) de Dmitri Shostakovich se hizo bastante famosa en su día y fue editada como single. A día de hoy, Reilly, as de espías es un claro exponente de las mini-series británicas de prestigio que allá por los 70 y 80 eran el mayor ejemplo de “dramas de calidad” en televisión. A su manera, también se trató de una “edad de oro”.
Robert Bruce Lockhart era amigo personal de Ian Fleming y no tuvo reparos en contarle detalles sobre las particularidades del carácter de Reilly y de sus aventuras (ciertas o no, exageradas o no). El escritor lo usó como base para su famosa creación, el super-espía James Bond, igualmente seductor, jugador, temerario y adicto a la adrenalina, que conoció una saludable vida literaria y ya no digamos cinematográfica. Pero hay que tener en cuenta las sabias palabras de Alan Moore en la Liga de los caballeros extraordinarios: Dossier Negro (2007), y es que como le decía M a Bond en dicho cómic…
“Asúmelo, Jimmy. Eres divertido y punto. No eres Sidney Reilly ni de lejos.”